lunes, 18 de marzo de 2019

NO SOY FAMOSO PERO TENGO COSAS QUE DECIR (6)




Contaré mi vida antes que la parca se anticipe.


 UN AMOR ENTRE PRIMOS.  Muchas veces he oído decir a muchos chicos  que fueron sus  primas las primeras en aleccionarlos  en los primeros pasos sexuales.
  Mi Hermano, el mediano,  fue uno de ellos. Lo mío con otra prima,  fue apenas un despertar a la vida.
Para  MIS TÍOS, Mi Hermano, el mediano,   era el sobrino preferido, a pesar que lo sabían  un tipo mal llevado. Decidieron darle techo y comida para que pudiera  terminar la Secundaria en un  instituto politécnico que tuviera mayor nivel que el  Industrial de  Concordia. Le veían todas las condiciones para que fuera un ingeniero   electrónico exitoso.
MI TÍO   había tenido varios choques con Mi Hermano. El más fuerte fue aquella vez que quiso darle un escarmiento  porque se había soliviantado con nuestra Madre. Lo arrastró de un  brazo hasta el baño. Lo metió en la ducha y lo bañó con agua fría. Cuando mi Tío creyó que su sobrino se había sosegado, lo soltó. Fue en ese momento que su sobrino   le tiró un manotazo con tal violencia, arrancándole  medio bigote.
El tío nunca más se entrometió con él. 
Unos años después, Mi Hermano se vengó del Tío enamorando a su  hija mayor  y en su propia casa. 
LA PRIMA se había enamorado de él. Ella lo buscaba hasta la desesperación. El encuentro carnal se produjo en el  altillo donde dormía su primo. 
MI HERMANO, por lo visto,  le había  prometido amor eterno.  Y  la niña agarró viaje entregándose  con todas las fantasías propias  de una adolescente  decidida a dejar de ser virgen. 
En una de las tantas noches de pasión, los tortolitos se quedaron dormidos. Cuando Marcos fue a despertar a su hija, como lo hacía habitualmente, para que no llegara tarde al colegio,  se encontró que   no estaba en su cama.
EL TÍO puso a su sobrino patitas a la calle. La seducida fue estigmatizada  por toda su familia.  Lo que más le dolió a la seducida  fue la  traición de su primo: no solo no hizo nada para volver a verla, sino que se fue del país  sin tomarse el trabajo de despedirse.  
 EL TÍO pasados unos años, perdonó al seductor. Y mi hermano recuperó el sitial del  sobrino preferido.
LA PRIMA, la seducida,  nunca se arrepintió de lo que hizo.  Lo suyo fue por amor, y el amor que uno da  no siempre es correspondido. Ella tuvo   algunas experiencias sexuales  que  no superaron las contingencias del momento. Cuando llegó a Israel, encontró marido. El matrimonio duró muy poco. Lo precipitó el hecho que Mi Prima no podía embarazarse. 
La chica  fue deambulando de cucheta en cucheta. Nunca volvió a enamorarse, quizá porque se pasó el resto de su  vida  en las alturas (azafata en una línea aérea francesa), y se sentía   incapaz de aterrizar. 
Las hijas de MI TÍA, la hermana menor de Mi Madre,   se mantuvieron vírgenes hasta el día de   la boda.
La mayor de ellas  se divorció unos años después, aburrida de que su marido fuera incapaz de satisfacerla materialmente.  Pienso que envidiaba  a su hermanita  la que   se había   casado   con el  hijo de un joyero que sabia darle todos los gustos. 
Automáticamente la hija menor pasó a ser la preferida  y  la que siempre socorría  sus padres  cuando les faltaba el mango.
Yo fui testigo de un caso anterior  de seducción entre primos.
 Yo estaba viviendo en una pensión en Mendoza. El hijo del dueño, con quien yo  había cursado el primer año de la Secundaria,   también sedujo  a una prima cuando  ella  se vino a vivir a la capital.  La joven  era oriunda de San Rafael.   Hacia tiempo que se había enamorado de  Miguel.
Jazmín  tenía diecinueve años. Era alta, delgada, cabello enrulado, nariz pequeña y achatada. Un cuerpo  bastante potable tanto vestida como desnuda, al decir de su primo. 
Durante un tiempo los encuentros sexuales se tuvieron  una cierta continuidad  como correspondía a dos cuerpos jóvenes.  Jazmín estaba feliz,  le parecía que tenía asido al  toro  por  las astas.  Ella nunca se imaginó   que su amorcito    no  entendía de fidelidades.
