miércoles, 27 de enero de 2016

EL HOLOCAUSTO EVIDENCIA QUE LA PERVERSIDAD NOS GOBIERNA.

Los judíos secretos de Polonia

FUI CRIADA EN VARSOVIA COMO UNA POLACA CATÓLICA. HOY HE ABRAZADO MI IDENTIDAD JUDÍA.

Por Tusia Dabrowska


TUSIA DABROWSKA creció en Varsovia sin saber que era judía, un hecho que ella sospechó y luego confirmó en su adolescencia. Durante los últimos 15 años ella divide su tiempo entre Varsovia y Brooklyn.
Mi abuela, una mujer ágil de sesenta y cinco años en ese entonces, se inclinó sobre una pálida bañera con azulejos color rosa y metió su mano detrás de la lavadora que estaba a su lado. Estábamos en el sótano de su casa. Ella era demasiado pequeña y tenía que subirse al borde de la bañera. Agachándose, finalmente alcanzó una bolsa plástica. Era un seco y cálido verano polaco en 1995. Mi abuela se enderezó, sosteniendo con actitud protectora el paquete envuelto firmemente, una colección de fotografías de su familia. La lavadora había dejado de funcionar hace mucho tiempo; era una especie de cofre del tesoro, ocultando recuerdos familiares innombrables. Mi abuela siempre creyó que era mejor que nuestra historia familiar muriera con ella.
Había algo indefinido, sin embargo vergonzoso acerca de nosotros. Los niños decían que mi familia era fea, adultos educados decían que yo tenía rasgos españoles, adultos menos educados decían muchas otras cosas.
YO CRECÍ EN VARSOVIA, lejos del pequeño pueblo del que mi madre escapó tan pronto como pudo, y de la calle en donde mi abuela vivió toda su vida, incluyendo los años que ella se escondió en otro sótano. Esa era la calle a la cual mi abuela —al igual que su madre— pertenecía. Ella perteneció a esa calle cuando era el corazón del barrio judío. Ella había pertenecido a esa calle los 50 años en que fuimos los últimos judíos allí. Incluso antes de que acabara la guerra, mientras seguía escondida, mi abuela fue bautizada. Por el resto de su vida, ella luchó por encontrar su hogar, por pertenecer, por ser aceptada.

Esta obsesiva necesidad de pertenecer moldeó las decisiones de mi abuela, y resonó en la vida de mi madre. Yo crecí sabiendo que el aspecto más difícil de pertenecer era la amenaza de que en cualquier momento podíamos ser descubiertos.
LA ELIMINACIÓN DE LA VIDA JUDÍA en nuestra parte del mundo fue, dicho suavemente, una experiencia desconcertante para aquellos que sobrevivieron. Pero en Polonia, estuvo compuesta por la casi completa demolición de virtualmente todas las estructuras sociales. Más aún, el comunismo no tenía ningún interés en reconstruir vínculos sociales basados en prácticas democráticas. Esto significaba que incluso 40 años después de la guerra, yo aún era vulnerable a las opiniones sobre quién era yo ofrecidas por taxistas, borrachos solitarios, ancianas que necesitaban una razón para ponerse antes que yo en la fila de la tienda, y un vecino que pensaba que yo tocaba música demasiado fuerte. Yo no solamente era susceptible a la opinión de ellos; no tenía otro punto de referencia.

MI ABUELA ERA UNA CATÓLICA que se teñía su pelo color rojo henna y que destruyó sus fotografías familiares. Las mismas fotografías que había compartido conmigo solamente una vez en el sótano de su casa. En su lecho de muerte en el año 2006, por primera vez desde la Guerra, ella le dijo a mi madre, en confidencialidad absoluta, que éramos judías. Mi madre se enteró que éramos judías unos 35 años antes cuando un compañero de clase le dijo que él no podía salir con ella. Pero incluso si él no le hubiera dicho eso, había otras señales claras. Como el hecho de que mi abuela guardaba fotografías en la lavadora. Y que el pan JALÁ era más delicioso los viernes. O que Paul Newman era el único actor de pelo claro que mi abuela consideraba guapo.
A pesar de sus temores más profundos, mi abuela nos transmitió a nosotras una riqueza de cultura, una amalgama de tradiciones polacas y judías. Eso fue lo que guió a mi madre a Varsovia. Ella se mudó ahí a finales de los años 70, aproximadamente una década después de la última ronda de expulsiones de judíos de Polonia. Pero a diferencia de lo que mi madre había vivido anteriormente, la capital rebosaba con vida judía.

