domingo, 21 de febrero de 2016

EL GERIÁTRICO, DONDE LOS SENTIMIENTOS SE EVAPORAN (II y final)

Mi vida y sus infiernos… 

En noviembre de 1997 ingresaron en el geriátrico diez nuevos asistentes, todos ellos libaneses cristianos. Era gente muy respetuosa. Cobraban poco porque comían y dormían en el lugar. Lo que ahorraban lo invertían en mejorar la vida de los suyos y ampliar sus viviendas. 
Había un libanés que tenía mucho éxito con las mujeres. FARID, no hacía mucho que se había casado. Su mujer se había quedado en la aldea. Tenía toda la libertad del mundo: no solamente se cogía a algunas mujeres del barrio, sino también aquellas que venían a visitar a sus familiares. Rara vez dormía en su cama.
Con él tuve un entredicho porque el muy vago se aprovechaba de las chicas árabes. Hicimos las paces antes que yo me marchara. Me regaló una camisa.
EL ENCARGADO DEL PERSONAL era un tipo carismático, alto, de buen físico. Tenía mucha experiencia en el cargo. Con cuarenta y cinco años edad había reincidido en el matrimonio con una mujer mucho menor que él y con quien tenía tres hijos de cortas edades.
Algunas asistentas se mostraban dispuestas a mantener algún flirt con él, pero el tipo se mantenía al margen de todo esto: no quería complicarse con estas mujeres, quizá porque las consideraba inferiores, no merecedoras ni siquiera de un polvo sin pretensiones. En cambio, se perdió por la joven que enseñaba Manualidades. La acosada que era casada, renunció al laburo.
Como era una buena docente, el patrón obligó al acosador a disculparse y pedirle que retomara su tarea.
La acosada era hija de iraquíes. A pesar de haber nacido en Israel hablaba a la perfección el idioma de sus mayores. Fanática de la música árabe, ponía el pasacasete a full, a punto de aturdir. Había que rogarle que bajara el volumen. Por ella supe de la existencia de la cantante egipcia UMM KALZUM (n. 1904), una de las veneradas en el mundo musical árabe.
Desde niña demostró tener un gran talento para el canto. A los doce años, su padre la vistió como un chico para que pudiera actuar en su orquesta.
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A fines de 1997 a la Enfermera Jefe, la echaron por gorda y fea. En su lugar vino una pendeja físicamente potable, y profesionalmente solvente. A pesar de estar casada estaba decidida a pecar con el Encargado del Personal. Éste se mantuvo a la defensiva. Pienso, que aún estaba fresca en su memoria la mala experiencia que había tenido con la Profesora de Manualidades.
La nueva Enfermera Jefe, me tenía mucho aprecio y fue la que más lamentó mi partida.
EL CIRCO RELIGIOSO. Yo no tengo ninguna duda que la Religión es la cosa más perversa y que mayor daño le ha provocado al hombre.
El catolicismo alentó el odio entre los hombres especialmente contra los hebreos. Fue el artífice del crimen organizado a través de las Cruzadas y la Inquisición, entre otras linduras sacrosantas.
El Judaísmo con todos sus defectos nunca se nutrió del clientelismo religioso. Al contrario, siempre le puso escollos al que se quería convertir.
LA HUMILLACIÓN se vendía como una institución ideal para el religioso. Sin embargo, todo estaba montado en una vil patraña. Hasta se toleraba la agresión física a los ancianos, quienes se callaban por temor a las represalias.
Un árabe israelí y un ruso se pasaron de la raya: una asistente los denunció, para no verse comprometida.
Varios abuelos presentaban hematomas en distintas partes del cuerpo. Los imbéciles fueron despedidos. Y unos meses después, reincorporados. Eran mano de obra barata. Yo también lo era pero no pegaba.
El maltrato no era exclusivo de La Humillación. En uno de los geriátricos de la CGT—Histadrut, una joven árabe quemó con agua hirviendo a una anciana a la que estaba bañando. Quizá lo hizo porque en su propia casa le dijeron que los israelíes eran culpables de sus desgracias.
Cuando yo llegué a LA HUMILLACIÓN había dos jóvenes rabinos que se encargaban en controlar el Kashrut y darle apoyo espiritual a la gente del lugar.
