Conocí a una joven yanqui que
llegó a la Argentina acompañando a su
marido por razones laborales. Después de estar ocho meses aquí, ella sintió la
necesidad de escribir sus experiencias,
priorizando el agobio que le
provocaban las colas que se deben soportar
en todo momento y en cualquier circunstancia. Algo impensable en su país.
Más de una vez deliré: veía a los ingleses
haciendo colas en la Argentina. Y, al poco tiempo, no solamente se iban del
país sino que hasta abandonaban las Malvinas.
Según el testimonio de gente que cree en
la reencarnación, asegura que el SEÑOR PIADOSO tiene decidido regresar a los difuntos argentinos a la
Tierra, para compensarlos
por el tiempo perdido en las filas de los bancos, en las clínicas y hospitales, en las escuelas, a
la hora de pagar los servicios, y un
sinfín de trámites como quejarse porque el
teléfono ha dejado de funcionar, o porque se ha caído el internet. Y en materia
de reclamos se podría escribir un libro.
De acuerdo a la lógica heredada la peor enfermedad es no tener trabajo.
Es una sensación de desamparo provocada por
una búsqueda infructuosa.
Cuando alguien parece interesarse en el postulante uno ansia dar con el perfil requerido y
sobrepasar las exigencias aunque a veces, se tropieza con que uno excede las necesidades del laburo. O, de pronto, no
tiene la suficiente experiencia. Esto pasa por no haber nacido sabihondo.
Cuando uno se asegura la pega, espera que en poco tiempo el patrón lo ponga en la nómina; que sea puntual con la
paga, que no lo explote. Es un ir y venir hasta conseguir que las cosas se enderecen.
A veces las necesidades hacen que las necesidades pongan de rodilla al
trabajador.
Los
empresarios se ponen nerviosos cuando oyen la palabra aumento. No es
cuestión de quedarse sin comer caviar.
Hay un momento de enorme tensión en
la vida de muchas personas: cuando se va
de compras. Después de encarar
por los lugares que prometen precios cuidados, uno se da cuenta que las
promociones son escasas y se llega a la conclusión que hay que desfondar la
billetera si se pretende tener una vida medianamente normal.
Y es cuando surge un nuevo
trauma: cómo hacer para terminar el mes.
Cansado de dar tantas vueltas
entre góndolas y estanterías el
sacrificado consumidor llega a la caja con la sensación que estuvo metido en la
búsqueda del tesoro.
LA CAJERA que ya no tiene ni fuerza ni siquiera para sonreír,
mira con desesperación el celular ( hoy
casi no se utiliza el reloj pulsera): cuando le falta para terminar con su
sufrimiento.
Cuando uno cree que ha llegado a la meta, a la máquina se le ha terminado
el rollo. O simplemente hubo un corte de luz o, de pronto se han
reducido el número de cajeros y hay que rearmar las filas y se renueva el amontonamiento de compradores. Y a peregrinar
hacia un nuevo santuario, donde
por fin se lo atienda.
Esto de caerse el sistema es una especialidad de los bancos,
oficinas públicas o privadas. Uno merece un poco de respeto: viene a pagar.
Comprar ELECTRODOMÉSTICOS es una tarea que
merece una enorme confianza en el negocio donde se dispone a dejar
parte de los ahorros. El vendedor regala la mejor sonrisa. Pero todo cambia
cuando uno vuelve reclamando el uso de la garantía porque el producto ha dejado de funcionar.
Es cuando el vendedor se convierte en un
pitbull. Se abre un infierno a los pies del comprador: lograr
que la garantía funcione. Es como caminar en sobre miguelitos.
Rara vez el arreglo satisface. Solo queda prometerse no volver a esa tienda
que defraudó nuestras expectativas.
Los SERVICIOS de telefonía, internet, celulares, televisión por cable, son verdaderas
muestras de cómo las empresas se pasan al cliente por las tumbas etruscas. Ni
siquiera los enojos y las amenazas, las
conmueven.
Es que el pecador tiene la protección de una Justicia (tuerta y
chueca con los pobres) que le satisface hasta
el menor capricho.
Uno llega a una oficina con sus reclamos, se apoya en un mostrador
esperando que lo atiendan y nota que nadie se da por enterado de su presencia.
Los empleados están metidos en una maratón de té y café. Los varones polemizan
por algo que da en el momento; mientras
que las mujeres vuelven a mirarse en un espejo de mano, para ver si todo está
en orden en ese rostro pintarrajeado.
La gente: es lo de menos.
Pagar el BOLETO DEL BONDI es como dejarse
reventar las hemorroides sin anestesia. Esas catraminas llamadas transporte
público, tendrían que llevar gratis a los pasajeros. Después de la espera el
colectivo llega atestado. Las varices reclaman un poco de descanso. Cuando uno se
hace de un asiento sube una embarazada o un
anciano. Todos se miran para ver quién
toma la iniciativa. La mayoría se hace la otaria.
Mi educación no me da para hacerme el boludo y me paro. Hubiese preferido que no
me agradecieran el gesto y no tener que levantarme.
No hay
mayor impotencia para un hombre que sentirse ENFERMO. Es comprarse un
pasaporte hacia la muerte, por ese calvario que significa la visita al médico.
El traste duele,
el cansancio abruma, el paciente se
levanta y le pregunta a la secretaria “¿El médico está atendiendo?” Con una
sonrisa de boca a boca la administrativa
justifica al ausente: “Está visitando a los pacientes internados (la
clínica no tiene internación); está terminando de estudiar una historia clínica
(por no decir con los jueguitos del celular); que lo llamaron para una interconsulta (por no
decir que se ha trenzado en un diálogo telefónico con su amante.)
