DESPUÉS DE LA MASACRE FRANCESA SURGE UNA NUEVA REALIDAD.
La
pregunta es: “¿Se está viviendo en el año 370 40 años
antes de que Alarico (rey de los visigodos) saquease Roma?” O “¿Se vive en el año
270 poco antes de las drásticas medidas
correctivas de los emperadores ilirios que gobernaron el Imperio romano entre 268 y 285.
Este nombre proviene del origen geográfico de la mayoría de los que la compone Iliria, región cuyas fronteras no son muy precisas.
Sabemos que, grosso modo, corresponden a los
territorios
¿Por qué la
comparación? Hoy en día, la TASA DE NATALIDAD de los no europeos en Francia es
del 17%. Si las cosas no cambian, con los 250.000 nuevos inmigrantes al año de
la época Sarkozy, o los 350.000 de los socialistas, este
porcentaje se elevará al 30% en el año 2030, ¡y en el 2050 será de un 50%! El
punto de inflexión de este cataclismo sociológico ya está prácticamente
conseguido. Sin una acción drástica, el cáncer en nuestra sociedad crecerá a un
ritmo exponencial que inevitablemente culminará en una ineludible guerra civil
étnica.
En su LIBRO ALEMANIA SE SUPRIME A SÍ
MISMA,
el político y economista europeo Thilo Sarrazin en Alemania muestra
que, contrariamente a lo que nuestros ingenuos paladines de los derechos
humanos afirman, el problema es muy real y amenaza la supervivencia de nuestras
sociedades.
En
la publicación Lettre International Sarrazin generó una enorme polémica cuando
escribió: “muchos de los inmigrantes árabes y turcos como reacios a la
integración.”
AUGUSTE COMTE considerado
el creador del
Positivismo y de la Sociología, decía:
“Saber para prever y prever para actuar”. La verdad es que si ayer Francia
perdió su imperio, hoy se encuentra en proceso de perder su lengua, su
civilización, su industria, su soberanía y su población.
Más allá del peligro
que representa la INMIGRACIÓN DEL TERCER MUNDO, es el egoísmo materialista e
individualista de nuestra generación, lo que ha llevado a los europeos a pedir
de manera irresponsable préstamos, y a una política de tierra quemada, cortando
sus árboles frutales para hacer leña y a sacralizar los derechos adquiridos en
lugar del Espíritu Santo.
Es difícil entender
lo que está ocurriendo hoy, si no se sabe nada de la disolución del mundo
romano que NOS ADVIERTE DE LO QUE VIENE. En el momento de la caída de Roma, los
bárbaros estaban en el interior de los muros mientras que sus hermanos estaban
sitiando las murallas de la ciudad.
El hombre europeo se
suicida demográficamente, se refugia en el frenesí de un bienestar
individualista y materialista, no ve la catástrofe que se avecina y está
convencido de que su vida ordinaria y trivial va a durar para siempre. Nuestras
llamadas élites son tan ciegas como lo relato el historiador romano Amiano
Marcelino, quien en el año 385, escribió en el libro XIV de su “Historia”,
“Roma está destinada a vivir siempre y cuando haya gente.” ¡Veinticinco años
después, Alarico saqueó la Ciudad Eterna!
EL PARALELISMO entre
esta época y el final del Imperio Romano
son evidentes en los valores sociales que sostenemos, en la primacía que le
atribuimos al dinero, en la inmigración, en la decadencia demográfica, en la
falta de voluntad para asumir nuestra propia defensa, y, por último, en la
irrupción del cristianismo, que hoy es suplantado por la nueva religión de los
derechos humanos.
NAPOLEÓN DIJO: “La
primera de todas las virtudes es la devoción a la patria.” Ahora estamos muy
lejos de tales virtudes, es decir, los patriotas heroicos nos parecen cada vez
más anacrónicos. Los estudiantes ya no estudian la poesía de los grandes
clásicos franceses, sino que son ignorantes, incultos ¡y se manifiestan ya a
favor de su jubilación! Los romanos nunca tenían que temer, siempre y cuando
tuviesen dignitas (honor), virtus (coraje y convicción), pietas (respeto de la
tradición) y gravitas (deber y seriedad). De acuerdo con la pietas, todo
ciudadano estaba perpetuamente en deuda con sus antepasados, y esto le hacía
menos interesado en sus derechos que en su deber de transmitir el patrimonio
adquirido.
La pietas (virtudes)
imbuía a los romanos la energía para perpetuarse y sobrevivir. Al final del
Imperio, los romanos habían perdido todas estas cualidades.