LA ASOCIACIÓN SOCIOCULTURAL DE JUDÍOS EN POLONIA, de manera formal e informal, buscaba recolectar los restos de vida judía. Cuando yo era pequeña, casi todos los amigos de mi madre eran judíos. Era una red anónima de personas que guardaban sus historias de vida para conversaciones susurradas tarde por la noche. Eran pocos en número y tenían una conexión positiva muy reducida con su identidad étnica, cultural o religiosa. Pero además de un lazo tácito, ellos también se apoyaban los unos a los otros, incluyendo mujeres como mi madre, una madre soltera de Polonia rural con una niña enfermiza, una hija nacida prematura con problemas de riñón.
ESTE SENTIDO DE PÉRDIDA ES UN SENTIMIENTO COMÚN ENTRE LOS JÓVENES DE POLONIA, TANTO JUDÍO COMO NO JUDÍO.

He llegado a entender que la parte más difícil de superar la enfermedad que marcó nuestra identidad no es atesorar las tradiciones que me transmitieron, sino llegar al punto en donde puedo comenzar a delinear lo que me quitaron. Este sentido de pérdida es un sentimiento común entre los jóvenes de Polonia, tanto judíos como no judíos. Sin embargo, para mí, las fiestas judías en el shtetl (en el pueblo) son tan lejanas para mí como los CENTROS DE JABAD que aparecen constantemente en Polonia. En un momento en que la mayoría de los jóvenes, para bien o para mal, escogen y eligen sus identidades para luego llevarlas más allá de los límites aceptados, ser judío en Polonia es como estar eternamente en el escenario del VIOLINISTA EN EL TEJADO.

COMO MUCHOS OTROS JUDÍOS DE VARSOVIA, ME SENTÍA INSATISFECHA. Cuando ostensiblemente me preparaba para escribir una novela, pasé un año investigando las prácticas diarias de las mujeres judías en Varsovia antes de la Segunda Guerra Mundial. En los archivos fotográficos de YIVO(instituto de investigación judía), busqué fotografías de I.L. PERETZ (escritor nacido en Varsovia), para ver el departamento en que su esposa y compañera en activismo social vivía. En los archivos fotográficos en línea del Museo del Holocausto en Estados Unidos, estudié la moda de las mujeres.
Mientras leía una variedad de blogs dedicados a la vieja Varsovia perseguí trivialidades. Aprendí sobre mercados de ideas en donde activistas políticos judíos animaban a otros judíos a unirse a sus partidos.
Leí sobre Adria, el restaurante y club nocturno de mala fama, manejado por el compositor HENRYK GOLD y considerado uno de los centros de vida cultural judía y polaca. Descubrí activistas judías feministas, radicales bilingües y escritores trilingües, soñadoras que poblaban las calles de mi ciudad natal 50 años antes de que yo naciera. Encontré mi hogar.

DESPUÉS DE LA GUERRA, Varsovia fue, al menos arquitectónicamente, reconstruida. El pasado, diverso y lleno de tensiones étnicas y culturales, sin embargo rico y co-habitable, había desaparecido. Los pocos restos del pasado que sobrevivieron cambiaron su función como si quisieran ocultar su propósito. De la Varsovia que sobrevivió, la mayoría, como por ejemplo una sinagoga de madera cerca del departamento de mi madre, fue demolida a principios de los años 70. Se asumía que la arquitectura judía no tenía propósito o uso en el país.
PERMITIR QUE LAS VOCES DE HISTORIAS BORRADAS HAGAN ECO A TRAVÉS DE MÍ, ME AYUDA A REVELAR MI ALEGRÍA DE SER JUDÍA.
Y puesto que el comunismo cubrió el país primero con majestuosos edificios de caliza y luego con económico concreto, pareciera como que la una vez vibrante vida judía se convirtió simplemente en un dato geológico. Mi propio departamento en Varsovia, diseñado justo después de la guerra, fue construido a partir de escombros reutilizados. Fantasmas de esa otra Varsovia viven en las paredes de mi casa, y ellos me dan la fuerza y el orgullo de ser judía en Polonia ahora.

