viernes, 24 de julio de 2015

LA SINGULARIDAD DE LA JUDEOFIA (I)



ODIOS CONTRA GRUPOS SIEMPRE EXISTIERON. Pero en nuestro estudio partimos de la base de
que el despecho contra los judíos es único.
Los judíos fueron odiados en sociedades paganas, religiosas y seculares. En bloque, fueron acusados por los nacionalistas de ser comunistas, por los comunistas de ser capitalistas. Si viven en países no judíos, son
acusados de dobles lealtades; si viven en el país judío, de ser racistas.
Los judíos ricos fueron agredidos y los pobres maltratados. Cuando gastan su dinero son resentidos
por ostentosos; cuando no lo gastan, son despreciados por avaros.
Fueron llamados cosmopolitas sin raíces o chauvinistas étnicos. Si se asimilan al medio, son temidos por
quinta columnas; si no, son odiados por cerrarse en sí mismos.
Cientos de millones de personas han creído por siglos, que los judíos beben la sangre de los no-judíos, que
causan plagas y envenenan pozos de agua, que planean la conquista del mundo, o que asesinaron
al mismísimo Dios.
En aras de ordenar la clase, digamos que no hay odio más antiguo, más generalizado,
más permanente, profundo, obsesivo, peligroso y quimérico que la
JUDEOFOBIA.  
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El recientemente fallecido historiador   Robert Wistrich  en  su último libro  “EL ODIO MÁS
ANTIGUO
”, destacó las distintas posibilidades acerca de cuándo nació la
judeofobia,   ya que se trata de una inquina que continuó más o menos durante dos milenios y medio.
O como explica el israelí Shmuel Etinger, la judeofobia “es un fenómeno que se prolongó ininterrumpidamente, en lo fundamental, desde la época helénica hasta nuestros días, aunque asume características distintas en el curso de la historia. Precisamente, su continuidad histórica es un factor decisivo en su intensidad y
en su capacidad de adaptarse a las cambiantes condiciones contemporáneas”.
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De todos los países europeos en los que residieron, LOS JUDÍOS FUERON EXPULSADOS ALGUNA VEZ. Los ejemplos más recordados son Inglaterra en 1290, Francia en 1306 y en 1394, Hungría en 1349, Austria en 1421, numerosas localidades de Alemania entre los siglos XIV y XVI, Lituania en 1445 y en 1495, España en 1492, Portugal en 1497,
y Bohemia y Moravia en 1744.

 En las más diversas situaciones históricas, los judíos fueron hostilizados en casi todos los países del mundo, aun aquellos en donde no estaban. EL JAPÓN de hoy es un ejemplo de cómo la judeofobia puede existir aun cuando la comunidad judía sea minúscula. Y China es frecuentemente citada como la excepción a esta regla
de la universalidad de la judeofobia.

En la mayoría de los lugares, la judeofobia continúa anos, décadas, e incluso siglos después de que los judíos han partido.
EL REY EDUARDO I expulsó a los judíos de Inglaterra en 1290, y su readmisión no se produjo hasta 1650. Es notable que Shakespeare pudo crear su estereotípico Shylock, el judío de “El Mercader de Venecia”,
después  de tres siglos en los que en su país no había judíos.
La audiencia podía despreciar al judío y burlarse de él, sin que ninguno de ellos, ni sus padres, ni sus abuelos, los hubieran conocido en persona.

En el siglo XVII FRANCISCO DE QUEVEDO atacaba a su competidor literario, Luis de Góngora, aludiendo a su “nariz judía” y amenazando con que untaría sus poemas con tocino a fin de que los judíos no se los plagiaran… aunque éstos habían sido expulsados de su país hacía más de un siglo.

El argentino  Julián Martel escribe su novela “LA BOLSA” en la que se acusa a los judíos de haber hecho quebrar la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en 1890, una época en la que virtualmente no HABÍA JUDÍOS en el país

Un último ejemplo: en 1968 el gobierno polaco lanzó una campaña por radio y televisión  tendiente a “desenmascarar a los sionistas de Polonia”. Casi treinta años después de que tres millones de judíos polacos fueran exterminados por los alemanes, en Polonia podía aún despertarse odio por una diminuta minoría que no alcanzaba al 1% de la población.