LOS ROMANOS también
conocieron el PODER DEL DINERO, una sociedad de mercado sin patriotismo, en la
que cada uno pensaba sólo en mejorar su propia situación. Los funcionarios eran
corruptos. Incompetentes bien relacionados eran colocados en los puestos clave.
Había una escasez general de reclutas para el ejército, ya que los
representantes de la aristocracia romana obtuvieron el privilegio fiscal de
poder dispensar, por un precio irrisorio, sus dominios de toda leva de
reclutas. Los generales aceptaban acudir a defender una ciudad sitiada sólo a
cambio de un rescate. Los soldados en los fuertes fronterizos se dedicaban a la
agricultura y al comercio más que al manejo de las armas. Las tropas regulares
se entregaban a menudo a las borracheras, a la indisciplina y al pillaje para
mantener a sus familias. Los soldados a veces eran incluso víctimas de las
prevaricaciones de sus jefes.
Los romanos también experimentaron la DEVASTACIÓN
DE UNA POLÍTICA MIGRATORIA sin sentido con el pillaje de Italia por las tropas
de Alarico, y sobre todo a raíz del desastre de Adrianópolis, que fue una
derrota más desastrosa que la victoria de Aníbal en Cannas. Los soldados y
oficiales bárbaros de las legiones romanas eran incapaces de resistirse a la
llamada de la sangre cada vez que sus compatriotas salían victoriosos en suelo
romano. Las tropas de Alarico nunca dejaron de ver acudir a ellas colonos de
origen germánico, prisioneros de guerra, esclavos fugitivos.
El colmo de esta
política migratoria fue el desastre del Ejército Romano de Oriente en
Adrianópolis en agosto del año 378. En el año 375, los godos, por la presión de
los hunos, fueron empujados a las orillas del Danubio, donde su jefe,
Fritigernus, rogó a los romanos el permiso para poder cruzar el río a fin de
establecerse pacíficamente en tierras del Imperio. El imprudente emperador de
Oriente, Valente, miraba a los godos como posibles reclutas mercenarios para
sus propios ejércitos, aunque algunos oficiales romanos le advirtieron que eran
en realidad invasores y debían ser aplastados. “Estos críticos”, nos dice el
sofista griego Eunapius, “fueron objeto de burlas por no saber nada de los
asuntos públicos”.
ROMA ENTRÓ EN AGONÍA. Esta durará 100 años.
Bizancio, la mitad oriental del Imperio Romano, que habría de durar mil años más,
aprendió rápidamente estas lecciones y masacró a todos sus soldados de origen
godo. Durante el siglo V, el ejército bizantino fue purgando sus filas de
bárbaros. A partir de entonces los elementos autóctonos fueron siempre
preponderantes en los ejércitos de Bizancio. Voltaire se preguntó por qué los
romanos del Bajo Imperio fueron incapaces de defenderse contra los bárbaros,
mientras que habían triunfado en la República sobre los galos y los cimbrios
(pueblo germánico céltico.)
La razón, según él, era la penetración del
cristianismo, incluyendo su impacto sobre los paganos y cristianos. Entre estos
efectos, mencionó el odio a la religión antigua por parte de la nueva, las
disputas teológicas que sustituyeron a las preocupaciones defensivas, las
peleas sangrientas provocadas por el cristianismo y la suavidad que reemplazó
los viejos valores austeros, los monjes que suplantaron a los campesinos y
soldados con las discusiones vanas teológicas que tuvieron prioridad sobre la
defensa ante las incursiones bárbaras, la fragmentación decisiva del
pensamiento y la voluntad. “El cristianismo ganó los cielos, pero perdió el
Imperio” (Julien Freund, “La Decadence”1982.)
SÍMACO es famoso por
haber protestado públicamente, cuando los cristianos, apoyados por el emperador
Teodosio, quitaron la estatua y el altar de la Victoria del Senado en el año
382. Uno no puede dejar de pensar también en las predicciones recientes de Jean
Raspail (viajero y explorador), en “El Campamento de los Santos”, que critica
tanto a la Iglesia Católica como a la nueva religión de los derechos humanos
por la ceguera de Europa y la irresponsabilidad frente a los peligros que
supone la inmigración extraeuropea.
A fin de no
experimentar la misma suerte que el Imperio Romano, Francia, al igual que la
mayoría de los países de Europa Occidental, a falta de una Juana de Arco o de
emperadores ilirios, necesita hoy en día un nuevo De Gaulle. (autor: Marc Rousset,
doctor en Ciencias Económicas.)
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