PARA UN JUDÍO POLACO, el presente debe estar arraigado en el pasado, más allá del dolor y el miedo. Permitir que las voces de historias borradas hagan eco en mí, y a través de mí, me ayuda a revelar mi alegría de ser judía, sin sentir culpa o incomodidad. Mi experiencia de descubrir la historia de mi familia, redefinir mi pertenencia y el rol en mi comunidad es un proceso que refleja el cambio de Polonia hacia un país libre. Quizás este es el reto de ser un judío en Polonia hoy en día, nunca sentirte bien anclado en tu lugar en la historia.

 

 

No hay palabras para describir su coraje, solamente plegarias.

MADRES JUDÍAS EN EL HOLOCAUSTO

Por Marnie Winston-Macauley

Fue un tiempo inimaginable. Impensable. Un tiempo incomprensible para cualquier madre – y para cualquier ser humano.
Sentada aquí,  70 años después, todavía escucho los ecos de aquellas madres. Veo las sombras y siento el horror de la locura que se había desencadenado. Pero también siento un amor desenfrenado y una admiración por esas mujeres quienes, hombro a hombro, enfrentaron a aquella monstruosa bestia con coraje, convicción y fe incomparable.

EL MÁXIMO SACRIFICIO. Cuando se trataba de proteger a sus hijos, no pueden existir héroes más grandes que estas madres judías. Y no hay mejores palabras para describirlas que las palabras de ellas mismas.

Cuando los Nazis congregaron a los JUDÍOS DE PIOTREKOW para deportarlos, el pequeño Israel, de 4 años, iba supuestamente a acompañar a su madre, Jaia, a Ravensbruck. Este era el famoso campo de “mujeres” de Himmler, donde la muerte por hambruna, golpes, tortura, ahorcamiento, disparos y experimentos médicos era parte de lo grotesco de la vida diaria. Jaia apartó a Israel de su lado, permitiendo así que su hermano, que estaba siendo enviado a Buchenwald, un campo más “seguro”, pudiese esconderlo en una bolsa de lona, donde ella creía que tendría una mayor posibilidad de sobrevivir.
Ella no sobrevivió. Pero su hijo creció para continuar una cadena de 38 generaciones de rabinos en su familia, convirtiéndose en el Rabino Jefe de Israel y en uno de los judíos más venerados del mundo: ISRAEL MEIR LAU.
En el libro "RESPUESTAS JUDÍAS A LA PERSECUCIÓN NAZI", escrito por Isaiah Trunk, vemos el siguiente testimonio de una madre judía a punto de ser llevada a un campo de concentración, fechado el 23 de septiembre de 1943:
Bronia... te ruego: hazte cargo de mi hijo. Sé una madre para él. Tengo miedo que se enferme: está tan débil y enfermizo. Él es muy inteligente y tiene un muy buen corazón. Estoy segura que te querrá. Bronia, esta carta es un llanto del corazón. Mijael debe comer, fortalecerse y ser capaz de soportar los sufrimientos. Por favor, es necesario vestirlo con ropas abrigadas, que use calcetines. No puedo seguir escribiendo. Incluso mis lágrimas se han secado. Que Dios los proteja a los dos. Genya.
Eventualmente él fue capturado. Tanto la madre como el hijo murieron en los campos.

OTRA CARTA del mismo libro describe eventos en 1932. Golde Graucher irrumpió en nuestro hogar llorando. Ella había conseguido un pase para ir a la tierra de Israel, pero de qué le servía si dos de sus hijos habían sido atrapados. Yo podía escuchar a mi madre llorando mientras hablaban: “Nuestros días están contados. ¡Pero al menos salva a mi hijo menor!, regístralo como el hijo que te arrancaron”.
Ellas se abrazaron, sollozando. Era terrible ser el único que se iba, pero mi madre me hizo creer que ella me seguiría.
EL TREN COMENZÓ A MOVERSE. Yo tenía que forzarme a mí mismo a llamar a Frau Graucher, “Mami”. Contuve mis lágrimas, porque ante mis ojos yo veía a mi querida madre. Quién sabía si la volvería a ver".
Durante agosto y septiembre de 1942, los judíos de Kowel, Polonia, fueron aprisionados en la sinagoga; luego, 18.000 de ellos fueron ejecutados. Conociendo su destino, muchos escribieron en las paredes en hebreo, idish y polaco utilizando cualquier cosa, incluso sus uñas.

