Nadie puede dudar que el matrimonio no sea un trabajo que se inicia cuando uno trata de
conquistar a la que será su pareja. Después sigue la lucha para compatibilizar cuando
llegan los hijos.
Es dura la lucha para mantener la relación matrimonial y el
equilibrio hogareño para que la casa no se convierta en un infierno.
Yo convivo con la misma mujer hace medio siglo. Reconozco que no
fue una tarea fácil para ninguno de los
dos.
En el balance final hay un reconocimiento al esfuerzo hecho por
ambos.
Pienso que experiencias similares merecen un premio, una
compensación monetaria y, en casos
especiales, una jubilación.
Aquellas parejas que llegaron a la edad de jubilarse y tienen
todos los aportes hechos, el Ministerio de Bienestar Social le debe otorgar un
premio en efectivo.
En caso que un empleador desaprensivo no ha asumido con las cargas
sociales y el trabajador haya quedado en pampa y la vía cuando llegó su jubileo con su
mismo conviviente, será el Estado
quien tendrá que pagarle una jubilación completa a ese matrimonio por haber dado un ejemplo de
sana convivencia, respeto por los cánones morales, y al no
haber sembrado hijos por todos lados.
Estimular la estabilidad matrimonial
hará que tanto el hombre como la mujer sean cautos a la hora elegir a la
persona con la que van a compartir el resto de sus vidas. Ninguno de
los dos se dejará llevar por la calentura. El final es
harto conocido.
Hace pocos días un expresidiario argentino pidió volver a la
cárcel porque no soportaba a su mujer.
Si hubiese tenido un estimulo, se hubiese dado cuenta que la
supuesta bruja, no es tan mala.
Las parejas longevas han sabido lidiar con sus cosas, que no
necesitaron ir al psicólogo para ordenar sus pensamientos, ni al médico para
curarse las migrañas u otras pestes que producen las desavenencias matrimoniales.
Los hospitales públicos tendrán menos gastos, las obras sociales
también y los hijos serán más sanos al no tener que verse repartidos entre padres
o madres, cuando se separan o divorcian.
Si uno recorre las planas de todos los diarios del mundo verá que los divorcios superan a los que viven en
plena armonía.
Y los hijos son testigos de largos
litigios por el abominable
reparto de bienes o por la manutención de los críos.
Tanto el hombre como la
mujer no podrán casarse con un divorciado, si no
quieren perder sus prebendas. Si lo podrán hacer con alguien que haya enviudado.
Disminuyendo los divorcios
y/o separaciones, para el Estado será un ahorro dado que no tendrá que asistir a las mujeres abandonadas y a su prole.
Los asistentes sociales
podrán dedicarse a tareas mucho más útiles,
como reinsertar en la sociedad a los jóvenes que alguna vez supieron
delinquir.
También se terminarán
todos esos verseros que prometen la unión de parejas; los
que dicen que pueden traer de vuelta a los que abandonan el hogar; esos que en la radio y en la televisión aúllan:
¡Basta de sufrir!; y los que tiran las cartas prometiendo una vida
mejor.
El hombre que decida ser
infiel lo pensará dos veces. Claro: esto no va para los ricos acostumbrados a
que todas sus canalladas las tapan con dinero.
Pero las mujeres se cuidarán de vivir una aventura porque si son descubiertas
no tendrán posibilidades de jubilarse.
Y las secretarias no serán tan permisivas con sus
jefes.
Se acabará esto de que una mujer pase muchas Navidades, y muy pocas noches buenas.
Las cárceles ya no se llenarán
de hombres y mujeres acusados de haber
asesinado a sus parejas.
El hombre será más
considerado con su esposa y la ayudará en los quehaceres domésticos para no
enojarla y crear un clima de tensión familiar. Ambos deberán contemporizar para
llegar a buen puerto.
Los curas no recibirán más
fieles necesitados de confesarse porque
serán menores sus angustias y mucho menos sus pecados.
Los sacerdotes al quedarse
sin trabajo pensarán en casarse, en dejar de vivir a costilla del Estado.
Muchas monjas encontraran
al hombre de su vida en aquellos clérigos que dejaron los hábitos. Y también
muchas solteras no podrán decir que no
hay hombres en el mundo.
Los abogados de familia
solamente se dedicarán a apurar al Estado cuando se vuelva remolón a la hora de
tener que premiar o jubilar a los matrimonios felices.
En definitiva: el
matrimonio en sus distintas maneras de concebirlo es un duro trabajo que merece
mucho esfuerzo y consideración y una jubilación, para que la vejez sea
halagüeña para todos aquellos que han sabido remarla hasta el final de sus vidas.
Basta de considerar que un
matrimonio bien avenido es algo inusual.
Es como decir que un hombre es bueno. Debe serlo siempre.
Ya no habrá libros
basados en romances truncos; en la
violencia doméstica y en
las infidelidades. Y las telenovelas perderán su aureola trágica.
No es un pecado ser
soltero. Pero no merece los beneficios del casado.
saulrabin@gmail.com
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