Si los libros de autoayuda
hubiesen servido para algo, no habría tantos seres infelices en este mundo.
Los ricos serían menos egoístas; las religiones menos
mentirosas; y las editoriales no lucrarían con el pesar ajeno.
Solamente acceden a estos
mamotretos impresos aquellos que tienen la panza llena y andan por el mundo como bolas sin manija; los que necesitan
alguien que les quiera y creen que hay una
fórmula mágica para conseguir el príncipe o la princesa de los sueños; o
aquellos que amenazan en suicidarse para llamar la atención.
Yo busqué alguna
justificación para leer alguno de los
libros de autoayuda que inundan las librerías. Miré sus precios de tapas y calculé lo que cobro a fin de mes, me di cuenta que la verdadera autoayuda era
no comprar estos textos milagrosos.
La vida es una mentira
dolorosa: donde hay quienes consiguen resucitar a los muertos; hacen llorar a las esfinges; curan con agua bendita; recuperan las almas de sus seres
queridos; mientras tanto millones
de seres humanos no saben qué hacer de
su puta vida.
Yo pienso en el hindú Ravi Shankar que vino a
la Argentina a enseñar a respirar a unos cien mil porteños, a cambio de miles
de dólares. Yo haría lo mismo y gratis.
Yo pensaba: porque Shankar no
se va a su país para instruir a millones de personas que se ahogan hacinados en ciudades
miserables.
Claro en la india no tiene la posibilidad de currar como lo hace en el
mundo occidental y cristiano.
Yo pienso en ese consejero
espiritual llamado Claudio María
Domínguez, un chirolita de la
radio y la televisión, que ni su propia esposa
se bancó sus truchadas y lo
cambió por el llamado Maestro Amor (Javier Ocampo), otra buena banana, que entre sus últimos logros espirituales tiene que
ver con la Justicia: está acusado de corrupción de
menores.
Yo pienso
en la psicóloga chilena Pilar Sordo, una mujer que para charlar sobre la condición humana, cobra
una entrada más cara que una obra de Broadway.
Ella
nació el mismo día que yo, lamentablemente para mí, si bien tengo tanta parla
como ella, no haría un mango con la desesperación ajena.
Hay que
ser sordo, para inventar semejante cantidad de boludeces tarifadas.
Si el
hombre no sigue las enseñanzas de los filósofos, ni los consejos de los hombres
de ciencia, todo lo demás es pura cháchara.
Cuando me entere que los políticos sean dignos del
pueblo después de leer un libro de autoayuda; cuando sepa que los empresarios cambien su postura y no le metan la mano en el bolsillo del
trabajador, después de leer un libro de autoayuda; cuando los laboratorios no
lucren con el sufrimiento de la gente, después de leer un libro de autoayuda;
cuando el empleado público tenga un trato deferente, después de leer un libro
de autoayuda, entonces se habrá terminado con la
hipocresía de aquellos que se sienten los dioses de la autoayuda.
La Vida
es una Fotocopia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario