Parece
que el nombre Cristina (seguidora de Cristo), en algunos casos, viene
acompañado de sospechas por estropicio económico, de malversación de
fondos, o de corrupción.
Acaba
de renunciar la Infanta española Cristina
a
sus derechos dinásticos tras ser doblemente
imputada por delito fiscal por la Audiencia de Palma de Mallorca, la hija menor
de Don Juan Carlos I perderá sus privilegios como miembro de la Casa Real.
Antecedentes
no muy lejanos de la pérdida de tan alta condición los encontramos durante el
reinado de Alfonso XIII, quien exoneró de este título a sus primos Alfonso y Luis Fernando de Orleans y Borbón, ambos nacidos
Infantes de España.
Por
decreto de fecha 15 de julio de 1909 el Rey retiraba
a don Alfonso la dignidad de Infante por haber contraído matrimonio, sin su
consentimiento, con la princesa Beatriz de Sajonia-Coburgo-Gotha. Tres años más
tarde, el leal Alfonso de Orleans, destinado a combatir en Marruecos, sería
rehabilitado.
Caso
distinto al de Alfonso de Orleans fue el de Luis Fernando. El hijo menor de la
Infanta Doña Eulalia, a diferencia de su hermano, jamás volvería a recuperar su
condición de Infante de España de la que fue desposeído por real decreto de 9
de octubre de 1924 «en atención a la conducta que viene observando». Alfonso
XIII, harto de las
depravadas correrías de don Luis, tomaría tan radical decisión al ser
informado por su embajador en París, José María Quiñones de León, de un
escabroso asunto. Se trataba del fallecimiento de un pobre marinero durante el
transcurso de una de las habituales orgías homosexuales organizadas por el
infante quien, invocando el privilegio de extraterritorialidad, incluso había
intentado deshacerse del cadáver en la legación española. El Infante sería
expulsado de Francia de forma inmediata. La respuesta de Luis Fernando a su
primo el Rey no deja indiferente a nadie: «Me retiras lo único que no puedes
ordenar, pues nuestros títulos son inherentes a nuestras personas. He nacido y
moriré Infante de España, como tú has nacido y morirás Rey de España, mucho tiempo
después de que tus súbditos te den la patada en el culo que te mereces».
Repudiado
por la Infanta Eulalia, éste, tras acceder a su herencia, se establece en el
deslumbrante París de la Belle Èpoque donde queda atrapado en la vanidad y la
estética de un grupo social envidiado. Derrochando a manos llenas su
considerable fortuna, el joven infante será asiduo de las fiestas que se
celebran en los salones mundanos del Faubourg Saint-Germain donde se erige en
el centro de atención por sus atrevidos disfraces. De los brillantes salones a
los tugurios, don Luis, en compañía de Antonio de Vasconcellos, su amante portugués, frecuenta el hotel
Marigny, en el que ejerce como relaciones públicas de lujo. En aquel
establecimiento de antiguas resonancias literarias, transformado por Albert Le
Cuziat en un burdel de placeres homosexuales, sería sorprendido Marcel Proust en compañía de menores.
Si
Cuziat sirvió a Proust para su Jupien de su obra cumbre En busca del tiempo perdido, Luis Fernando
complementará la personalidad del mecenas y afamado dandi Robert de
Montesquiou-Fezensac para que el escritor modele para su novela el retrato de
Palamède de Guermantes, barón de Charlus, aquel personaje enloquecido en sus últimos años por sórdidas fantasías eróticas en el sombrío París de
la Gran Guerra.
Cuando
las rentas son insuficientes para continuar con aquella vida de despilfarro,
Luis Fernando no duda en someterse a la puja de una millonaria norteamericana
ávida de un título nobiliario, Mabelle Gilman, con quien le será imposible
llegar a un acuerdo monetario. Finalmente optará por unirse con la anciana y
excéntrica princesa viuda de Broglie, la mujer más rica de Francia, cuyo
patrimonio dilapida don Luis en poco más de cuatro años de matrimonio.
Abandonado por todos, Luis Fernando fallece en París el 22 de junio de 1945, a la
edad de cincuenta y seis años. Sus restos pasarán a la cripta de la
iglesia de la Misión Española del Corazón Inmaculado de María, situada en la
rue de la Pompe. La retirada de su condición de Infante de España por Alfonso
XIII le imposibilitaba el descanso eterno en el Panteón de Infantes del
Monasterio de El Escorial como legítimamente le habría correspondido a su cuna.
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Algún día el defenestrado exrey Juan Carlos, deberá ser juzgado por sus
chanchullos. Lo de su hija, no es por arrastre de su marido; hay una
complicidad tácita de su padre.
saulrabin@gmail.com
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