Uno de los religiosos era un gordito jovial, tenía muy buena onda con todos. El otro era alto, delgado, callado y especulador. Éste le ayudaba al boss a ponerse los tfilim (es una de las más importantes mitzvot (preceptos) de la Torá. Ha sido observada y atesorada por miles de años, hasta nuestros días.)
Una vez que el negocio se hubo afianzado, el dueño de La Humillación decidió rajar a uno de los zánganos.
El gordito macanudo, que se llamaba SAÚL igual que yo, le sirvió en bandeja al iraquí la oportunidad de despedirlo.
Saúl se había calentado con una asistente. Como la chica le daba bola se vino una noche al geriátrico y se la trincó en la ropería.
La chica había nacido en Bujara, Uzbekistán, donde nuestros orígenes datan de los tiempos del imperio romano.
La asiática, que era tartamuda, cubría el tercer turno: de veintidós a seis de la mañana. Se había corrido la bolilla que era ninfómana y que con su concha daba unos discursos bárbaros.
LA CHICA DE BUJARA, a sus veintidós años, tenía un lindo físico. Una vez la vi calentando a un geronte: mientras ella le ponía el pañal, el pobre tipo le acariciaba una teta. La tartamuda se reía feliz: le daba un poco de alegría a quien
ya manoteaba el más allá.
---Era tan buena samaritana como la changuita que yo había conocido de Capilla del Monte. En el baño del único cine, le hacía debutar a los chicos que ella consideraba merecían perder la virignidad..
Un día el jadeo de la pareja fue oído por un asistente árabe israelí, a quien la tartamuda lo había rechazado un par de veces. Ella no quería complicarse la vida con el tipo porque estaba en pareja con una israelí que también trabajaba en La Humillación.
El asistente árabe israelí encontró la forma de vengarse deschavándolos ante el Encargado del Personal. El rabino y la ninfómana fueron a parar a la calle.
EL REBEH sobreviviente se convirtió definitivamente en el alcahuete del patrón. Se cuidaba de no disgustarlo. Dejó de cuestionar cualquier irregularidad, inclusive la no observancia del Kashrut. Su conciencia religiosa se había ido al carajo.
A mediodía se daba una vuelta por el hogar para garronear el almuerzo. Y a fin de mes venía a buscar su sueldo.
Para disimular su “no me importa”, un par de veces me pidió que pusiera el ojo en la distribución de los platos y los cubiertos, para que no se mezclaran los destinados a los lácteos de los cárnicos.
Yo me hacía el desentendido: no era esa mi función y tampoco me interesaba. Y tampoco le importaba a la patronal.
Yo tuve que trabajar para las PASCUAS-- PESAJ de 1998. Uno de mis compañeros, un ruso que había vivido muchos años en Australia, tuvo la infeliz idea de hacer aliá cuando ya era un sesentón.
El australiano me reprendió porque yo comía pan común que me había convidado un asistente árabe y no el pan ácimo—matzá propio de la fiesta pascual. No le respondí para no entrar en disquisiciones filosóficas-religiosas.
A la hora de la cena no se pudo juntar el número suficiente de hombres para cumplir con los rituales que marca esta fiesta religiosa. Hubo que recurrir a los cristianos libaneses para poder legalizar el circo.
EL RUSO – AUSTRALIANO—ISRAELÍ se dio cuenta, tardíamente, que entre los que invocan a Jehová también sobran los hijos de puta: lo despidieron de La Humillación mientras se estaba restableciendo de una apendicetomía.
La vida es una fotocopia.
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MUERTE EN EL INODORO. La Humillación era, como en la mayoría de los geriátricos, una verdadera yacija donde se amontonaba aquella gente, de distintas edades, que era considerada obsoleta por sus familiares.
Aquí no se diferenciaba entre los que pagaban la internación de aquellos que estaban a cargo de la Seguridad Social. Todos tenían el mismo destrato.
Entre las asistentes había una ucraniana que bien podía ser considerada la versión femenina de Sansón. Era tan bruta que era capaz de noquear de una palmada.
No sabía una palabra de hebreo. La tenían porque era barata y a pedido de su hija una chica divina.
El marido de la ucraniana no quiso hacer aliá. Se divorciaron antes del viaje.
Nunca entendió cómo se había casado con esa especie de Vaca Aurora (historieta argentina.)
Algunas mañanas yo compartía con la Ucraniana Bruta el cuidado de los internos durante las clases de Manualidades.
