jueves, 23 de mayo de 2019

DIOS ESTA PRÓFUGO (III)


    Dios es la Energía que produce un grupo de personas reunidas con idénticos propósitos, aunque tengan  distintos nombres.
Esta Energía siempre cumple  similar función: le sirve al   creyente  para superar su ansiedad, su frustración, su soledad y su miedo a morir. 
En el recinto donde se congregan los creyentes la   Energía cobra forma humana.  Puede ser un  cura, un  lamaísta, un  pastor evangélico, un rabino o un ulema musulmán, el que  consigue convencer  al practicante,  que él  es el representante de  Dios en la Tierra. 
Esta caracterización se va ampliando a medida que aparecen nuevas ofertas celestiales.
---------

En el Mundo no  hay un  Dios que se resista al dinero.
En todos los  cultos, la comunicación con el Más Allá tiene su precio.  Las    diferencias  están  en las   tarifas.
 Hay Iglesias que son muy modestas,  sus gastos operativos son mínimos. Lo único que les encarece es el sueldo del pastor.
  MI NACIMIENTO FUE INOPORTUNO: llegué en el año1941.  Europa estaba en llamas. Los cuerpos de los hebreos eran las teas que servían para que el fuego no se apagara.

Con el correr de los años supe que  Mis Padres no lloraron de felicidad por mi venida a este mundo, sino por los  familiares muertos durante la SGM.
Además, se  sintieron descorazonados porque   Dios  había vuelto a abandonar al pueblo hebreo. 
Mis Padres no iban a la sinagoga con la frecuencia que lo hacían otras familias que vivían en mi pueblo.
Pagaban  puntualmente la   cuota social de la Unión Israelita,  para mantener su actividad y no dar lugar a que se pensara   que  Mi Familia se  había apartado de la colectividad.
   Mis Padres celebraban tres festividades del calendario judío: Año Nuevo-Rosh Hashaná: el Día del Perdón -Yom Kippur; y las Pascuas—Pesaj.
A diferencia de Mi Padre, que no le daba bola al asunto,  Mi Madre respetaba el Shabat,  nuestro día de descanso, que era cuando    encendía dos  velas que colocaba en unos candelabros que guardaba celosamente y era lo único que brillaba en  nuestro caserón.  
Mi Madre se cubría la cabeza con un pañuelo multicolor, llenaba una copa de plata con vino dulce y lo bendecía diciendo  el  kidush. Después, Mi Madre nos repartía,  a Mis Dos Hermanos y a mí, trozos  un pedazo de un pan trenzado, (jalá),de valor simbólico  que ella misma amasaba. Y de esta manera   poco ortodoxa daba por finalizado    el ritual.
 Mi Madre, después de cenar, nos contaba    historias de gente buena que Dios  compensaba.  Nunca le creí: siempre terminamos siendo agredidos o asesinados por el goi  (el gentil.)
En Rosh Hashaná  Mis Padres,  nos obligaban ir al shil (sinagoga). Era   cuestión de no olvidar nuestros orígenes. Y no por creer en Jehová.
Yo  a buscar cómplices para mis correrías.
Para que Mi Padre no se disgustara conmigo, de a ratos,   iba y me sentaba a su lado. Y él feliz  me señalaba con el dedo el texto que estaba leyendo.
Yo intentaba seguirlo  con la vista pero enseguida me distraía. Y al rato volvía a mis andadas con los otros gurises que  estaban dispuestos a   corretear.
  Mi casa se conmocionaba en  Rosh Hashaná y Yom Kippur, con la llegada de la hermana y el cuñado de nuestro  inquilino Jonás.
Jonás   era de origen austriaco. Durante la PGM había sido distinguido por su Gobierno  por la enorme valentía demostrada durante la contienda.
 Cuando estalló la SGM, Austria le agradeció los servicios prestados, enviando a su esposa y a sus dos hijos, a  los campos de Mauthausen-Gusen de donde no salieron con vida. 
Jonás, pudo escapar y esconderse en un wald cercano a Viena.
Su vida dejó de tener sentido. Se iba suicidando lentamente tomando  todo el día  café y fumando compulsivamente.
Recuerdo sus mostachos que tenían el color de la nicotina.
Él dejó de ir  a la sinagoga, desde el momento que Dios lo abandonó.   
La hermana de Jonás y su marido, vivían en la ciudad entrerriana de Feliciano. La comunidad era tan pequeña que no justificaba la contratación de un jazán que se encargara de las ceremonias religiosas. Por eso para las fiestas se venían a Concordia y la pasaban
con nosotros y sus dos hijos, aún solteros,   quienes  trabajaban en  esta ciudad. 
  Entre  los años  1946 y finales de los 60’ en mi pueblo había una gran comunidad hebrea.
En Año Nuevo y en el Día del Perdón se notaba. Los negocios permanecían  cerrados y los estudiantes estábamos autorizados a faltar  a clase.
 En el siglo XXI se habla mucho del bullyng (acoso escolar). A mitad del siglo XX yo lo padecí.Mi primer nombre es JACOBO.  Cuando podía, decía que me llamaba   Saúl (mi segundo nombre.) 
Mis compañeros de la Primaria me agobiaban desde   el habitual “Jacoibo, hasta judío pija recortada”. De vez en cuando  renovaban su repertorio. 
 Yo empecé mis estudios primarios cuando hacía tres años que había finalizado la Segunda Guerra Mundial.
La muerte de seis millones de hebreos no tenía ningún  significado para mis compañeros de clase. Ellos seguían batiendo parches sobre los mismos temas que sirvieron de pretexto para la matanza de mi pueblo  en Europa.
  Yo me sentía como doblegado por esas imágenes que me llegaban  a través de diarios y revistas,  donde  los creyentes   rezaban a un Dios prófugo  mientras eran enviados a los campos de exterminio.
 Nuestros  vecinos   de Concordia  se pasaban yendo a misa. Había  una solterona que buscaba en la iglesia  alguna imagen masculina que le ayudara a imaginar otro tipo de vida, más cerca del cuerpo y no tan lejos de los deseos.
En esa  misma casa vivía un matrimonio que tenía  dos hijos que cuando se embalaban    me regalaban a modo de saludo: “Chau judío de mierda.” Y    Dios no los castigaba.
En la Escuela Normal, donde cursé mis estudios primarios, los alumnos católicos recibían clases de Religión. Era por un arreglo que había hecho el presidente Perón  con la Iglesia Católica, por haberlo apoyado en  su primera candidatura a la Presidencia de la Nación.
Los hebreos salíamos del curso y nos encerrábamos en una sala donde se suponía  recibiríamos  clases de Moral, algo que  nunca sucedía.

