jueves, 23 de mayo de 2019

DIOS ESTA PRÓFUGO (III)


    Dios es la Energía que produce un grupo de personas reunidas con idénticos propósitos, aunque tengan  distintos nombres.
Esta Energía siempre cumple  similar función: le sirve al   creyente  para superar su ansiedad, su frustración, su soledad y su miedo a morir. 
En el recinto donde se congregan los creyentes la   Energía cobra forma humana.  Puede ser un  cura, un  lamaísta, un  pastor evangélico, un rabino o un ulema musulmán, el que  consigue convencer  al practicante,  que él  es el representante de  Dios en la Tierra. 
Esta caracterización se va ampliando a medida que aparecen nuevas ofertas celestiales.
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En el Mundo no  hay un  Dios que se resista al dinero.
En todos los  cultos, la comunicación con el Más Allá tiene su precio.  Las    diferencias  están  en las   tarifas.
 Hay Iglesias que son muy modestas,  sus gastos operativos son mínimos. Lo único que les encarece es el sueldo del pastor.
  MI NACIMIENTO FUE INOPORTUNO: llegué en el año1941.  Europa estaba en llamas. Los cuerpos de los hebreos eran las teas que servían para que el fuego no se apagara.

Con el correr de los años supe que  Mis Padres no lloraron de felicidad por mi venida a este mundo, sino por los  familiares muertos durante la SGM.
Además, se  sintieron descorazonados porque   Dios  había vuelto a abandonar al pueblo hebreo. 
Mis Padres no iban a la sinagoga con la frecuencia que lo hacían otras familias que vivían en mi pueblo.
Pagaban  puntualmente la   cuota social de la Unión Israelita,  para mantener su actividad y no dar lugar a que se pensara   que  Mi Familia se  había apartado de la colectividad.
   Mis Padres celebraban tres festividades del calendario judío: Año Nuevo-Rosh Hashaná: el Día del Perdón -Yom Kippur; y las Pascuas—Pesaj.
A diferencia de Mi Padre, que no le daba bola al asunto,  Mi Madre respetaba el Shabat,  nuestro día de descanso, que era cuando    encendía dos  velas que colocaba en unos candelabros que guardaba celosamente y era lo único que brillaba en  nuestro caserón.  
Mi Madre se cubría la cabeza con un pañuelo multicolor, llenaba una copa de plata con vino dulce y lo bendecía diciendo  el  kidush. Después, Mi Madre nos repartía,  a Mis Dos Hermanos y a mí, trozos  un pedazo de un pan trenzado, (jalá),de valor simbólico  que ella misma amasaba. Y de esta manera   poco ortodoxa daba por finalizado    el ritual.
 Mi Madre, después de cenar, nos contaba    historias de gente buena que Dios  compensaba.  Nunca le creí: siempre terminamos siendo agredidos o asesinados por el goi  (el gentil.)
En Rosh Hashaná  Mis Padres,  nos obligaban ir al shil (sinagoga). Era   cuestión de no olvidar nuestros orígenes. Y no por creer en Jehová.
Yo  a buscar cómplices para mis correrías.
Para que Mi Padre no se disgustara conmigo, de a ratos,   iba y me sentaba a su lado. Y él feliz  me señalaba con el dedo el texto que estaba leyendo.
Yo intentaba seguirlo  con la vista pero enseguida me distraía. Y al rato volvía a mis andadas con los otros gurises que  estaban dispuestos a   corretear.
  Mi casa se conmocionaba en  Rosh Hashaná y Yom Kippur, con la llegada de la hermana y el cuñado de nuestro  inquilino Jonás.
Jonás   era de origen austriaco. Durante la PGM había sido distinguido por su Gobierno  por la enorme valentía demostrada durante la contienda.
 Cuando estalló la SGM, Austria le agradeció los servicios prestados, enviando a su esposa y a sus dos hijos, a  los campos de Mauthausen-Gusen de donde no salieron con vida. 
Jonás, pudo escapar y esconderse en un wald cercano a Viena.
Su vida dejó de tener sentido. Se iba suicidando lentamente tomando  todo el día  café y fumando compulsivamente.
Recuerdo sus mostachos que tenían el color de la nicotina.
Él dejó de ir  a la sinagoga, desde el momento que Dios lo abandonó.   