Un día, lo recuerdo como si fuera hoy, una de las mujeres le pidió a mi compañera que la movilizara al baño en su silla de ruedas. La sentó en el inodoro y después se fue a desayunar.
Los asistentes teníamos el breakfast a media mañana, en dos turnos de media hora.
De pronto, se me dio por mirar en dirección al baño y vi que la silla de ruedas aún permanecía en el mismo lugar.
Disimuladamente me acerqué hasta la entrada del baño. La anciana estaba recostada sobre una de las paredes del beit shimush, que era más largo que ancho. No me hizo falta tomarle el pulso para darme cuenta que estaba muerta.
Yo seguí con mi rutina. No estaba para complicarme la vida. Menos en un ámbito como éste, donde todo se tapaba con tal de resguardar el negocio.
Cuando la Ucraniana Bruta volvió al salón, yo me fui a desayunar.
Una hija de la fallecida que no estaba satisfecha con las explicaciones que le habían dado sobre la muerte de su madre, empezó a indagar al personal, que ya había sido instruido de lo que debía contestarle.
Finalmente la mujer se dio por vencida y nunca más se la vio por La Humillación.
--- Recordé a mi Tío Isidoro, soltero él, que se había muerto sentado en el inodoro de su casa.
En LA HUMILLACIÓN se contrataba personal sin tomar en cuenta sus antecedentes. Y casi no se observaba su conducta, salvo que cometiera una falta muy grave, o no fuera del agrado del Encargado del Personal.
Los peores asistentes eran los provenientes de la exUnión Soviética.
De esta corriente inmigratoria fue el grupo de neonazis detenido por provocar actos de vandalismo. Increíble pero cierto.
HABÍA UNA MOSCOVITA desprendida del rebaño comunista que había llegado al país en 1995. Tenía menos sensibilidad que un nazi.
La Moscovita Insensible tenía treinta años de edad, ojos saltones e inexpresivos y un pasado de bailarina clásica, que ya no se le notaba: se había ensanchado de todos lados. Estaba casada en segunda nupcias con un compatriota suyo, médico de profesión, que estaba revalidando su título para poder ejercer la Medicina en Israel.
En un principio ella se mostró abierta conmigo y me contó que su primer marido había sido un musulmán con quien no había tenido hijos. Ahora era madre de una nena.
Su mayor frustración era haberse visto forzada a dejar la danza por una lesión en un pie.
La buena relación entre nosotros, duró muy poco. Ella hacía el segundo turno y un día que yo me había quedado a hacer horas extras, la mandé a pasear con familia y todo cuando vi cómo maltrataba a los ancianos que estaban a su cargo. Era capaz de negarles hasta un vaso de agua. La denuncié a la patronal por abandono de persona.
Yo me fui de La Humillación y ella seguía en el mismo puesto y manteniendo idéntica tesitura. Por qué la iban a echar si la mina era barata.
En este mundo los sentimientos están subordinados a la rentabilidad de un negocio.
La Moscovita Insensible se había hecho muy amiga del ambulanciero, un muchacho árabe-- israelí, que estaba casado y tenía tres hijos. Su familia vivía en un kfar cercano a Haifa. La visitaba una vez por mes. El trabajo se lo consiguió un hermano suyo, que era enfermero profesional en un hospital de Tel Aviv, y por las tardes cumplía un turno en La Humillación.
Un día corrió el rumor que a La Moscovita Insensible y al Ambulanciero los habían encontraron cogiendo en una de las habitaciones aprovechando la ausencia de sus inquilinos.
Era comprensible: la mina tenía que esperar que su marido viniera el fin de semana para atenderla sexualmente. Y había veces la espera se alargaba porque su esposo se tenía que quedar, para cumplir un turno, en la residencia del hospital escuela.
PROHIBIDO REBELARSE. Muchos internos solo sabían expresarse llorando o gritando. Esta forma de hacerse entender le molestaba al Encargado del Personal quién rápidamente le ordenaba a la Enfermera Jefe que callara a los incordiosos. Se los medicaba. Idéntica suerte corrían los que pedían más comida, los que querían un mejor trato y aquellos que decían la verdad. En La Humillación los residentes tenían que ser mansitos.
Hubo un caso que me golpeó fuertemente. Una señora, de unos sesenta y cinco años de edad llegó a La Humillación porque su hija no la podía seguir cuidando: se le había presentado un trabajo que la iba a mantener alejada por mucho tiempo del país.