AQUÍ HAY DOS ESCRITOS:
Rubén Atlas, que sepas que tu esposa Gina y tu hijo Imush murieron aquí. Nuestro hijo lloró amargamente. Él no quería morir. Anda a la guerra y venga la sangre de tu esposa y de tu único hijo. Estamos muriendo, a pesar de que no hicimos ningún mal.
¡Perdóname! Madre, quiero que sepas que me atraparon cuando salí a buscar agua. Si vienes para acá, recuerda a tu hija Yente Sofer, quien fue asesinada en 14.9.1942

Escrito por Vladimir Shteinberg, el 14 de noviembre de 1944:
Querida hermana, hoy es el aniversario de la muerte de nuestra querida madre. Ella fue asesinada por los criminales Nazis el 14 de noviembre de 1941. En ese día, a las 5 de la mañana, ellos empezaron a masacrar a los judíos de nuestro pueblo. Cuando cayó la noche, habían matado a 9.000 judíos – hombres, mujeres y niños. La imagen de mi querida madre está gravada en mi mente. Ella pensó en sus hijos hasta el amargo final. Un amigo de la familia, quien también fue llevado al pozo con ella, más tarde escapó y nos contó que ella había hablado de nosotros todo el tiempo. Sus últimas palabras fueron, "Gracias a Dios mis hijos están vivos. Ellos no están acá".

 

PROTECCIÓN MATERNAL. Rudolf Hess, el brutal comandante de Auschwitz, escribió en su autobiografía que "una y otra vez" él "fue testigo de madres entrando a las cámaras de gas con niños que reían o lloraban en sus brazos". El recuerda a una mujer joven quien, mientras estaba en la cámara de gas, dijo: "Deliberadamente evité ser elegida para trabajos forzados porque quería cuidar a mis hijos y atravesar esto con plena conciencia de lo que está pasando. Espero que no tome demasiado tiempo".

En el libro LOS ROLLOS DE AUSCHWITZ, es descrita una escena trágica. En 1943, unos niños se estaban desvistiendo en la antesala de una cámara de gas. Cuando los guardias trataron de apurarlos, una niña de 8 años se resistió, llorando: "¡Sal de aquí, asesino de judíos! No pongas tu mano cubierta de sangre judía sobre mi dulce hermano. Yo soy su madre ahora y él va morir en mis brazos".
En cada DÍA  DE LA MADRE, mientras celebramos con flores, desayunos, tarjetas y palabras de amor – encendamos una vela por estas mujeres; no hay palabras para describir su valor, sólo plegarias.
Esta plegaria está basada en las palabras de Alexander Kimel, un sobreviviente del holocausto:
DIOS TODOPODEROSO, LLENO DE AMOR. RECUERDA A TODAS ESTAS MADRES, QUE CARGARON A SUS BEBÉS HACIA SU EJECUCIÓN, QUE DEJARON A SUS HIJOS EN LAS CÁMARAS DE GAS O QUE PRESENCIARON SU MUERTE. DIOS TODOPODEROSO, HAZ QUE SU ANGUSTIA, DOLOR Y TORTURA NUNCA SEAN OLVIDADOS. EN NUESTRA MEMORIA VIVIRÁN POR SIEMPRE JAMÁS.
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 Es bueno saber

LA EXTRAORDINARIA HISTORIA DE LA COMUNIDAD JUDÍA DE ZACINTO.