La hermana de Jonás y su marido, vivían en la ciudad entrerriana de Feliciano. La comunidad era tan pequeña que no justificaba la contratación de un jazán que se encargara de las ceremonias religiosas. Por eso para las fiestas se venían a Concordia y la pasaban
con nosotros y sus dos hijos, aún solteros,   quienes  trabajaban en  esta ciudad. 
  Entre  los años  1946 y finales de los 60’ en mi pueblo había una gran comunidad hebrea.
En Año Nuevo y en el Día del Perdón se notaba. Los negocios permanecían  cerrados y los estudiantes estábamos autorizados a faltar  a clase.
 En el siglo XXI se habla mucho del bullyng (acoso escolar). A mitad del siglo XX yo lo padecí.Mi primer nombre es JACOBO.  Cuando podía, decía que me llamaba   Saúl (mi segundo nombre.) 
Mis compañeros de la Primaria me agobiaban desde   el habitual “Jacoibo, hasta judío pija recortada”. De vez en cuando  renovaban su repertorio. 
 Yo empecé mis estudios primarios cuando hacía tres años que había finalizado la Segunda Guerra Mundial.
La muerte de seis millones de hebreos no tenía ningún  significado para mis compañeros de clase. Ellos seguían batiendo parches sobre los mismos temas que sirvieron de pretexto para la matanza de mi pueblo  en Europa.
  Yo me sentía como doblegado por esas imágenes que me llegaban  a través de diarios y revistas,  donde  los creyentes   rezaban a un Dios prófugo  mientras eran enviados a los campos de exterminio.
 Nuestros  vecinos   de Concordia  se pasaban yendo a misa. Había  una solterona que buscaba en la iglesia  alguna imagen masculina que le ayudara a imaginar otro tipo de vida, más cerca del cuerpo y no tan lejos de los deseos.
En esa  misma casa vivía un matrimonio que tenía  dos hijos que cuando se embalaban    me regalaban a modo de saludo: “Chau judío de mierda.” Y    Dios no los castigaba.
En la Escuela Normal, donde cursé mis estudios primarios, los alumnos católicos recibían clases de Religión. Era por un arreglo que había hecho el presidente Perón  con la Iglesia Católica, por haberlo apoyado en  su primera candidatura a la Presidencia de la Nación.
Los hebreos salíamos del curso y nos encerrábamos en una sala donde se suponía  recibiríamos  clases de Moral, algo que  nunca sucedía.

Cuando volvíamos a clase nos encontrábamos con nuestros compañeros transformados,  capaces de asesinarnos porque los curas les habían repetido  la  cantilena de siempre: que  tanto  mis ancestros, Mis Padres, Mis Hermanos y yo,   habíamos  matado al Hijo de Dios.
 Los argentinos de origen hebreo no siempre la pasaron bien en esta tierra, crisol de razas. 
LA JUDEOFOBIA   tuvo sus comienzos en la literatura.   En la novela   La Bolsa   publicada en 1891, a pesar que en la Argentina no  había hebreos, su autor Julián Martel (José María Miró, n. 1867),  nos  culpaba de la crisis financiera que asolaba al país.
Un detonante para la judeofobia   fue el asesinato del jefe policial Ramón Falcón cometido por un joven de origen hebreo de diecisiete años Simón Radowitzky.  
En 1919, durante la llamada Semana Trágica, el periodista idish Pedro Wald (n.1886) fue detenido y acusado de tramar un “gobierno judío maximalista (extremista) en la Argentina.”
Al salir de la cárcel después de soportar la tortura  escribió la novela Koshmar (pesadilla.) 
Wald relató alguno de los episodios ocurridos  el  9 de enero 1919: “…salvajes eran las manifestaciones de los niños bien que marchaban al grito de ‘! Mueran los judíos; Muerte a los extranjeros y maximalistas!’
Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías… Detienen a un judío y luego de los primeros golpes le comienza a brotar un chorro de sangre de su boca; acto seguido le ordenan cantar el Himno Nacional. Como no lo sabe, lo matan en el acto…
No   seleccionan. Pegan y asesinan a quienes encuentran…”
El día 10 del mismo mes de enero,  fueron asaltados los locales de las organizaciones 
Avangard y Poalei Tzion y la Asociación Teatral Judía (IFT). 
