domingo, 17 de enero de 2016

ABRAHAM Y LA FE

Sólo recomendable  a hebreos y a aquellos que simpatizan con nosotros.
   
ABRAHAM Y LA FE HACE unos cuatro mil años, una tribu nómada emigró hacia el Oeste desde las comarcas en las que había resplandecido Sumeria. Apacentaron sus rebaños durante décadas de peregrinaje que los transportaron a la Tierra de Israel. No fueron multitudes pero, paulatinamente, los descendientes de aquellos inmigrantes conquistaron el país, y no sólo desde el punto de vista geográfico: transformaron esa tierra en plataforma de una NUEVA RELIGIÓN.

SUS ESCRITOS SAGRADOS Y SU COSMOVISIÓN terminaron forjando una columna fundamental del pensamiento occidental, la base misma de nuestra cultura. Por eso, para comenzar a hablar de grandes pensadores, cabe evocar las raíces hebraicas de la civilización en que vivimos.
Lo hacemos en la persona de Abraham de la CIUDAD DE UR, no porque éste fuera un pensador inicial para nuestra serie, sino porque como primer patriarca personifica los albores del pueblo hebreo. Abraham, hijo de Téraj y Amatlai, además de impulsar la tribu, bien puede conocerse como el vocero de una nueva fe.

PODRÍA SUPONERSE QUE EL RASTREO DE LOS ORÍGENES DE ISRAEL no es necesario para un libro titulado “pensadores”, ya que no es allí donde aparecieron los pioneros de la reflexión, sino en otro país mediterráneo.
Sin embargo, aunque el pensamiento sistemático germinó en Grecia, nació en Israel una intuición paralela a la de la meditación, que amerita una revisión en esta apertura.
La contribución de Israel fue en el marco de otra faceta del espíritu humano, en el de una especie diferenciada del pensar: CREER.
El hombre primitivo empieza por atribuir ánima a todos los entes que lo rodean. Cree que tienen poder. Cada planta tiene su alma, cada árbol y cada piedra; late en ellos una vida oculta que terminará reflejándose en el dios de la flor, del tigre y del trueno. Así es el credo del animismo.
El animismo es a la fe, lo que el hilozoísmo a la filosofía. Así comienza el hombre a creer. Luego pasa a privilegiar a algunos entes por sobre otros, y cuando adora a estos privilegiados se transforma en fetichista. He aquí la matriz del paganismo.

EL HOMBRE NACE PAGANO y entender el paganismo facilita valorar en su justa dimensión la revolución de su opuesto, el monoteísmo. La máxima autoridad en la materia fue Iejezkel Kaufmann, cuyo libro LA ÉPOCA BÍBLICA (1964) resume su obra monumental en hebreo, La historia de la fe israelita que Moshé Greenberg transformó en LA RELIGIÓN DE ISRAEL (1960). ´

Es cierto que en la religión pagana había elementos DEL FETICHISMO primitivo: la adoración de la roca y del árbol. Es lo que ridiculizaron los griegos HERÁCLITO Y JENÓFANES; pero el fetichismo es sólo un estadio temprano, y nunca lo esencial del paganismo. El fundamento de la religión pagana es la divinización de los fenómenos naturales. Todas las manifestaciones de la naturaleza son fuerzas divinas, aspectos de una vitalidad misteriosa y sobrenatural.
Los dioses no son soberanos: emergen de un reino preexistente y están a merced de un orden trascendente. La divinización de la naturaleza impone necesidades de las que los dioses no están exentos. Los impulsan condiciones “biológicas”; cometen faltas, y están sometidos a los decretos del destino.
A esos decretos, fuerzas ocultas, el hombre responde con la técnica de la magia. La actividad ritual posee eficiencia inherente e independiente de los dioses. Los dioses mismos necesitan del culto; su vida depende de él.
La idea religiosa de Israel fue enteramente novedosa, revolucionaria, sin teogonía. Dios no nace, no está sujeto al tiempo y el espacio. Su libertad es absoluta. Su voluntad es trascendente y soberana. Abraham el patriarca es símbolo de esa visión, que impide que Dios esté sujeto a la magia. Los milagros bíblicos hacen a un lado el ritual mágico, son sólo un signo, una manifestación del poder divino. Un signo portentoso, claro, pero no un artilugio mágico.

EL MILAGRO CLÁSICO se exhibe en el cuarto capítulo del libro del ÉXODO. Dios Se revela ante Moisés desde la celebérrima “zarza que arde y no se consume”, y le indica tres técnicas para impresionar al auditorio: debe arrojar su vara al suelo, debe colocar la mano sobre su pecho, y debe derramar agua del Nilo sobre la tierra. Actos muy comunes. El numen que convoca a Abraham, y que siglos más tarde le habla a Moisés, no revela ningún secreto mágico, sino que ordena efectuar actos simples: “Vete de esta tierra a la que yo te mostraré”.