EL ENFERMO, se siente más enfermo cuando se
va de la consulta. No entendió cual es su enfermedad. Lo real y concreto que ya
obra en su poder una receta.
--- Los ENFERMEROS, tienen lo suyo: muchos vienen malhumorados de sus casas y se desquitan con el paciente
haciéndole peregrinar de puerta en puerta para ver cuál de ellos están
dispuestos a atenderlos.
Con paso de
precesión el (im) paciente se encamina
hacia LA FARMACIA. Se encuentra con dos filas que se discriminan entre los que tienen obras sociales y los que tienen un bolsillo lo
suficientemente profundo como para pagar el medicamento sin chistar.
---- Para distraerse mira como los dependientes luchan denodadamente con
esos troqueles que en un delirio místico, prometió reemplazar por un
estampillado…
Cuando finalmente le llega el turno el ENFERMO cree
sentirse mejor, y mucho más después que
el dependiente le dice lo que cuesta el
medicamento.
Y es cuando después del shock
inicial el enfermo piensa: “seguramente
valdría la pena
comprarme un bife de chorizo, que hacerme bolsa el estómago, con esas pastillas
bicolores que no garantizan una mejoría. Ya lo dicen los médicos: “En Medicina
dos más no son cuatro”. Una deducción poco convincente.
Y arrastrando su cuerpo de ENFERMO maltratado, mira la luna y piensa: “Cuando llegué a la consulta era
pasado el mediodía. Y todo ¿Para qué?
SER ATEO, tiene su ventaja: no hay que esperar en una cola
para entrar en la iglesia, para honrar al santo preferido. O armarse de
paciencia, con la boca abierta, para que
el cura le haga tragar la hostia (oblea.)
Es mucho más edificante, mirar las horas
pasar, mirando el techo, que reduce cualquier esfuerzo y el enojo de estar
empujándose contra la corriente.
He dejado de interesarme en los espectáculos deportivos. No necesito
suicidarme por una entrada, muchas veces en manos de los
revendedores. Ni pelearme con el vecino que me ha quitado la butaca. O evitar que un punguista se haga de algo que no es suyo.
HAY HOMBRES, que seducen con la mirada. Otros tienen que
imaginarse cómo vencer la resistencia de una mujer demostrando que es un buen partido.
Otros tienen que cambiar de candidatas porque aquellas que atacaron, se pasan diciendo:
“Lo tengo que pensar”. Y todo esto insume un tiempo enorme y un descrédito a la
personalidad del festejante.
Y si se acierta con la mujer elegida empiezan los bolonquis: conocer a la
familia de la novia, esperar que los
futuros suegros aporten al primer encuentro. Y el futuro yerno marcha con pie
de plomo no vaya ser que los familiares
de la novia se ofendan y comiencen a
desarrollar contra él una campaña de desprestigio.
Por qué la mujer argentina es tan vueltera? No es tan así
cuando ha perdido el tren, o cuando está decidida a buscar fama.
Y cuando la ESPOSA ESTÁ EMBARAZADA, uno tiene bancarse todo aquello que puede resultar
sensible para que ella como que no se largue a llorar como si fuera contratada para ponerle mayor dramatismo a un
velorio.
Y EL ESPOSO, se transforma en el delivery de los antojos de
su mujer. Y el puching ball de sus
arranques nerviosos. Hasta que todo pase hay que agachar la testa.
LOS HIJOS, pueden argumentar que no pidieron ser traídos
al mundo, también insumen largas colas: en nombre de ellos y por ellos. Y
cuando crecen, muchas veces, se comportan como si fueron criados por una loba,
una cigüeña o por la gracia divina. Los padres, deben comprender que los hijos son como sombras que se diluyen con el tiempo.
LAS COLAS EDUCATIVAS, son oprobiosas para aquellos que quieren que sus hijos vayan
a una Escuela del Estado. Una vacante muchas veces existe cerca de la frontera
con el pueblo más cercano. Y mandar al hijo a una privada es para que el
“durelli” pasar de grado sin estudiar,
pero este servicio no es gratuito. Es la cuota mensual, el uniforme, libros, la
combi, y todo aquello que hace decir a los padres: “Y si nos adherimos a ese grupo de yanquis que en la década del
ochenta del siglo pasado, implementó homeschooling o homeschool
(escuela domiciliaria.)
Y están las insufribles REUNIONES DE
PADRES, que muchas veces los convocantes no saben
para qué los mandaron llamar. Lo único que queda claro que es una pérdida de
tiempo.
COLAS PARA IR A VOTAR: emitir un voto
es rezar que el fiscal de mesa de el Ok, y uno pueda entrar al cuarto oscuro,
que de oscuro no tiene nada. Y quiere
votar por un partido que no tiene quien supervise el estado de las boleta. Uno sale a preguntar dónde catzo fueron a
parar las papeletas de su partido. Y a esperar que alguien vaya a la
circunscripción siguiente, para ver si las consigue. O hurgar en el tacho de
basura.
Y mientras pasan los años llega una realidad que nadie antes
quiso llegar a conocer la JUBILACIÓN, una mutilación a los años invertidos. ¿A
quién le importa? La burocracia atiende
a los viejos como si fueran un ejército de derrotados que vienen a pedir una
limosna.
ESPERAR y ESPERAR, es la enfermedad social que afecta a la mayoría de los
mortales que viven en los países tercermundistas, pero a nadie le importa un carajo. Porque el
egoísmo es una constante que se reproduce y donde el argentino, es un artesano
del individualismo.
EL ARGENTINO ES PROCLIVE A QUE LE ROMPAN
LA COLA.
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