“Jinetes de la policía arrastraban a los viejos  desnudos por las calles de Buenos Aires, les tiraban de sus encanecidas barbas, y cuando ya no podían correr al ritmo de sus caballos, sus pieles  se desgarraban raspando contra los adoquines, mientras los sables y látigos de los hombres de a caballo golpeaban sus cuerpos…
  En el Departamento Central de Policía les pegaban espaciosamente. 
En la Comisaría Séptima,  los soldados, vigilantes y jueces,  encerraron a los judíos en los baños, donde los torturadores tiraban en forma salvaje de sus bocas, mientras la policía argentina y los soldados les orinaban en la boca…”
 El segundo testigo presencial fue el médico y escritor político Juan Carulla (n.1888): “Oí que estaban incendiando el barrio judío y hacia allí me dirigí. Al llegar a la Facultad de Medicina, me tocó presenciar el primer pogromo en la Argentina.
En medio de la calle ardían piras formadas con libros… Se luchaba dentro y fuera de los edificios…
Se acusaba a un comerciante judío de hacer propaganda comunista.” 
El saldo en vidas de aquella Semana Trágica fue de ochocientos muertos y cuatro mil heridos.

viernes, 3 de mayo de 2019

NO SOY FAMOSO PERO TENGO COSAS QUE DECIR (8)

  Contaré mi vida antes que la parca se anticipe

BIENVENIDO  ASMA.   
Mi  enfermedad se transformó en el  karma de  Mis Padres. Para mí fue la niñez despilfarrada y la  adolescencia malgastada. 
Cuando   yo cumplí   los trece años  Mis Padres,  con todo el dolor del alma,  decidieron que me fuera de casa para  que mi organismo  no se deteriorara mucho más.
No teníamos una  obra social que cubriera los cuantiosos  gastos que demandaba mi enfermedad. Todo se pagaba en efectivo. La farmacia era  en uno de mis paseos habituales.  El farmacéutico me recibía con una amplia sonrisa porque sabía que conmigo  facturaba.    
A pesar de mis continuos ataques nunca me hospitalizaron.
CUANDO SE SUGIEREN MUCHOS REMEDIOS PARA  EL MISMO MAL, QUIERE DECIR QUE ES INCURABLE. “Antón Chejov.
Una vez utilicé el asma como arma extorsiva para detener una pelea entre Mis Padres. Simulé que estaba delirando. Se pegaron un susto de órdago.
Yo  dependía de los inhaladores manuales. No podía salir sin ellos. Si me los olvidaba, me atacaba, aún cuando había estado todo el día sin fatiga.
Mi bastón era  el   ASMOPUL  (una pipeta de vidrio que en su extremo inferior tenía un pequeño balón de goma con el que se insuflaba  para que las gotas de adrenalina me llegaran a los pulmones.) 
El material era tan finito que al más mínimo golpe se rompía.
Yo almacenaba  pipetas al por mayor.     Mi cama no tenía sábanas sino unos lienzos  porque la adrenalina dejaba unas manchas difíciles de quitar. No había noche que el líquido no se me derramara: dormitaba  con el  Asmopul en la mano. Todo se  solucionó cuando apareció el  Ventolín (el medicamento venía en un recipiente de metal herméticamente cerrado).  Comencé a utilizarlo en Israel a partir de 1974.        
Dos años después   comencé a utilizar  el  INTAL (cromoglicato de sodio) unas  cápsulas que se colocaban en un dispositivo que liberaba un polvo que iba directamente a los bronquios. Mis ataques se redujeron a la mínima expresión. La mala noticia fue  que se dejó  de producir quizá porque a los médicos se quedaban sin  clientes.
A partir de los sesenta y cinco años de edad sobrellevé el clima adverso de Mar del Plata  con nebulizaciones y corticoides.
EL DÍA  QUE EL ASMA DEJE DE SER UN NEGOCIO  TENDRÁ SU CURA.
Sobre  mi  esquelética humanidad se estacionaban  las   ventosas, los cataplasmas de lino,  los ungüentos con grasa de gallina,  los  supositorios de diversos calibres, y   las inyecciones intramusculares e intravenosas.
Mi boca era un tragamonedas que no daba premios y solamente esquilmaba a Mis Padres.  No había día que no tuviera que deglutir  pastillas y grageas de distintos tamaños;  jarabes y  jaleas de diferentes colores.      
