viernes, 9 de noviembre de 2012

El bullyng no es algo nuevo.



Todos los días aparecen en las primeras planas de los diarios del   mundo entero,  noticias de adolescentes que se suicidan o   intentan   quitarse la vida,  porque no soportan  el acoso del que son objetos por parte de  otros jóvenes, especialmente dentro del marco educativo. 

En la Argentina, esta forma de violencia escolar ha ido cambiando de traje y los pocos que estudian el tema reparan en lo mismo: antes las chicas separaban; ahora son cada vez más las que hostigan a otras, incluso a los golpes.

Tampoco no para de crecer el ciberbullying: acosan con mails anónimos o usurpando la identidad de otros o suben fotos comprometedoras a Facebook para humillar a uno frente a una red de supuestos amigos. 

Quizá la gran difusión que tiene el bullyng en esta época, oculta cosas que ya existieron en  el pasado.

Yo en la Escuela Primaria fui objeto del bullyng, algo  que en  la década del cincuenta del siglo pasado no se lo conocía como tal. 

Mi sufrimiento  comenzó durante el primer gobierno de Perón cuando,  devolviendo  gentilezas, le otorgó a la Iglesia Católica, horas cátedras, para que enseñara  Religión en las escuelas.
(El cardenal Santiago Luis Copello había apoyado abiertamente  la candidatura de Perón a la Presidencia de la Nación.)

Yo  me retiraba de las  clases de Religión,  y durante dos horas yiraba por el patio del colegio  hasta que los clérigos se retiraban.
Esto sucedía dos veces por semana.

El acoso se producía cuando yo regresaba al aula.   Los curas ya se habían encargado de darles a mis compañeros su perorata tendiente a acrecentar el odio hacia los hebreos. 

No había clase en que los  curas no  reforzaran  las mentes de los alumnos, para que vieran en mí  el causante de todos  los males del mundo.  Yo había sido quien había matado al Hijo de Dios. Justo yo que era incapaz de matar una mosca.

Por supuesto que los sacerdotes   no tenían nada que decir sobre la participación de la   Iglesia,  durante  las Cruzadas; en tiempos  de la Inquisición; ni sobre las masacres de los pueblos originarios de América; entre otras bondades producidas por  la fe cristiana.

Yo me ganaba toda clase de improperios   y descalificaciones, hasta que un grupo menos beligerante introducía un poco de paz entre el asesino de Cristo y los defensores  de la fe.
Hasta que no me iba del Colegio, yo estaba   aislado del grupo.  

Cuando  no se dictaban las clases de  Religión, todos éramos amigos, todos nos abrazábamos, todos  compartíamos idénticos proyectos infantiles.

Afortunadamente para mí, unos años después,   poco antes  que yo terminara la Primaria, un gato negro se cruzó entre Perón y la Iglesia, y se terminaron mis padecimientos. Los curas no volvieron a la Escuela Normal de Concordia.
Se   reabrieron los prostíbulos que habían sido clausurados, reavivándose  la   zona roja,  ahora convertida en un lugar muy concurrido, por solteros y maridos aburridos.

La vida es una fotocopia. Sólo es  cuestión de recordar.
  
  ----------------------
 Si algo siempre tuve en claro en toda mi vida,  que nunca quise ser famoso ni hacerme de riquezas. Mis únicas  fortunas son mis ideas, que no cambiarán el mundo pero servirán de reflexión, para aquel que tenga deseos de pensar.
Mis textos se encuentran en: MIS TORRES DE BABEL. BLOGSPOT.COM
----------------------