A la nueva habitante de La Humillación se le asignó una habitación en el ala contraria a la que yo atendía.
Esta mujer evidenciaba tener sus apetencias sexuales intactas como cualquier persona normal. El problema que en el geriátrico no se admitían las relaciones íntimas entre gerontes.
La Enfermera Jefe la trató como a una ninfómana. Y mediante la administración de unos medicamentos la sumió en un profundo letargo.
Un día no vino a desayunar. Fui hasta su habitación. Me encontré con una mujer atada a la cama. Tenía puesto un pañal y una sonda vesical. Mantenía los ojos cerrados. Nunca más volvió a caminar.
Cuando su hija regresó del exterior y preguntó qué le había pasado a su madre que estaba tan deteriorada la Enfermera Jefe le metió el cuento. Y en esto quedó todo.
EL ÁRABE ISRAELÍ, el mismo que denunció al rabino por montarse a la joven de Bujara, se encargaba de higienizar a la ninfómana. Cuando le tocaba las zonas pudendas la pobre se retorcía de placer. A esta mujer ni un regimiento la hubiese logrado serenar.
Estando en su silla de ruedas buscaba algún un punto de apoyo que le permitiera frotarse.
Uno de los internados tenía una hija que venía a darle de comer todos los mediodías. El hombre tenía muy mal carácter. EXEMPLEADO BANCARIO, era obsesivo con su cuerpo y su ropa. Había que bañarlo y afeitarlo todos los días. Yo le había agarrado la vuelta y a pesar que no estaba entre mis pacientes, me habían pedido que me encargara de él.
A los dos meses me quitaron esa responsabilidad, sin decirme el porqué de esta decisión.
La hija del exbancario se puso furiosa: quería que yo siguiera cuidando a su padre. Le dijeron que si no estaba conforme que se llevara a otro sitio.
La pobre se fue al mazo. También se apichonó cuando dijo que iba ir a denunciar a la policía el robo del reloj de oro de su padre: el dueño del geriátrico volvió a amenazarla con rajar a su progenitor.
El exbancario era un espécimen difícil de tratar y cuidar y no cualquier geriátrico le iba a soportar sus exigencias.
HABÍA UN SOLTERÓN que se desvivía cuidando a su madre. Él se encargaba de cobrarle su magra pensión y con esa plata darle algunos gustos.
Una noche se apareció un hermano suyo reclamándole un pedazo de ese dinero. Como el Hijo Pródigo se lo negó, el Caín le metió tremenda trompada que no solamente lo tumbó sino que en la caída se quebró un brazo.
Este bochornoso espectáculo lo presenció la madre que no paró de gritar y llorar viendo como sus hijos se peleaban.
UN HOMBRE FORNIDO, mentalmente en condiciones de vivir una vida independiente, estaba desconsolado porque sus dos hijos lo habían encerrado en La Humillación y lo tenían abandonado. Además, lo habían presionado para que vendiera un inmueble que estaba en pleno centro de Tel Aviv, cuyo valor superaba el millón de dólares.
El tipo se lamentaba: “No son capaces de traerme ni una mísera fruta sabiendo lo mal que se come aquí.”
En marzo de 1998 los hijos del Hombre Fornido se fueron de vacaciones con sus respectivas familias a Tailandia. Por el buen trato que yo le brindaba al padre, me trajeron de regalo una camiseta de manga corta, de tan burda confección que, después del primer lavado, no me sirvió ni siquiera de pañuelo.
Durante el año y medio que estuve en LA HUMILLACIÓN noté que las mujeres no le tenían paciencia a sus maridos internados. Había como un rechazo hacia ellos. Venían a verlos de puro compromiso. En cambio no era lo mismo con los hombres que se mostraban pacientes con sus esposas.
Por lo visto la mujer es mucho más rencorosa que el hombre. Perdona en apariencia. Pero cuando puede: pasa factura.
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SILLA DE RUEDAS. La representación más antigua se encontró en un grabado chino que data desde antes del año 525. La primera fue fabricada en 1595 para el rey español Felipe II (n. 1527) A principios de 1930, el ingeniero Harry Jennings fabricó la primera silla de ruedas de acero tubular plegable para Herbert Everest, un amigo parapléjico suyo. 

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