Cuando volvíamos a clase nos encontrábamos con nuestros compañeros transformados,  capaces de asesinarnos porque los curas les habían repetido  la  cantilena de siempre: que  tanto  mis ancestros, Mis Padres, Mis Hermanos y yo,   habíamos  matado al Hijo de Dios.
 Los argentinos de origen hebreo no siempre la pasaron bien en esta tierra, crisol de razas. 
LA JUDEOFOBIA   tuvo sus comienzos en la literatura.   En la novela   La Bolsa   publicada en 1891, a pesar que en la Argentina no  había hebreos, su autor Julián Martel (José María Miró, n. 1867),  nos  culpaba de la crisis financiera que asolaba al país.
Un detonante para la judeofobia   fue el asesinato del jefe policial Ramón Falcón cometido por un joven de origen hebreo de diecisiete años Simón Radowitzky.  
En 1919, durante la llamada Semana Trágica, el periodista idish Pedro Wald (n.1886) fue detenido y acusado de tramar un “gobierno judío maximalista (extremista) en la Argentina.”
Al salir de la cárcel después de soportar la tortura  escribió la novela Koshmar (pesadilla.) 
Wald relató alguno de los episodios ocurridos  el  9 de enero 1919: “…salvajes eran las manifestaciones de los niños bien que marchaban al grito de ‘! Mueran los judíos; Muerte a los extranjeros y maximalistas!’
Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías… Detienen a un judío y luego de los primeros golpes le comienza a brotar un chorro de sangre de su boca; acto seguido le ordenan cantar el Himno Nacional. Como no lo sabe, lo matan en el acto…
No   seleccionan. Pegan y asesinan a quienes encuentran…”
El día 10 del mismo mes de enero,  fueron asaltados los locales de las organizaciones 
Avangard y Poalei Tzion y la Asociación Teatral Judía (IFT). 
“Jinetes de la policía arrastraban a los viejos  desnudos por las calles de Buenos Aires, les tiraban de sus encanecidas barbas, y cuando ya no podían correr al ritmo de sus caballos, sus pieles  se desgarraban raspando contra los adoquines, mientras los sables y látigos de los hombres de a caballo golpeaban sus cuerpos…
  En el Departamento Central de Policía les pegaban espaciosamente. 
En la Comisaría Séptima,  los soldados, vigilantes y jueces,  encerraron a los judíos en los baños, donde los torturadores tiraban en forma salvaje de sus bocas, mientras la policía argentina y los soldados les orinaban en la boca…”
 El segundo testigo presencial fue el médico y escritor político Juan Carulla (n.1888): “Oí que estaban incendiando el barrio judío y hacia allí me dirigí. Al llegar a la Facultad de Medicina, me tocó presenciar el primer pogromo en la Argentina.
En medio de la calle ardían piras formadas con libros… Se luchaba dentro y fuera de los edificios…
Se acusaba a un comerciante judío de hacer propaganda comunista.” 
El saldo en vidas de aquella Semana Trágica fue de ochocientos muertos y cuatro mil heridos.

No hay comentarios: