jueves, 1 de octubre de 2015

EL ANTISEMITISMO CATÓLICO AL DESNUDO.

El odio es genético.

(Imposición de Bautismos y Sermones.)

CUANDO EL CRISTIANISMO se transformó en la religión dominante en el Imperio Romano
(s.IV), multitudes de judíos fueron obligados a bautizarse.
EL PRIMER RELATO detallado se remonta al ano 418 en la isla de Minorca. Una ola de conversiones forzadas se expandió por Europa desde que en 614 el Emperador Heraclio prohibió la práctica del judaísmo en el Imperio Bizantino. Muchos lo siguieron, como Basilio I que lanzó una campaña en el
873.

DURANTE LAS CRUZADAS miles de judíos fueron bautizados por la fuerza, especialmente
en la región del Rhineland. En todos los casos las masas tomaban la ley en sus manos y se
imponían a creyentes que se habían preparado para el martirio.
Con todo, la posición oficial de la Iglesia tendió a seguir al Papa Gregorio I
(540-604,
 Padre de la Iglesia medieval) en el sentido de el bautismo no podía ser
suministrado por la fuerza. El problema era la definición de forzoso. ¿Acaso
incluía el bautismo bajo amenaza de muerte? Y ¿cuán forzoso era el bautismo bajo el
temor de castigos a largo plazo?  ¿Y el de niños?

Por ejemplo, el OBISPO DE CLERMONT-FERRAND, después de que una horda destruyó la
sinagoga de la ciudad, recomendó a los judíos el 14 de mayo del 576: “Si estáis
dispuestos a creer como yo, convertiros en uno de nuestra feligresía y seré vuestro
pastor; pero si no estáis dispuestos, partid de este lugar”. Alrededor de quinientos
judíos de Clermont se convirtieron, y hubo celebraciones en la cristiandad. Los otros
judíos partieron a Marsella. ¿Podía definirse aquella conversión como
 forzada? O
si no, en el 938 el papa le indicó al arzobispo de Mainz que expulsara a los judíos de
su diócesis si se negaban a convertirse voluntariamente (insistió en que no se aplicara
“la fuerza”).

Dijimos que el otro dilema fueron los casos de niños. ¿ A qué edad podía el bautismo
considerarse “voluntario” y no un gesto comprado por bagatelas? El mentado
AGOBARDO en el 820 reunió a todos los ninos judíos y bautizó a los que no habían sido
alejados a tiempo por sus padres, si le parecían dispuestos a aceptar el cristianismo.
Una de las cláusulas de la Constitutio pro Judaeis, promulgada por papas
sucesivos entre los siglos XII y XV, declaraba categóricamente que ningún cristiano
debía usar la violencia para forzar judíos al bautismo. Lo que no decía era qué debía
hacerse en los casos en que la conversión
 ya había sido impuesta: si era válida
de todos modos o si el judío podía retornar a su fe.
La respuesta es que la condena eclesiástica al bautismo forzado no se modificó, pero
su actitud respecto de problemas post-facto se endureció con el transcurrir de los
siglos.
En una carta de 1201, el PAPA INOCENCIO III estableció que un judío que se
sometía al bautismo bajo amenazas, de todos modos había expresado una voluntad de
aceptar el sacramento, y por ello no le era permitido renunciar a él posteriormente.
Para el cristianismo medieval, el retorno a la vieja fe era una herejía punible con la
muerte. Incluso en el ano 1747 el Papa XIV decidió que una vez bautizado un nino, aun
ilegalmente, debía ser considerado cristiano y educado en consecuencia.

Así ocurrió con las OLAS DE BAUTISMOS forzados más tardías, en el reino de Nápoles
durante las últimas décadas del siglo XIII, y en Espana en 1391, que comenzó con los
desmanes que liderara el archidiácono Ferrant Martinez. Cientos de judíos fueron
masacrados y comunidades enteras convertidas por la fuerza, y su trágica secuela fue el
fenómeno de los
 marranos (una voz peyorativa para denominar a los Nuevos
Cristianos
 y sus descendientes). Esta gente continuó practicando el judaísmo parcial
y clandestinamente, hasta después del siglo XVIII.

EN PORTUGAL, miles de judíos se asentaron después de su expulsión de la vecina
España en 1492.
EL REY MANUEL decidió que para purgar su reino de la herejía, no era
necesario expulsar a sus súbditos judíos, quienes constituían un valuable patrimonio
económico. En vez de ello, se embarcó en una campaña sistemática de conversiones
forzadas inicialmente dirigidas contra los ninos, quienes eran arrancados de los brazos de
sus padres en la esperanza de que los adultos los siguieran en la cristianización.
La furia de las conversiones en Portugal explica tanto el hecho de que para 1497 no
había un sólo judío abiertamente practicante en el país, y también por qué el
fenómeno del marranismo fue más tenaz allí hasta el día de hoy.