Como resultado de los atributos mencionados, los estereotipos mentales en CONTRA DE LOS JUDÍOS están hondamente arraigados. Si tenemos en cuenta que por siglos, cientos de millones de personas creyeron que los judíos transmiten la lepra, que matan niños cristianos para sus rituales, que dominan el mundo entero, que son una raza promiscua o criaturas diabólicas, que Dios desea que sufran, u otras variantes, entonces  se ve por qué la judeofobia es tan fácil, por qué el judeófobo no debe invertir muchos esfuerzos en despertar antipatías contra el judío, ya que no tiene más que echar mano a la asociación mental apropiada a un momento determinado.

Se dice de Goebbels, el MINISTRO DE PROPAGANDA ALEMÁN durante el régimen nazi, que había distribuido un cartel que mostraba a un hombre montado en un bicicleta con la leyenda “LA DESGRACIA DE ALEMANIA SON LOS JUDÍOS Y LOS CICLISTAS”.
El lector se preguntaba ingenuamente “?Y por qué los ciclistas?” y así la propaganda había cumplido con su objetivo. La profundidad de la judeofobia había hecho una buena parte del trabajo.

PARA EL JUDEÓFOBO los judíos no son un enemigo; son el enemigo.
No ve satisfecho su impulso hasta que el judío no es quebrado del modo más total.
Durante los siglos XIX y XX en el imperio ruso las palizas y asesinatos de judíos se difundieron a tal punto, que se acunó el término “pogromo” para definirlos. Y eran vistos por sus perpetradores como el medio de salvar a la nación. “Golpea al judío y salva a Rusia” era su lema.

El filósofo prusiano Ernest Cassirer reflexionó en “MODERNOS MITOS POLÍTICOS” acerca del discurso de despedida (¿Antes de huir a la Argentina?),  de Adolf Hitler a la nación alemana, antes de su suicidio el 30 de abril de 1945.  No recordó las glorias de Alemania, ni expresó dolor por la destrucción de su país; no se arrepintió del baño de sangre en el que acababa de sumir al mundo; ya no promete la conquista. Su atención sigue fija en un punto que lo obsesiona: los judíos, “el enemigo eterno”. “Si soy vencido, la judeidad podrá celebrar”… Y si bien Hitler encarnó la judeofobia en su extremo máximo, la obsesión es una característica reiterada.
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Debido a su profundidad, con mucha frecuencia la hostilidad contra los judíos desborda la discriminación y estalla en violencia física. En casi todos los países en donde los judíos viven o vivieron, fueron en algún momento sometidos a golpizas, tortura y muerte, por el único motivo de ser judíos. Por ello toda expresión JUDEOFÓBICA es potencialmente más peligrosa que expresiones de aversión contra otros grupos. Por ejemplo, en todos los países hay chistes xenofóbicos en contra de minorías.

En los EE.UU. son los chistes de polacos, en Inglaterra de irlandeses, en Brasil de portugueses, en la Argentina de gallegos, en Suecia de noruegos, etc.
LOS CHISTES DE JUDÍOS pueden ser tan inofensivos como cualquiera de los otros. Sin embargo, si no hubieran existido habido chistes de judíos en Europa durante uno o dos siglos antes del Holocausto, la virulencia de la judeofobia podría haber sido menor, y los nazis habrían encontrado menor apoyo para su genocidio. Para las otras minorías mencionadas, no hubo
hogueras, cámaras de gas y hornos crematorios. Y la judeofobia se transmite en gestos, en chistes y en generalizaciones, mucho más que en conferencias. Ulteriormente, cuando un prejuicio es tan peligroso, los chistes pueden ser letales.

ESTE BIEN PUEDE SER EL RASGO ESENCIAL. El odio de grupo deriva usualmente de una incorrecta interpretación de la realidad. Si como hoy, un francés odia a los argelinos porque corrompen su cultura, o un alemán odia a los turcos porque le quitan sus puestos de trabajo, en ambos casos la realidad ha sido mal interpretada.
Ciertamente
 hay desempleo en Alemania, pero no son los turcos los culpables de ello.