DIOS GUIARÁ A ABRAHAM EN SU MARCHA. Dios efectuará que la vara se convierta en serpiente, la mano en leprosa y el agua en sangre. Lo hará, no a partir de un procedimiento mágico, sino por Su propia voluntad e iniciativa.
La concepción israelita libera a la divinidad de toda sujeción mitológica. Y con esa liberación, queda asimismo eliminada la concepción pagana del destino como poder oscuro y ciego. En lugar de ello, se procede a postular el dominio absoluto de una Inteligencia, cuyo atributo es la bondad, y que ha fijado normass para el reino natural, y principios religiosos y morales para el hombre.
Ahora bien, la naturaleza no ha de sublevarse contra esas normas de la física, pero el ser humano, que goza de libre arbitrio, puede rebelarse contra los principios de la divinidad. Por ello la religión israelita ha desplazado las guerras mitológicas de los dioses, para reemplazarlas por la batalla histórica del hombre frente a la palabra de Dios.

ESA CONSTANTE BATALLA ES LA HISTORIA HUMANA, en la que se articulan conceptos que van enmarcando la civilización occidental. Las nociones de confraternidad humana, destino individual, justicia social, moral, autocrítica, arrepentimiento correctivo, interconexión entre ley y sapiencia, avance intergeneracional y tiempo escalonado. Todos estos valores se iniciaron a partir de la intuición encandiladora del hebraísmo, de Abraham en Ur; en especial los dos últimos mencionados, son combinadamente la clave del progreso humano.

Thomas Cahill en su libro LOS DONES DE LOS JUDÍOS (1998) señala cuál fue el cambio radical que hizo posible la civilización occidental. Desde la óptica de las religiones y cosmovisiones antiguas, la vida era vista como parte de un ciclo interminable de nacimiento y muerte, el tiempo como una rueda girando incesantemente.
En contraste, los judíos comenzaron a percibir un tiempo diferente. Para ellos, tenía un comienzo y un fin; era una narrativa cuyo desenlace triunfal se daría en el futuro. De allí se deducía el destino de las personas, cada una de las cuales eran individuos con un camino singular. De allí también se deducía la esperanza en el progreso: el futuro será mejor que el presente.

EN HISTORIA DE LOS JUDÍOS (1988) Paul Johnson reconoce en la Biblia la primera fuente de los grandes descubrimientos conceptuales esenciales para la civilización: la igualdad ante la ley, la santidad de la vida, la dignidad del individuo, la responsabilidad comunitaria, el ideal de la paz, y el amor como fundamento de la justicia. A la Biblia dedicaremos la primera parte del capítulo cuarto.

LA CULTURA JUDAICA desarrollaba una visión integrada de la vida y sus obligaciones, veía una conexión entre el reino de la sabiduría y el de la ley. Así lo resume Cahill: “los judíos nos dotaron del Afuera y del Adentro, de nuestra cosmovisión y de nuestra introspección”. Veamos cómo comenzó la idea revolucionaria de la unicidad divina, y cómo su colofón es la unidad del universo.
El pueblo hebreo se gestó hace unos cuatro milenios y, de acuerdo con la cronología bíblica, Abraham fue su primer protagonista. La nueva fe lo inspiró a levar anclas en Ur, de la antigua Sumeria, la cuna de la civilización humana, e iniciar la travesía judaica hacia la tierra de Canaán. Porta los avances de Sumeria para acrecentarlos con los aportes de las varias culturas con las que van tratando las tribus hebreas.

EN SUMERIA se había producido, en efecto, la mayor revolución industrial de la historia, la del neolítico. Después de cientos de miles de años de no conocer más utillaje que hachas, flechas y raspadores, ni más material que la piedra, ni otros sistemas de subsistencia más que la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres y mariscos de rocas, después de esa prolongada tiniebla, hace unos seis mil años el hombre descubrió simultáneamente agricultura, ganadería, domesticación de animales (como el perro), cerámica, tejido, construcción de casas; organización tribal y de poblados; propiedad privada y guerra. Estalló entonces una explosión civilizadora sin precedentes, que se depositó sobre los hombros de Abraham.
Éste extrapoló esos logros tecnológicos a un avance teológico de paralela magnitud: Dios era libre, y lo convocaba para construir la historia.

CRÍTICA A LA CRÍTICA BÍBLICA. Unos setecientos años después de LOS PATRIARCAS, durante los tiempos del Éxodo de Egipto y la Conquista de Canaán, las tribus israelitas no eran, como frecuentemente se las ha presentado, bárbaros del desierto con instrucción y religión primitivas; habían absorbido los hábitos culturales más adelantados. Las tribus no tuvieron su origen en el desierto. Vivieron durante un tiempo en la Alta Mesopotamia, de donde se trasladaron a Canaán y Egipto. Su permanencia en el desierto después del Éxodo, fue breve.

