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La vida se extingue allí donde existe el
empeño de borrar las diferencias y las particularidades por la vía de la violencia. (Vasili Grossman n.1905)
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Los legítimos reclamos de los trabajadores tropiezan, a
menudo, con sus propias contradicciones
y la complicidad de un Estado que permite que los que desean trabajar se
vean arrastrados por una comunidad de vagos que se hallan enquistados en los
sindicatos y en las propias instituciones estatales.
Si en un Ministerio no se controla lo que ocurre en su
área el mismo se convierte en un agujero negro, donde los recursos se evaporan
de manera criminal.
Hay una superpoblación de trabajadores que no saben para
qué se levantan todas las mañana, ni por qué
van a laburar. Y después, se
cansan de chocarse los unos a los
otros, tratando que ver quién se raja primero.
Y el descrédito laboral termina siendo una trampa
insalvable para el propio Estado, como
le ocurre al gobernador bonaerense Daniel Scioli, a quien no le alcanza el dinero para pagar sueldos y salarios.
Recientemente
en la localidad cordobesa de Bialet Massé, el intendente sorteó el orden de
prioridades entre sus empleados, par ver quiénes serían los primeros en recibir
el medio aguinaldo y quienes irían a integrar la lista de rezagados.
El descalabro financiero de la comuna se originó por
exceso de
personal. Más de un cincuenta por ciento no justifica el conchabo.
En todos los reclamos por aumentos o demoras en el pago
de los salarios se alistan en primera fila
los vagos, los amigos de los jefes,
los punteros políticos, algunas
amiguitas de aspectos saludables, o los parientes de los parientes que
utilizando la palanca de algún familiar lograron un conchabo por demás lucrativo
para no hacer nada.
Días pasados estuve en La Plata. En un Ministerio vi como
un grupo de ancianos era maltratado por burócratas de baja estofa.
Una mujer pidió hablar con un empleado. Como el tipo
habìa faltado el resto del staff dijo no poder
darle una solución.
Estoy seguro que la infortunada mujer no habìa venido a
averiguar dónde estaba la tumba de Tutankamón.
La pobre,
arrastrando pierna y bastón, se
fue resignada para volver a perder otro día de su escasa vida.
Otro inútil de la administración pública mandó a una
octogenaria a buscar la portada de una carpeta a otra oficina, cuando era su
obligación tener los elementos de trabajo con él.
En todas las dependencias oficiales de este país,
el tiempo ajeno no tiene valor. Y siempre la misma cantilena: “No sé, no
entiendo, llene este formulario, venga mañana”. Y así continua una procesión
que no lleva a ningún santuario sino al infierno.
Los jóvenes de hoy, que serán los viejos de mañana, hacen
poco y nada por sus padres. Y los gobernantes se prenden a ese vacío afectivo
para usurpar los caudales de los jubilados.
La realidad de hoy me hace acordar a la Antigüedad cuando un viejo era abandonado por sus
propios hijos y por la sociedad en si porque era una persona molesta.
Un pendejo que viaja en un colectivo, se hace el
distraído ante una persona mayor o una embarazada para no ceder su asiento.
Así como el gobernante tercermundista no logra moralizar
su gestión, tampoco los sindicalistas no hacen nada que los patrones no abusen
de sus trabajadores. Solamente están al acecho para ver cómo pueden hacer para aumentar sus patrimonios.
Sería bueno estudiar el ADN de funcionarios y
sindicalistas para comprender qué fuerza extraña los lleva a perpetuarse en los
cargos al extremo de eliminar todo intento de oposición. Por las buenas,
cometiendo fraude; y por las malas utilizando todo tipo de artimaña para
sacarse al rival del medio.
Y ¿la gente? Es lo de menos.
El argentino se ha convertido en un ser insensible,
incapaz de movilizarse reclamando por sus derechos conculcados.
Acepta que le mientan en la cara.
La mentira es una de las provocaciones de las mentes
retorcidas, que lamentablemente fluye como un río caudaloso mojando a los
miserables que reclaman por un poco de dignidad.
En el ocaso de mi vida sé que todo lo que escribo es un
esfuerzo inútil. Basta con repasar la Historia, para darme
cuenta que los periodos
democráticos han sido como pequeños alivios, que nunca lograron tapar las
largas convulsiones.
La vida es una fotocopia. saulrabin@gmail.com