A FINALES DE LA PRIMAVERA DE 1944, LOS BARCOS NAZIS DE LA MUERTE ESTABAN RECORRIENDO LAS ISLAS JÓNICAS. Ya habían reunido a 2.000 judíos de Corfú y 400 de Cefalonia, y ahora se dirigían rumbo a ZACINTO. La misión de las brigadas de la SS era reunir a toda la comunidad judía de la región y enviarla hacia el puerto de Patras, desde donde serían transferidos en tren hasta Auschwitz.
Un par de días antes de que arribaran a Zacinto, el comandante llamó a la oficina del Arzobispo Metropolitano, Chrysostomos, y al Oficial Lucas Carrer, y les dijo que tenían 24 horas para presentar una lista con los nombres de todos los judíos que vivían en la isla junto con los detalles de sus propiedades.
Y ellos efectivamente hicieron entrega de un sobre antes de que expirara la fecha. El comandante abrió el sobre y se encontró con un papel que sólo contenía dos nombres: el del arzobispo y el del oficial.
“SI QUIEREN LASTIMAR A ESTA GENTE”, DIJO CHRYSOSTOMOS REFIRIÉNDOSE A LOS RESIDENTES JUDÍOS DE LA ISLA, “IRÉ CON ELLOS Y COMPARTIRÉ SU DESTINO”.
El comandante nazi quedó atónito. Envió un mensaje urgente a Berlín pidiendo nuevas órdenes. Mientras tanto, el arzobispo y el oficial le habían informado a Moisés Ganis, el líder de la comunidad judía, sobre los planes alemanes, solicitando una operación masiva para ocultar a los judíos de la isla en las aldeas, granjas y los hogares de los cristianos.
Durante los meses que siguieron y hasta la partida de las tropas alemanas, nadie los traicionó, nadie confesó saber dónde se estaban escondiendo y, consecuentemente, ninguno de los 275 judíos de la isla fue deportado a los campos de concentración.

JAIM CONSTANTINIDIS tenía 11 años en ese entonces. Vivía en la capital de la isla con sus padres y cuatro hermanos. Su padre era un comerciante textil y sus hermanos mayores eran trabajadores metalúrgicos.
Él es uno de los pocos miembros de la comunidad judía de la isla que recuerda aquella época y está listo para ver la historia cobrar vida en la pantalla grande en dos producciones norteamericanas: la primera es el documental NINGÚN HOMBRE ES UNA ISLA, dirigido por Yannis Sakaridis, y la segunda es un largometraje de Theo Papadoulakis, el cual continúa en etapa de producción. Dos norteamericanos griegos están detrás de los proyectos: los productores Gregory Pappas y Steven Priovolos, quienes convocaron a prominentes miembros de la diáspora en Estados Unidos y obviamente a Hollywood para que se hicieran parte del proyecto. Uno de los productores ejecutivos es Sid Ganis, un expresidente de la organización Academy of Motion Picture Arts and Sciences y cuya familia judía proviene de Ioánina, en el noroeste de Grecia.

