(La fe promete lo que no existe.)
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El periodista y escritor argentino
Martín Caparrós revitalizó sin quererlo, porque no me
conoce, mi pensamiento que hay menos hambrientos entre
los ateos. La Religión encuentra en una explicación divina e incomprobable una
manera de ejercer la sumisión.
Algo similar ocurre en los países
tercermundistas, donde sus partidos populistas
mantienen un asistencialismo vergonzoso, del que el
beneficiado debe rendir cuentas en épocas de elecciones.
Caparrós
aprovechó un trabajo como inspiración para otro trabajo. Hace una década la ONU
lo mandó a lugares como Bangladesh, Burkina Faso, Madagascar o Nigeria para que
hiciera una serie de retratos demográficos de los países. El argentino ya conocía muchos de aquellos
lugares, pero el hecho de volver allí de la mano de un organismo internacional
fue el detonante para escribir El Hambre, una
extensa reflexión sobre “las vidas que lo sufren, los mecanismos que lo
producen y los ataques que se le pueden hacer desde una perspectiva global a
este fenómeno al que generalmente preferimos no mirar.”
Martín Caparrós, sostiene que la causa principal del hambre en
el mundo es la riqueza. Y llevado con
resignación por quienes lo padecen, como un asunto divino.
El mundo produce más comida de la que
necesita. “Somos unos siete mil millones de personas en el planeta, y se
produce comida suficiente para alimentar a doce mil millones”. Caparrós afirma
que el problema no es la “escasez de alimentos”, una coartada inventada hace treinta
o cuarenta años para justificar el
hambre en el mundo, un hambre que ha existido desde siempre.
“Se dice que la causa del hambre es la
pobreza, eso es evidente. Pero ¿por qué existe la pobreza? Ambas existen porque
hay concentración de la riqueza. Parece obvio, pero es una verdad que muchos
ignoran”, afirma el escritor argentino.
La filantropía incluso puede ser más
perversa, pues conserva las mismas condiciones de los problemas que encara.
Caparrós explica el caso de Níger, uno de los
países más pobres del mundo, en donde se dice hay un “hambre estructural”, lo
que quiere decir que no puede cambiar. “Es un país de tierra árida donde sólo
crece mijo unos meses al año, pero el hambre no tiene nada de estructural.
Níger es un gran productor de uranio. En él hay dos empresas que se dedican a
esto, una china y otra francesa. Si las ganancias del uranio se quedaran,
podrían construir sistemas de irrigación que garantizarían comida para todo el
año. En lugar de atacar el problema de raíz, las organizaciones filantrópicas
les llevan unas bolsas de grano”.
Los Estados y las empresas transnacionales se
echan mutuamente la culpa por el hambre de los países. Los hambrientos casi
siempre la justifican en Dios. “Para escribir el libro visité ocho lugares con
hambre en el mundo y vi 8 mecanismos distintos en que ésta operaba. Muy pocos
hambrientos eran ateos, casi siempre había un motivo religioso para justificar
su condición”, dice Caparrós.
“
En India, cada vez que voy me sorprende la facilidad con la que conviven con la
miseria más absoluta. Esto requiere un por un lado un andamiaje ideológico muy
sólido, el de las castas. Y por otro, la influencia de la religión. En el
hinduismo, el mandato del karma es un mecanismo muy sofisticado. Pero en todos
los casos, me encontré con pocos hambrientos ateos, siempre había una idea religiosa
muy fuerte para justificar su situación.
La India es el país con más malnutridos del mundo. Llevan
tantas generaciones de comer mal y poco que lo ven como algo normal. “No saben
lo fácil que es para un indio estar tomando té en la calle al lado de un
moribundo. El más claro ejemplo de esta resignación social es una frase de la
Madre Teresa de Calcuta: ‘qué bello es
ver el sufrimiento de los pobres…’ ¡Chin tu madre!”, expresa
Caparrós.
En los países considerados desarrollados la creencia en Dios disminuye: Suecia (64% no creyentes),
Dinamarca (48%), Francia (44%) y Alemania (42%)
Ya lo dijo el pensador chino Confucio:
“Donde hay justicia no hay pobreza.”
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