LA
NATURALEZA RENUEVA LOS CUERPOS, Y
REPRODUCE LAS BOSTAS HUMANAS.
El escritor argentino Jorge Luis
Borges definió, en una línea escrita en 1938, la diferencia entre el antisemitismo alemán y el
argentino: “Hitler no hace otra cosa que exacerbar un odio preexistente; el
antisemitismo argentino viene a ser un facsímil atolondrado que ignora lo
étnico y lo histórico.”
Su reflexión fue válida entonces y lo es aún
ahora, no sólo para Alemania y Argentina sino para Europa e Iberoamérica. Hasta
hace unas décadas, el antisemitismo fue un derivado de dos odios externos: el
antiguo antijudaísmo de
la tradición católica en España, y el racismo europeo del siglo XX. Pero en tiempos
recientes, exacerbado por el conflicto palestino israelí, ha aparecido un
nuevo, potente e inesperado antisemitismo: un antisemitismo de izquierda.
Aquella
“atolondrada ignorancia” no sólo era evidente por la presencia generalizada de
innumerables apellidos de “cepa judeo portuguesa” (el elemento étnico al que
Borges se refería) sino por la historia, apenas contada, que guardan los
archivos de la Inquisición.
Iberoamérica
es la zona arqueológica de un judaísmo secreto,
desprendido de sus
raíces. Desde tiempos de la Conquista hasta mediados del siglo XVII, sucesivas
olas de inmigrantes judíos provenientes de España y Portugal se avecindaron en
la futura América Latina. Según ha demostrado el historiador inglés Jonathan Israel, desde sus ciudades y puertos
tejieron una impresionante red comercial y financiera que cubría todos los
continentes y fue el presagio de la actual globalización. Al truncarse por los
autos de fe del siglo XVII y desvanecerse en el espacio y el tiempo, esta
presencia dejó apenas algunas huellas culturales más allá de los apellidos. Por
eso mismo, no se generó un antisemitismo autóctono.
La
posguerra fue generosa con los judíos latinoamericanos.
El contraste actual
con España —la casa matriz política y religiosa— puede ser ilustrativa. Hubo
judíos en España desde antes de Cristo y oficialmente cesó de haberlos en 1492,
pero su presencia había sido tan arraigada que el fantasma del judío recorrió
los siglos españoles hasta llegar al presente.
El viejo antijudaísmo
religioso está vivo en el habla cotidiana, en las leyendas populares y en
sectores de la opinión pública, pero su contraparte no es menos cierta: el
culto a la huella de Sefarad en muchas ciudades españolas y la tradición
liberal de tolerancia y pluralidad que tuvo su mayor expresión universal en la
obra de un nieto remoto de España (Spinoza) y en
las novelas de otro gran Benito: Pérez Galdós. Por si
faltaran hechos alentadores, el tratamiento del trágico tema judío en la
magnífica telehistoria Isabel (producida por RTVE) fue objetivo, delicado y
conmovedor. Por eso, aunque es alto, el índice de la ADL para España es menor
que el promedio de América Latina: veintinueve por ciento.
A fines del
siglo XIX, los países independientes de Iberoamérica acogieron nuevas oleadas
de inmigrantes judíos. El principal receptor fue Argentina.
Como sus remotos
antepasados, huían de la persecución, en su caso zarista. En las primeras
décadas del siglo XX, con el ascenso del antisemitismo en la Europa del Este,
la corriente incluyó miles de judíos polacos. En la mayoría de países de
América Latina, encontraron una atmósfera general de tolerancia, que se
perturbó por una década por efecto de otro odio exógeno: la propaganda nazi.
Al estallar
la II Guerra, un sector de la prensa y la opinión pública latinoamericana —y no
pocos intelectuales, políticos y empresarios de derecha— simpatizaron con las potencias del Eje (incluido Perón.)
Las publicaciones antisemitas (Los protocolos de los Sabios de Sión, El
judío internacional, Mi lucha) circularon profusamente, junto con obras (artículos,
caricaturas, carteles, folletos) de autores locales. De particular importancia
simbólica en México fue la aparición en 1940 de la revista Timón, pagada por
los nazis y dirigida por José Vasconcelos, el escritor y filósofo más
prestigiado de la primera mitad del siglo XX.
--- En mi
pueblo (Concordia, ER), hasta la rendición del Eje, cerca de mi casa había una
imprenta que se dedicaba a imprimir libelos antisemitas.
La posguerra
fue generosa con los judíos latinoamericanos. El antisemitismo facsimilar de
corte hitleriano pasó a los márgenes oscuros e inconfesables de la opinión
pública. Creció paralelamente la conciencia del Holocausto y el prestigio de
Israel. Pero en Argentina, el
país con mayor población judía, el nazismo mantuvo cierta influencia debido al
asilo concedido por Perón a varios altos rangos hitlerianos que dejaron escuela
y cuyo momento para ensayar sus prácticas genocidas llegó en los años setenta.
En 1976 dio
inicio el caótico periodo en que los militares argentinos tomaron el poder y sometieron a los liberales
y los izquierdistas a un régimen de exterminio. La tortura era la misma en el
caso de judíos y no judíos, pero si se trataba, como Jacobo Timerman, de un
judío liberal, se acompañaba de gritos de “judío”, “judío” y ocurría en un
cuarto con un retrato de Hitler. Quizá Timerman salvó su vida gracias a que los
torturadores lo creían miembro prominente de la conspiración consignada en los
Protocolos de los Sabios de Sión y esperaban sacarle información significativa.
---- Hoy: ¿Qué
espera el partido gobernante argentino sacarle al hijo de T. (Héctor), que lo
mantiene como ministro de Relaciones Exteriores, mientras la Presidenta, habla
peste de Israel?
Hoy el índice de antisemitismo en la Argentina
es igual que el de México y Trinidad y
Tobago (veinticuatro por ciento), por
debajo de todos los países del área salvo Jamaica (dieiciocho) y Brasil
(dieciséis.)
En estos
últimos veinte años, el justificado
enojo de los ámbitos liberales y la izquierda con la OCUPACIÓN
ISRAELÍ DE LOS TERRITORIOS en Cisjordania y la Franja de Gaza se ha
venido transformando en algo muy distinto: un antisemitismo de izquierda,
especialmente duro en círculos académicos.
---- Como
siempre la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el propio. No hay manifestaciones
masivas de las verdaderas tropelías que se cometen a diario contra los pueblos
originarios.
Dos factores
adicionales le han dado impulso: el antisemitismo oficial del régimen chavista
y el crecimiento de las redes sociales. Ahora pueden leerse todos los lugares
comunes del viejo antisemitismo de derecha sancionados por algunos profesores
de izquierda.
El hecho
central permanece: América Latina no es (aún) particularmente antisemita. Pero
hay países como Panamá (cincuenta y dos por ciento), Colombia (cuarenta y un
por ciento), República Dominicana (igual porcentaje), Perú (treinta y ocho) y
Chile (treinta y siete) con niveles alarmantes.
La solución
justa y la paz en Oriente Próximo pueden rebajarlos, pero ese elemento no es
sólo exógeno sino improbable. Mientras tanto, cada país debe profundizar en el
conocimiento de este prejuicio milenario y combatirlo, igual que a todas las
formas modernas del racismo.
( Síntesis de
un escrito del es escritor mexicano y director de la
revista Letras Libres Enrique Krause, aparecido en El País.)
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