 Constantinidis, de 81 años ha vivido en Israel durante las últimas décadas,  
¿SABÍAN QUE LOS BARCOS NAZIS SE DIRIGÍAN A ATRAPARLOS?
Sí, pero no queríamos creerlo. No podíamos creer que unas personas pudieran infligir tanto sufrimiento en otras. Nunca habíamos dañado a nadie. ¿Por qué nos lastimarían? Cuando se llevaron a los últimos judíos de Corfú nos dimos cuenta que se aproximaba nuestra hora. Pero incluso en ese momento éramos tan cercanos y unidos a los cristianos que estábamos esperando que ellos nos dijeran qué hacer, que nos protegieran.
¿QUIÉN ALERTÓ A TU FAMILIA?
Ganis vino a nuestro hogar tarde en una noche. “Agarren un bolso cada uno y salgan”, dijo. Y corrimos tan rápido como pudimos.
¿ADÓNDE FUERON?
Él había organizado para nosotros un refugio con una familia llamada Sakis, si bien recuerdo, en la zona de Halikero, ubicada en la periferia de la ciudad. Nos dieron un cuarto. Nosotros éramos siete, y además estaban un primo de mi padre con su esposa e hijo. Los diez pasamos siete meses confinados allí. Por las rejas de la casa veíamos pasar a los alemanes. Nunca olvidaré a esas personas que arriesgaron la vida para salvarnos.
¿LOS HAS VISTO DESDE ENTONCES?
En 1971. Fui a visitar sin previo aviso. Golpeé a la puerta. Abrió Sofía Saki; su marido había fallecido. Cuando me reconoció comenzó a llorar. No podía dejar de abrazarme.
VOLVAMOS AL FINAL DE LA GUERRA. CUANDO LOS NAZIS SE FUERON, ¿VOLVISTE A TU CASA?
Sí, y estaba tal cual la habíamos dejado. Pero no nos quedamos mucho tiempo más en la isla.
¿POR QUÉ SE FUERON?
En 1946, cuando estaba siendo establecido el Estado de Israel, vino gente de allí para hacer propaganda. “Ahora que vieron lo que ocurre, ¿se quedarán?”. “¿Cómo saben que no volverá a ocurrir? Puede que la próxima vez no sean tan afortunados”. Dijeron cosas como esas y mi padre las creyó.
Nos reunimos en familia y hablamos por horas. Decidimos que mis hermanos y yo iríamos. Mis padres no se sumarían en ese momento porque mi mamá estaba en una etapa avanzada de su embarazo. En la mañana en que dejamos Zacinto nació mi hermano menor.
¿CÓMO ERA TU NUEVA VIDA?
Difícil desde el comienzo, incluso antes de llegar a Israel. 400 personas de toda Grecia arribaron a Sunión, cerca de Atenas, para encontrarse con un barquito oxidado que nos estaba esperando. “¿Saldremos en eso?”, preguntamos. “Por supuesto que no. Su barco, uno grande, los está esperando aguas abiertas”, dijeron. Era una mentira. El viaje, que duró entre dos y tres semanas, continuó en ese cachivache. Podíamos agacharnos y tocar el agua, no tienes idea por lo que pasamos.
¿FUE FÁCIL ACOSTUMBRARSE A VIVIR EN ISRAEL?
Para mí, sí. Me llevaron a un kibutz. Trabajaba todo el día. No recibía nada de dinero, sólo un plato de comida y una cama en la que dormir. No me importaba, pero otras personas sufrían mucho. Rovertos, un amigo, se suicidó. Así de arrepentido estaba de haber dejado Grecia. Unos años después se nos unieron mis padres en Tel Aviv y, a partir de la reunión de la familia, las cosas mejoraron.
¿DÓNDE CONOCISTE A TU ESPOSA?
En el ejército. Miriam trabajaba en la librería porque tenía educación y yo era un chofer. Me costó mucho conquistar su corazón.
¿SE HIZO LA DIFÍCIL?
¡Era difícil conquistarla! Pero yo la cortejaba con canciones griegas, le cantaba baladas de Zacinto. 

¿QUÉ CLASE DE TRABAJO HACÍAS?
Durante años hice camas de hierro. Luego trabajé como chofer. Me iba a trabajar antes del amanecer y volvía a casa después del anochecer sólo para pagar las cuentas. En Zacinto no éramos ricos, pero teníamos todo lo que necesitábamos.
¿QUÉ LES CONTABAS A TUS HIJAS CUANDO ERAN PEQUEÑAS SOBRE LA ISLA?
Que es el lugar más bonito del mundo.
¿QUÉ OPINA DE GRECIA LA GENTE DE ISRAEL?
Lo mejor. Les encanta. Puedes escuchar canciones griegas en hogares y bares, es la música perfecta para el entretenimiento. ¿Sabes cómo le llaman a Zacinto? LA ISLA DE LOS RECTOS.
EN LAS CLASES DE HISTORIA DE ESCUELA PRIMARIA SE LES ENSEÑA A LOS CHICOS QUE LOS CRISTIANOS SALVARON A 275 ALMAS JUDÍAS.

¿CUÁLES SON TUS RECUERDOS MÁS VÍVIDOS DE TU VIDA EN ZACINTO?
Recuerdo la risa de una niña cristiana que vivía en nuestro barrio y fue mi primer amor. Creo que su nombre era María. Ya soy un hombre mayor y no creo que mi esposa se ponga celosa al oírlo. Aún recuerdo el sabor del aderezo de ajo que hacía mi mamá y el olor del césped alto en el baldío adyacente a nuestra casa. En primavera el césped crecía tan alto que podía esconderme en él. Quería mirar al cielo sin ser visto.
¿TE ALEGRA SABER QUE EL MUNDO ESCUCHARÁ TU HISTORIA?
Mucho. Necesitamos decirles lo que ocurrió a los niños de la actualidad, contarles sobre los nazis y el Holocausto, para que los horrores no vuelvan a ocurrir jamás.


 






 

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