Durante el invierno Mi Madre me  colgaba del cuello  una bolsita con pastillas de alcanfor. Estaba convencida que así me aislaba de las enfermedades estacionales.
En vez de nebulizaciones  me hacía vahos de eucaliptos. Ella colocaba las hojas en una olla con  agua que  hervía sobre un PRIMUS. Me  tapaba la cabeza con una toalla  para que no se perdiera el vapor. Yo sufría de lo lindo porque   transpiraba más que un atleta durante una maratón. Un momento de sufrimiento extremo fue  cuando a Mi Madre se le ocurrió, en pleno invierno, bajarme la fiebre envolviéndome  con sábanas sumergidas  en agua fría. Pensé que me iba a pescar  una neumonía. Nada de eso pasó. La fiebre desapareció pero yo me negué a que mi Madre me volviera a congelar.
 Mis Padres para  aliviar mi tormento buscaban soluciones prácticas y mágicas. Se ilusionaban primero y se deprimían ante los reiterados  fracasos.
Fumé cigarrillos  del  Dr. ANDRÉU (una  mezcla de yuyos). Hubo a quienes les hacía  bien; a mí me producía un terrible  dolor  de cabeza. 
En una ocasión me llevaron en  un bote hasta la mitad del río. El botero,  un hombre ducho, no tardó en pescar  una boga. Yo debía  expectorar en la boca del pez y después devolverlo a su hábitat natural. Yo no me curé; puede que haya contagiado al pez. 
Un día Mi PADRE  llegó con la novedad que se podían hacer cigarrillos de floripondio, una planta a la que se le reconocen  propiedades alucinógenas.  A mí no me sirvió  ni siquiera  para imaginarme un mundo mejor.       
Una madrugada de invierno Mi PADRE me llevó en el coche hasta la  Estación de Trenes.  Según una conocida suya,  yo tenía que aspirar   el humo que despedían  las locomotoras. Al cabo de un tiempo se dio por vencido. Los trenes pasaban  pero mi asma se negaba a partir.
Tuve un tratamiento que produjo en mí una notable mejoría, pero  no lo  pude continuar porque era en la Capital Federal y en  el Colegio me habían autorizado  a faltar durante dos semanas.
Mi MADRE me llevaba diariamente al hospital  José María Ramos Mejía (en homenaje a un médico psiquiatra n. 1850).  Me introducían en un pulmotor, menos  sofisticado que la cámara hiperbárica, con la forma de una estrecha cabina de un avión monoplaza.
Después   de media hora, me acostaban   en una camilla,     y  durante otros treinta minutos me exponían  a los  rayos ultravioletas.
En esta misma época   me aplicaron  la MANTOUX,   una vacuna para prevenir la tuberculosis una enfermedad que afectaba  a vastos  sectores de la sociedad, sin discriminar entre pobres y ricos. 
Algunos veranos Mi MADRE me llevaba a  las Sierras de Córdoba. Si bien no me sentía totalmente liberado de las fatigas,  eran lugares  lo suficientemente benignos  como para darle una cierta tregua a mi  organismo tras un  largo  padecimientos de  invierno.
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VENTOSAS. “Se utiliza en la medicina tradicional china.   El efecto del calor se conjuga con el de
succión, abriendo los poros, incrementando la circulación, sacando productos de desecho o retenidos.”
EUCALIPTO.  Sarmiento   importó las semillas de los EE.UU. (1858.)  
HORNILLO  PRIMUS.  Fue el primer quemador para cocinar de queroseno.  Fue desarrollado en 1892 por Frans Wilhelm Lindqvist, un mecánico   sueco. 
CHARLES MANTOUX.  Médico francés (n. 1877), descubridor de   la reacción  cutánea   el diagnóstico de la tuberculosis.
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 OTROS  EXPERIMENTOS DE MI MADRE.  Ella  era una fiel lectora de SELECCIONES.  Se iluminó   cuando leyó un artículo del fisicoculturista italiano CHARLES  ATLAS (Ángelo Siciliano n. 1893),  quien  había sido  asmático;   y mediante una serie de ejercicios físicos había logrado librarse de  la enfermedad. 
Mi MADRE asimiló   sus consejos y todas las mañanas me arrancaba de la cama, me llevaba al patio y me hacía repetir una serie de movimientos que me iban a permitir respirar con mayor naturalidad.