Un nuevo capítulo en la historia del bautismo forzado comenzó en 1543 con el
establecimiento de la
 CASA DE LOS CATECÚMENES (candidatos a la conversión)
primero en Roma y luego en muchas otras ciudades. Una década después el papa impuso un
impuesto a las sinagogas a fin de costear a los
 Catecúmenes (ese pago se abolió
sólo en 1810).
El converso potencial era adoctrinado por cuarenta días, al cabo de los cuales
decidía si convertirse o regresar al ghetto. Toda persona que por cualquier excusa era
considerada con inclinaciones al cristianismo, podía ser internada en la
 Casa de los
Catecúmenes
 para explorar sus intenciones.
Para agravar las cosas, corría una superstición popular según la cual quien lograba
la conversión de un infiel se aseguraba así el paraíso. Un tropel de ese tipo de
procedimientos se esparció a lo largo y ancho del mundo católico. A mediados del siglo
XVIII los jesuitas desempeñaron un rol protagónico en la práctica.

VARIOS CASOS FUERON NOTORIOS. En 1762 una horda se avalanzó sobre el hijo del rabino
de Carpentras, y lo bautizó en una zanja, por lo que el joven debió abandonar a su
familia. En 1783 fueron secuestrados los ninos Terracina para ser bautizados, y se generó
una revuelta en el ghetto de Roma.
En 1858, la policía papal secuestró de su hogar en el ghetto de Bolonia a EDGARDO MORTARA, de seis anos, quien había sido secretamente bautizado por una doméstica que lo creyó mortalmente enfermo.
Los Mortara trataron en vano de recuperar a su hijo. Napoleón III, Cavour y Francisco
José estuvieron entre los que protestaron el secuestro, y Moisés Montefiore viajó al
Vaticano en un esfuerzo estéril por convencer al papa de que ordenara la liberación del
nino. La fundación de la Alliance Israélite Universelle en 1860 “para defender los
derechos civiles de los judíos” fue en parte una reacción a este caso.
EL PAPA RECHAZÓ LOS PEDIDOS DE CLEMENCIA y, sólo en 1870, cuando cesó el poder de la
policía papal, el nino salió en libertad. Ya no era Edgardo: el joven había decidido
adoptar el nombre papal Pío, era un novicio de la orden de los agustinos y un ardiente
conversionista en seis idiomas. Su trágico fin fue que falleció en Bélgica en 1940, un
par de semanas antes de la invasión alemana que le habría impuesto un retorno a su
identidad judia.

DURANTE EL SEGUNDO CUARTO DEL SIGLO PASADO, el imperio ruso instituyó el sistema de
los
 cantonistas, sobre los que hablaremos en otra lección, y que involucraba el
virtual secuestro de niños judíos a fin de hacerlos servir militarmente durante varias
décadas, con la explícita intención de que abandonaran el judaísmo.
En cuanto a la imposición de sermones a los judíos, también fue pionero el mentado
Agobardo. En su
 EPISTOLA DE BAPTIZANDIS HEBRAEIS (año 820) señala que bajo sus
órdenes la clerecía de Lyons iba todos los sábados a predicar en las sinagogas, con
asistencia obligatoria de los judíos.
El sistema se regularizó con la FUNDACIÓN DE LA ORDEN DOMINICA (1216). Una ley de Jaime I de Aragón (1242) que recibió aprobaciónpapal, se refiere a la obligatoriedad de la asistencia. El mismo rey dio la arenga en la sinagoga. En 1279 el rey Eduardo I impuso la práctica en Inglaterra. El siglo XV
encontró, entre los predicadores más destacados, a Vicente Ferrer en España y Fra Matteo
di Girgenti en Sicilia.

La práctica se exacerbó a partir de la CONTRARREFORMA, que vino acompañada por una reacción judeófoba.
EN ROMA, cien judíos y cincuenta judías debían asistir a una iglesia designada para
recibir sermones, generalmente de apóstatas que debían ser pagados por la misma
comunidad judía. La supervisión de bedeles con varas, aseguraba que nadie se distrajera.
Michel de Montaigne registra que en Roma en el 1581 escuchó un sermón de Andrea del
Monte, cuyo lenguaje fue tan brutal que los judíos pidieron protección a la curia papal.
En 1630 los jesuitas iniciaron los sermones en Praga, y el emperador Ferdinando II los
instituyó en en el auditorio de la universidad de Viena, adonde debían asistir
doscientos judíos, una parte fija de los cuales debían ser adolescentes.
La imposición de sermones se prolongó por un milenio. Los derogaron la Revolución
Francesa, y las tropas napoleónicas que fueron difundiendo las ideas revolucionarias por
Europa. Después de la caída de Napoleón, se restablecieron en Italia al regresar el
gobierno papal, pero Pío IX finalmente los abolió en 1846. Para esa época el poeta
Robert Browning trató de reflejar el sentir judío durante los sermones:
“…cuando entró con alaridos el verdugo en nuestra cerca,
nos aguijoneó como perros hacia el redil de esta iglesia.
Su mano, que había destripado mi talega
ahora desborda para ahogar mis creencias.
Pecan en mí hombres raros que a su Dios me llevan.



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