miércoles, 25 de julio de 2012

¿Por qué el Estado mantiene vagos?


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La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las diferencias y las particularidades por la  vía de la violencia. (Vasili Grossman n.1905)
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Los legítimos reclamos de los trabajadores tropiezan, a menudo, con sus propias contradicciones  y la complicidad de un Estado que permite que los que desean trabajar se vean arrastrados por una comunidad de vagos que se hallan enquistados en los sindicatos y en las   propias   instituciones estatales.  

Si en un Ministerio no se controla lo que ocurre en su área el mismo se convierte en un agujero negro, donde los recursos se evaporan de manera criminal.
Hay una superpoblación de trabajadores que no saben para qué se levantan todas las mañana, ni por qué  van a  laburar. Y después, se cansan   de chocarse los unos a los otros, tratando que ver quién se raja primero. 
Y el descrédito laboral termina siendo una trampa insalvable para el propio Estado,   como le ocurre al gobernador bonaerense Daniel Scioli, a quien no le alcanza el  dinero para pagar sueldos y salarios. 
Recientemente en la localidad cordobesa de Bialet Massé, el intendente sorteó el orden de prioridades entre sus empleados, par ver quiénes serían los primeros en recibir el medio aguinaldo y quienes irían a integrar la lista de rezagados.
El descalabro financiero de la comuna se originó por exceso de
personal. Más de un cincuenta por ciento  no justifica el conchabo.

En todos los reclamos por aumentos o demoras en el pago de los salarios se alistan en primera fila   los vagos, los amigos de los jefes,  los punteros políticos,  algunas amiguitas de aspectos saludables, o los parientes de los parientes que utilizando la palanca de algún familiar lograron un conchabo por demás lucrativo para no hacer nada.

Días pasados estuve en La Plata. En un Ministerio vi como un grupo de ancianos era  maltratado  por burócratas de baja estofa.
Una mujer pidió hablar con un empleado. Como el tipo habìa faltado el resto del staff dijo no poder   darle una solución.

Estoy seguro que la infortunada mujer no habìa venido a averiguar   dónde estaba la tumba de Tutankamón.

La pobre,  arrastrando pierna y bastón,  se fue resignada para volver a perder otro día de su escasa vida.  

Otro inútil de la administración pública mandó a una octogenaria a buscar la portada de una carpeta a otra oficina, cuando era su obligación tener los elementos de trabajo con él.

 

En todas las dependencias oficiales  de este país,  el tiempo ajeno no tiene valor. Y siempre la misma cantilena: “No sé, no entiendo, llene este formulario, venga mañana”. Y así continua una procesión que no lleva a ningún santuario sino al infierno.


Los jóvenes de hoy, que serán los viejos de mañana, hacen poco y nada por sus padres. Y los gobernantes se prenden a ese vacío afectivo para usurpar los caudales de los jubilados.

La realidad de hoy me hace acordar a la Antigüedad   cuando un viejo era abandonado por sus propios hijos y por la sociedad en si porque era una persona molesta.

Un  pendejo  que viaja en un colectivo, se hace el distraído ante una persona mayor o una embarazada para no   ceder su asiento.

Así como el gobernante tercermundista no logra moralizar su gestión, tampoco los sindicalistas no hacen nada que los patrones no abusen de sus trabajadores. Solamente están al acecho para ver cómo pueden hacer  para aumentar sus patrimonios.

Sería bueno estudiar el ADN de funcionarios y sindicalistas para comprender qué fuerza extraña los lleva a perpetuarse en los cargos al extremo de eliminar todo intento de oposición. Por las buenas, cometiendo fraude; y por las malas utilizando todo tipo de artimaña para sacarse al rival del medio.
Y ¿la gente? Es lo de menos. 

El argentino se ha convertido en un ser insensible, incapaz de movilizarse reclamando por sus derechos conculcados.
Acepta que le mientan en la cara.
La mentira es una de las provocaciones de las mentes retorcidas, que lamentablemente fluye como un río caudaloso mojando a los miserables que reclaman por un poco de dignidad.

En el ocaso de mi vida sé que todo lo que escribo es un esfuerzo inútil. Basta con repasar la Historia,   para darme  cuenta que   los periodos democráticos han sido como pequeños alivios, que nunca lograron tapar las largas convulsiones.
La vida es una fotocopia. saulrabin@gmail.com

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