La relación con  mi personal trainer  no  tardó en resquebrajarse. Mi indolencia  me superaba, todo lo hacía a desgano y  no me  amedrentaban  sus  coscorrones. 
Una mañana  Mi MADRE   no me despertó. En el desayuno me dijo que renunciaba, no quería  seguir lidiando conmigo. Y me anticipó que en el futuro esto lo iba a pagar. Y así fue: mi  caja torácica no se desarrolló y después de cada ataque  mi recuperación  se hacía   más lenta.
Si algo me faltaba para llenar el cuadro del niño enfermo  era hacerme   pis en la cama.
Fueron dos años de mucha vergüenza y de una enorme angustia porque no había forma de salir de esta situación. Mi Madre intentó toda clase de tratamientos. El último  fue  hacerme  mear  sobre un ladrillo  caliente cuyos vapores debían  corregir mi incontinencia urinaria. 
El día que amanecí sequito  fue  una fiesta colectiva: toda Mi Familia estaba harta de tener la casa oliendo a orina.
ALIMÉNTATE CON MESURA Y DESAFÍA AL MÉDICO. JOHN HEYWOOD.
Mi MADRE no solamente se cansó de los médicos, sino   también de los enfermeros: ella aprendió a pincharme el culo.  Se compró una jeringa de vidrio, (entonces no eran descartables), agujas de varias medidas  y un recipiente de acero inoxidable, para  esterilizar el material.
Su buena mano le sirvió para ganarse mi confianza y hasta la de Mi   Padre.
Mi MADRE  se quejaba permanentemente  de mi postura durante las comidas. Que no me sentaba correctamente, que  no masticaba lo suficiente que no lo hacía con la boca cerrada,  que no tomaba  los cubiertos urbanamente y que mi plato era un chiquero. En definitiva: me tenía catalogado  de ser  un pésimo comensal.
Cuando MI MADRE más me presionaba más nervioso me ponía y peor hacía las cosas. Y Mis Hermanos me gozaban: “El hermanito mayor no sabe comer.”
El asma se reciclaba  con mayor virulencia. Mi Madre estaba desorientada. Volvió a consultar  la revista que se había convertido en su numen de cabecera: Viva Cien Años.
MI MADRE se dejó influenciar por una nota que daba a entender  que la clave de todos mis males estaba en la comida.
Mi MADRE tomó la cosa con tanta seriedad, no permitiendo ningún tipo de protesta.
Estaba  totalmente prohibido el consumo de    carne. Solamente me daba la sangre de un churrasco   de pulpa por su beneficio nutricional. Lo exprimía de tal manera que   lo dejaba hecho  una suela.  Luego iba a parar al plato de nuestra gata blanca, a quien también había que alimentar.   
Yo  al felino lo miraba de lejos porque decían que  sus pelos   afectaban a los asmáticos.
Otros de los refuerzos nutricionales que yo recibía  eran: el  aceite hígado de bacalao, que venía en una botella  de  litro, y la cerveza malta.
Una vez   MI MADRE quiso lucirse fabricando   una cerveza casera  de acuerdo a una fórmula polaca.  Llenó  de agua una botella de litro y medio, le agregó  migas de pan, cebada y lúpulo.  Dejó macerar el preparado durante dos meses.  Fracasó porque  el  tapón  no soportó  tanta presión. Nunca más repitió la experiencia.
Las verduras cocidas, la leche, la cuajada, el queso de ricota, los jugos de fruta, las nueces, las sopas de avena y sémola, constituían los platos fundamentales del  menú   que yo consumía  tanto   en invierno como en verano. 
Mi Madre quiso incluir a Mi Padre en su régimen de comidas. Aarón se rebeló.  Almorzaba  en el  restaurante Bazarelli y cenaba en casa. De noche se preparaba  un filete de lomo reseco, una ensalada mixta y una manzana asada.
MIS HERMANOS como  no tenían escapatoria por más que pusieran cara fea, debían
comer lo mismo que yo.  Todo intento de rebelión era aplastado sin ningún tipo de contemplación. 
Yo envidiaba  a   MIS PRIMOS, los colorados.  Para ellos no había restricciones: se comían la vida. La cocina de Mi Tía nunca descansaba. Sobraban los aromas, aquellos que despiertan el apetito.