El caso de la JUDEFOBIA difiere de la xenofobia mencionada. No hay que confrontarse con una interpretación incorrecta, sino con mitos. Los judíos son odiados por comer no-judíos en el pasado, o por dominar el mundo en el presente, por haber matado a Dios, o por haber inventado el Holocausto, o por promover las guerras, la esclavitud, el mal. No es fácil contender con argumentos de esta índole. Incluso si hubiera odios que comparten una o dos de estas características, no se encontrará uno que, como la judeofobia, combine todas ellas. Que la encaremos de modo singular no significa, por supuesto, minimizar el sufrimiento de otros grupos, o condonar la persecución contra otras minorías cualesquiera.

Todo aborrecimiento de grupo, todo racismo y persecución deben ser repudiadas. Pero la JUDEOFOBIA sigue siendo el odio más antiguo, profundo, peligroso y quimérico, y si la diluimos en un mar de discriminaciones y prejuicios, la entenderemos menos. Empecemos por analizar cuándo se originó el fenómeno.

ALEJANDRÍA fue fundada por quizá el máximo conquistador de todos los tiempos, Alejandro Magno, quien, según historia JOSEFO FLAVIO, tuvo una actitud favorable hacia los judíos. Les permitió construir sus propios barrios en la ciudad, en la que desarrollaron el comercio y prosperaron. Alejandría se transformó en una segunda Atenas, capital comercial e intelectual del mundo antiguo.

EN ERETZ ISRAEL, después de la muerte de Alejandro hubo un período de inestabilidad que provocó deportaciones y emigraciones de judíos, especialmente a Alejandría, cuya población judía creció notablemente.

A comienzos de la era común había allí cien mil judíos, que ocupaban casi la mitad de la ciudad. (La población judía mundial era de cuatro millones, un millón de los cuales residía en  Israel).
En consecuencia, Egipto se transformó tanto en el corazón de la Diáspora judía, como en lo más avanzado de la helenización fuera de Grecia. Y no se sustrajo a la norma del mundo pagano, que en general fue muy tolerante en materia de diversidad religiosa.
Después de todo, si cada familia veneraba a sus muchos dioses, qué mal podía haber en dioses adicionales que cada uno eligiera.
Esa atmósfera tolerante, típicamente pagana, permitió a los judíos practicar libremente su monoteísmo.
Tres ejemplos de destacadas personalidades que valoraban altamente a los judíos fueron Clearco, Teofrastro y Megástenes, a comienzos del siglo III adC. Los dos primeros habían sido, como el mismo Alejandro, discípulos de Aristóteles.

El filósfo griego Clearco de Soli se refiere en su diálogo DEL SUEÑO, al encuentro entre su maestro y un judío, y Teofrastro de Eresos llama a los judíos “raza de filósofos”, una descripción nada infrecuente en aquella época.
Sin embargo, aquel trío fue en cierto modo una excepción, puesto que la mayor parte  de los historiadores alejandrinos fueron notorios por su judeofobia. Una razón para ello puede ser que aunque los egipcios nativos gozaban de prosperidad económica y cultural, no faltaba entre ellos el descontento por la dominación foránea, primero griega y luego romana. Ese resentimiento se tradujo en una xenofobia que terminó por descargarse contra el pueblo hebreo.
Probablemente a los egipcios los irritaba la tolerancia que el imperio había otorgado a los judíos. Esto, más la envidia social frente al florecimiento de esa colectividad, fue caldo de cultivo para las primeras agresiones escritas.  

HECATEO DE ABDERA fue el primer pagano que se explayó acerca de la historia israelita, y en el siglo IV adC.,  no excluyó lo legendario de su narración: “debido a una plaga, los egipcios los expulsaron… La mayoría huyó a la Judea inhabitada, y su líder Moisés estableció un culto diferente de todos los demás. Los judíos adoptaron una vida misantrópica e inhospitalaria”.
Debe aclararse que el relato de Hecateo no ataca especialmente a los judíos, a tal punto que cuatro siglos después Filón de Biblos se preguntó si aquel historiador no se habría convertido al judaísmo. Pero Hecateo sí es responsable de inventar el primer mito sobre la historia judía, el primero de una extensa y mortífera mitología.