LA HIPÓTESIS DE LA CRÍTICA BÍBLICA omitió la rica experiencia histórica de Israel antes del Éxodo. Así, Julius Wellhausen en su prolegómeno a la HISTORIA DE ISRAEL (1882) opinó que la idea del dios universal apareció originalmente en el siglo VIII adC.,  con el primero de los profetas clásicos, AMÓS.
Para aquel crítico, la fe en un dios universal fue el resultado práctico de patentes circunstancias políticas: la amenaza asiria, contra cuyo imperio no les alcanzaba a los hebreos la limitada defensa que ofrecía un dios tribal. El acecho asirio habría sacudido a Israel de sus estrechos confines.

EL ERROR DE LOS CRÍTICOS BÍBLICOS FUE UNA FORMA DE DESVALORIZAR A ISRAEL. Iejezkel Kaufmann ha demostrado que la idea de un DIOS UNIVERSAL, CREADOR Y SOSTÉN DE TODO, existió en el mismo seno del mundo politeísta mucho antes de que las tribus se unieran como nación. No tiene nada que ver con la amenaza asiria.
 El nivel inicial de la RELIGIÓN JUDÍA  fue determinado por el medio en el que se formó Israel. Desde allí se moldearon mitos de la creación, prácticas de culto, sacerdocio, profecía, salmos, sentencias sapienciales, derecho, ética. El marco íntegro fue herencia del Cercano Oriente.

LA RELIGIÓN DE LAS TRIBUS EN EL MOMENTO DEL ÉXODO y en el desierto no fue animismo, ni demonismo, ni totemismo. Su nivel religioso fue el del politeísmo sofisticado prevaleciente en la época. A la sazón apareció en Israel una nueva idea religiosa. Los elementos del afuera se utilizaron como material de construcción, pero sólo después de haber sido transformados radicalmente.

Es verdad que la idea de un Dios más allá de la naturaleza constituye una abstracción titánica, difícilmente atribuible a ese estadio de la evolución del pensamiento. También es cierto que la formulación filosófica de dicha abstracción se consumó casi un milenio más tarde, como resultado de la influencia helenista. Pero la intuición fundamental de un Dios supremo, omnipotente y bondadoso, único hacedor de milagros y revelado en visiones proféticas, pudo haber creativamente aparecido en un individuo, que la tradición reconoce en Abraham, y ulteriormente penetró en la mentalidad popular de las tribus israelitas.

ESA CLARIVIDENCIA LAS UNIFICÓ COMO UNA NACIÓN, LES INFUNDIÓ SENTIDO DIVINO A SU HISTORIA. El pueblo de Israel, a partir del avasallador discernimiento, vio la mano de Dios en cada acontecer de su rica historia.
Tanto se arraigó la idea monoteísta en Israel, que el lapso en que parecía desvanecerse, no llegó a ser siquiera un desvío real. Así, cometieron por primera vez idolatría en el campamento que habían establecido en Abel-Shittim, en la planicie de Moab, frente a Jericó. Aquí adoraron a BAAL  un dios canaanita y moabita. Debe notarse, empero, que la trasgresión resultó del contacto con una nación idólatra, y no de la influencia de ideas paganas.

 El tropiezo se comete por la debilidad de la carne (LAS MUJERES MOABITAS) y no porque flaqueara la fe, que permaneció leal a la misión monoteísta. Nunca llevó a la adoración de dioses israelitas.
Las personas creyentes apreciarán esa innovación israelita como resultado de una revelación divina durante la marcha en el desierto. Los no creyentes, se contentarán con que se trató del aporte original de los hebreos a la humanidad. Como en el caso de los griegos, la búsqueda de la causa es mucho menos importante que el reconocimiento de la novedad. En un estadio de su evolución, el hombre empezó a pensar; en otro, empezó a darle sentido a su pensamiento y acción.
En cualquier caso, no correspondía que la primicia de Israel fuera minimizada como hizo la Crítica Bíblica. La embestida contra la autoridad moral de la Biblia hebrea llegó a extremos en el siglo XIX, con la presunción de que la escritura era poco conocida en Israel hasta la época del rey David hace tres mil años, y de que en períodos previos a él sólo había tradiciones vagas y poco confiables. Se reinterpretó la religión israelita como una evolución que partía de un culto popular, primitivo y ritual (no muy diferente del paganismo de otros pueblos) y alcanzaba su cúspide con la doctrina moral de los profetas.


LOS DESCUBRIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS DEL SIGLO XX, especialmente los de la década del treinta a cargo de William F. Albright y Nelson Glueck, exigieron revisar esos prejuicios y cuestionaron el dictamen de que los hebreos primitivos fueron como nómadas analfabetos. La escritura estaba difundida entre ellos aun en los períodos más antiguos de la religión israelita. Y aprovecharon esa escritura para concretar las ideas más sublimes que nos legó el mundo antiguo.

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