MI REBELDIA SOLITARIA. En  las pocas cosas que   Mis Padres  coincidían  era sobre el valor nutritivo  de la nata de la leche. Ellos a las tostadas   las  untaban con ese suero espeso. Yo sentía unas ganas  vomitar apenas asomaba a la superficie de la leche.
Mi MADRE se había empecinado en que yo  comiera la nata de la leche como si fuera algo que me iba a cambiar la vida.          
Durante un desayuno decidí cortar por lo sano: junté  el cogollo, me la puse  en un  bolsillo del mameluco y lo  fui a tirar   en el inodoro.
Mi MADRE   se dio cuenta de la maniobra.   Esperó que yo volviera del baño, y cuando me tuvo a su alcance me cacheteó. Fue su manera de anunciarme que abandonaba la lucha.
Desde ese día  Mis Hermanos y yo colábamos la leche antes de tomarla. Ellos nunca me agradecieron  el haber conseguido  que Nuestra Madre dejara de atormentarnos con la nata de la leche.
Lo extraño que a mí la crema de leche  procesada me fascina. 
Yo era capaz de tomarme  los cinco litros que traía del tambo  de  unos amigos de Mi Padre.  
A mí me encantaba inundar de crema tanto a  la sopa de remolacha (borsch) como   a las frutillas.
Hoy la crema es un  objeto suntuario y de dudosa  pureza.
Yo tenía prohibido beber durante las comidas.   Mi Madre decía que  afectaba la buena digestión.   En casa no entraba una gaseosa ni por equivocación. El tiempo le dio la razón: las bebidas colas   producen problemas musculares, desarrollan la   diabetes e incluso las crisis cardíacas.
Mi PADRE, después de pasarse un año comiendo en el restaurante,  regresó a la mesa familiar   con la cola entre las patas. Le habían diagnosticado una  úlcera digestiva. Como no quería morirse desangrado ni someterse a ninguna operación,  se transformó en un paciente  respetuoso de las indicaciones médicas. No podía pasarse  mucho  tiempo sin comer. Nunca se iba a trabajar  sin llevarse un frasco de  avena cocida  mezclada con aceite de oliva; y unas tostadas  untadas con dulce de membrillo. 
Mi MADRE  saboreó su triunfo, en silencio, como siempre. Mis Hermanos se fueron al mazo: a cualquier chico le asusta un padre enfermo.     
Totalmente controlado el frente interno Mi MADRE siguió haciendo de la suya. Dio de baja a varios medicamentos alopáticos  reemplazándolos por homeopáticos. Sobre una mesita amontonó  botellitas llenas de pastillitas blancas, difícil de distinguir unas de otras,  solo identificables por sus   rótulos.
Lamentablemente todo  el tratamiento implementado por Mi Madre no mejoró mi estado de salud.   
Cuando Mi MADRE pensaba que solamente tenía que atender a  dos pacientes se le sumó un tercero: Mi HERMANO, el mediano,   Le descubrieron parásitos,   de los bravos.  Pasó por distintos tratamientos caseros hasta que las amebas pudieron ser desalojadas. 
Mi HERMANO, aparte de su locura habitual, se pescó   una  migraña perniciosa. Cuando se sentaba a la mesa  se sostenía  la cabeza por temor a que se le cayera. Este hábito  le quedó de por  vida.
Nunca supe lo que  era una gastroenteritis.  Cuando Mi MADRE suponía que estaba empachado  me limpiaba  la  cañería  con aceite de castor (ricino). El alma se me  iba por el inodoro.
Yo comencé  a padecer de  MIGRAÑA a los cincuenta años de edad. Pensé que sería de la vista. El oculista me indicó un medicamento que, además de reventarme el estómago,  no me producía ninguna  mejoría.
Mi MUJER    encontró la solución  en un  libro de medicina alternativa: en medio litro de agua hervida y luego enfriada se diluyen dos tarritos   azafrán en polvo.
Diariamente me tomaba un cuarto de vaso de esa preparación. Después de un mes se me fueron las jaquecas.