LOS JUDÍOS “HABÍAN SIDO EXPULSADOS” y la vida que Moisés “les impuso
en recuerdo de su exilio, era
 hostil a todos los humanos”.
Los escritores alejandrinos posteriores (con algunas excepciones como Timágenes y Apián) repetían siempre que los judíos tenían ese origen humillante.
El primer egipcio en narrar la  historia de su país en griego fue el sacerdote MANETO, quien escribió en el siglo III que “el rey Amenofis había decidido purgar el país de leprosos… que fueron guiados por Osarsiph”, a quien Maneto identifica con Moisés. No menciona explícitamente a los judíos, pero habla de “una nación de conquistadores foráneos que prendieron fuego a ciudades egipcias y destruyeron los templos de sus dioses… después de su expulsión de Egipto, cruzaron el desierto en su camino a Siria, y en el
país de Judea construyeron una ciudad que llamaron Jerusalém”.

El motivo del reiterado rechazo por lo judío que se daba entre aquellos egipcios, es que posiblemente la narración del Éxodo ofendía su patriotismo.
La religión israelita había hecho del Éxodo de Egipto su creencia central, sinónimo de la aspiración judaica por la libertad.
Por ello, no es de extrañar cierto despecho de parte de los egipcios, quienes
comenzaron por transformar el Éxodo en una gesta nacional de expulsión de indeseables.
Para ello, hacía falta denigrar a los supuestos “expulsados”, rebuscar las
causas posibles de aquella “expulsión”. Así, los temas del linaje leproso y la falta de sociabilidad aparecen en las obras de Queremon, Lisímaco, Poseidonio, Apolonio Molon y, especialmente, Apión. Eran egipcios que escribían en griego.

SEGÚN LISÍMACO “los judíos, enfermos de lepra y de escorbuto, se
refugiaron en los templos, hasta que el rey Bojeris ahogó a los leprosos y mandó los otros cien mil a perecer en el desierto. Un tal Moisés los guió y los instruyó para que no mostraran buena voluntad hacia ninguna persona y destruyeran todos los templos que encontraran. Llegaron a Judea y construyeron Hierosyla (ciudad de los saqueadores de templos)”.

MNASEAS DE PATROS (s. II adC.), aporta la novedad de que los judíos “adoran una cabeza de asno” y su contemporáneo Filostrato resume: “los judíos han estado en rebelión en contra de la humanidad; han establecido su propia vida aparte e irreconciliable; no pueden compartir con el resto de la raza humana los placeres de la mesa, ni unírseles en sus libaciones o plegarias o sacrificios; están separados de nosotros por un golfo más grande del que nos separa de las Indias”.

Por su parte, AGATÁRQUIDES DE CNIDO destacaba las “prácticas ridículas
de los judíos, el carácter absurdo de su ley y, en particular, la observancia del Shabat” que los mostraba como un pueblo de holgazanes. La mitificación va creciendo como una bola de nieve, y en el siglo I adC.,

 APOLONIO MOLONLANZA contra los judíos una nueva escalada: “son los peores de entre los bárbaros, carecen de todo talento creativo, no hicieron nada por el bien de la humanidad, no creen en ninguna divinidad… Moisés fue un impostor”.

Pero el mito más funesto de los inventados en la antigüedad (por sus derivaciones ulteriores, según se verá) fue el de DAMÓCRITO (  I adC.): “Cada siete anos toman un no-judío y lo asesinan en el templo…”
Dos
historiadores de marras fueron
 Queremón, quien relacionó el Éxodo con las
migraciones de los Hyksos, y
APIÓN, el máximo judeófobo antiguo.

Apión, a quien Plinio el Antiguo y Tiberio llamaron “gran charlatán”,
fue iniciador de las agitaciones antijudías bajo el gobernador Flaccus (año 38) que provocaron que decenas de miles de judíos fueran asesinados.
Él recopiló las ideas de sus predecesores y agregó de su propia creatividad: “Los principios del judaísmo obligan a odiar al resto de la humanidad. Una vez por año toman un no-judío, lo asesinan y prueban de sus entramas, jurándose durante la comida que odiarán a la nación de la que provenía la víctima.
En el Sancta Sanctorum del Templo Sagrado de Jerusalén hay una cabeza de asno dorado que los judíos idolatran. El Shabat se originó porque una dolencia pélvica que los judíos contrajeron al huir de Egipto los obligaba a descansar el séptimo día”.
Dos grandes sabios de esa época enfrentaron a este judeófobo. FLAVIO JOSEFO tituló una de sus obras Contra Apión, y el filósofo FILÓN DE ALEJANDRÍA lideró la delegación de judíos que se entrevistaron con el emperador Calígula a fin de poner fin a la violencia en la ciudad.







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