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Yo conseguía salirme de la dieta cuando iba al  colegio. En el quiosco  vendían unos sándwiches que a mí me aflojaban la ptialina. Cuando  a Mi MADRE la agarraba la  buena me daba unas monedas para que me comprara un bocadillo de dulce de membrillo.  Yo  me lo  pedía  de mortadela (embutido, originaria de Boloña,  hecho en base de carnes de cerdo y vaca molidas.)
Después venía la ardua tarea de quitarme el olor y de no eructar en   presencia de Mi MADRE
Siempre llevaba conmigo  un vasito de plástico  que era plegable que cerrado parecía un yoyo. Me pasaba por la lengua bastante dentífrico y después me hacía  unos buenos buches. 
En casa los únicos sándwiches  que tenían libre circulación   eran  aquellos   que se hacían con el   pan negro GOLDSTEIN (pan ruso) que traía Mi PADRE de sus viajes a la Capital Federal. Podían ser de pastrón, de Leberwurst  o  de jamón  crudo  que,  según MI MADRE,  era más sano  que el cocido.
El pan Goldstein era un producto tan genuino que alcanzaba con cubrirlos con paños húmedos para que se mantuvieran frescos durante mucho tiempo. 

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Volví a saborear un pan similar al Goldstein cuando estuve en Praga en el año 2001.     
 Mi MUJER comenzó  a  amasar en casa, cansada de la mala calidad de los productos panificados  y  sus precios abusivos.  
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Mi MADRE se desengañó de las dietas cuando vio que mi salud iba de mal en peor. Volvió a encender las cuatro  hornallas de la cocina  ISTILART que funcionaba a carbón y a leña. Las ollas comenzaron a humear. Las carnes rojas, el pescado y el pollo tuvieron su espacio  en nuestros platos.  De todos modos estaban prohibidos  las frituras,  los pucheros, los estofados y todo tipo de charcutería. Mi MADRE compraba los pollos  vivos y ella misma los carneaba degollándolos  con una hojita de afeitar.   No en vano había sido hija de un matarife--- shojat.  
Una sola vez  fue humillada por una de sus víctimas.  Cuando le hizo el primer  tajo, el pobre  bicho se contorsionó de tal manera que se le  escurrió  de entre  las  manos y echó a correr refugiándose  en el garaje. Después de dar unas cuantas volteretas  se  desplomó   desangrado.
 La gente del campo era de  matar  vacas preñadas.  Yo no comprendía el daño que se le hacía a la hacienda. Mi PADRE, de vez en cuando,  compraba un tapichí (nonato.)
Llevado al horno y   bien condimentado era  un manjar difícil de igualar.
A  dos cuadras de casa funcionaba un matadero en condiciones poco higiénicas. La faena se hacía a la vista de todos. Se encerraba a la bestia en una especie de corral, y se lo mataba de un mazazo en la cabeza. Después se lo colgaba de las patas traseras y se lo desollaba. Una sola vez soporté  ver tan triste espectáculo.
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 CERVEZA. Históricamente fue desarrollada por los antiguos pueblos elamitas, egipcios y sumerios. “Las evidencias más antiguas de su  producción aparecen en el   antiguo Elam (actual Irán), y datan del año 3500 adC.”
GATO. “Fue adorado varios siglos antes de Cristo: hay escritos sanscritos que dan cuenta de la importancia que tenía  entre los hindúes.  En el año 500 adC, en China un gato era la mascota preferida de Confucio. Un siglo después, el profeta Mahoma  rezaba con un gato entre los brazos.”
HOMEOPATÍA.  Se basa en el desarrollo  de la teoría del médico alemán Samuel  Friedrich Christian Hahnemann, (n. 1755 ): “lo similar se cura con lo similar.”
SÁNDWICH. John Montague llamado el Cuarto Conde de Sándwich (n. 1718),  era un empedernido jugador que pasaba las horas jugando a los naipes y apuestas. “Al no tener tiempo para comer, el conde ordenaba a los cocineros del club que cocinaran el filete con sal y lo metieran entre dos piezas de pan tostado para poder comerlo mientras apostaba.” 
PRAGA. El primer asentamiento estable fue  de una  tribu celta, en el siglo VI adC.                                                              
MATADEROS.. En Chile en el año 1563. En la Argentina  fue a partir   de 1810. Los primeros mataderos frigoríficos se construyeron  a ambas orillas del Rio de la Plata, en 1884.
(Todos los   capítulos en: elhombredelamemoriacorta.blogspot.com)