Miguel  se había encajetado  con una vecinita cometiendo  la locura de pasearse con ella por las inmediaciones de la  casa de   Jazmín. Ésta  lo pescó infraganti y armó tal escándalo  que terminó involucrando en el conflicto a las dos familias. 
Los padres de Miguel le echaron la culpa de todo a la sobrina. Los padres de Jazmín querían que el sobrino respondiera por  haber mancillado el honor de la hija. 
Cuando  me fui de Mendoza, dos años después,  las dos familias seguían disgustadas. 
La  rantifusa,  por creer en el amor, quedó destrozada.   Cada vez que nos encontrábamos   lloraba a moco tendido.
Su hermana Marina, dos años menor,  pasó a ser la preferida de los papis. Ella no los iba a desilusionar: iba a  llegar virgen  al altar.
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 EL NIÑO QUE FUI. . Yo llegué a este mundo, sin haberlo solicitado,  el miércoles  22 de octubre de 1941, pesando algo más de los  cuatro quilos.  Mis Padres me recibieron llorando.
 Nunca supe si fue de felicidad o por las malas noticias que llegaban del infierno europeo, en  un   año en el  que   los hornos de  los campos de concentración trabajaban a destajo. Fui el segundo Rabín: MI PRIMO MARCOS, el  colorado,   había nacido dos años antes.
MI MADRE  prácticamente no gozó de su sexualidad. MI PADRE no necesitó más que una eyaculación para embarazarla. 
Yo  no quería salir, estaba más que confortable en la panza de Mi Madre. La  partera  utilizó unos fórceps  con tan poca ductilidad que me hundió el  parietal  derecho  y la parte posterior de  la croqueta del mismo lado. El mío fue un parto tóxico que derivó en un asma crónico.  Después   tuve una infección intrahospitalaria: mi cabeza se llenó  de furúnculos.  Me llevaron  al  afamado  pediatra  mendocino Florencio Escardó (n. 1904) quien con una serie de microcirugías me  limpió los abscesos.
¡Pobre de mí!  Me volvían  a acuchillar mientras me estaba reponiendo de la  circuncisión. 
MIS PADRES me inscribieron en el Registro Civil, como Jacobo Saúl, por  el  hermano de Aarón que había  fallecido meses  antes que yo llegara a este mundo. Es una manera que tienen los hebreos de honrar a sus muertos. 
Con  JACOBO,  no necesité averiguar quién era un antisemita: se ponían en fila  para hacérmelo saber.   En  la Escuela Primaria  me  fue muy duro.    Mis compañeros  me gritaban: “Jacoibo, judío de mierda,  pija recortada; asesino  de  Cristo, ándate  del país.”
Yo no entendía por qué  tanta agresión;   por esta misma razón yo sufría mucho más.  
En los países anglosajones y en muchos de Latinoamérica  Jacobo es un nombre sumamente popular entre los cristianos.
En la Secundaria  la pasé mejor, quizá porque  dejó de importarme que  se me imputaran  delitos que yo no había cometido.
Yo me  sentía muy feliz cuando descubría que había alguien que llevaba  mi mismo nombre. Quizá por eso admiré al  militar guatemalteco Jacobo Arbenz, (n. 1913), quien fue un  iluso cuando trató de  terminar con los monopolios que agobiaban a su país.  
Fue depuesto por un grupo castrense que favorecía a multinacionales. Los ideales siempre marchan en sentido contrario al gran capital.
Yo nunca   entendí por qué era  tanta la alegría que había en una familia cuando  llegaba EL  PRIMOGÉNITO. No era lo mismo cuando venía la  chancleta. 
 Para mí no fue ninguna  ganga llegar primero. Mucho menos teniendo en cuenta que me siguieron  otros dos varones, que fueron una especie de esbirros, unidos contra mí, especialmente el mediano.
Muy pocas veces se compadecieron de mí, aun sabiendo que era un  asmático crónico.
MI HERMANO, el mediano,  interpretaba el rol del nene  desvalido. Vivía acusándome de pegarle  cuando era él quien me agredía, Mis Padres me pedían que le tuviera  paciencia.  EL  MENOR,   se dejaba  dominar por el mediano. Con dos tipos en contra,   yo   llevaba las de perder.
Algo que generaba discordia entre nosotros  era cuando había que hacer un mandado. Mis Hermanos se borraban y yo quedaba expuesto a ser  el che pibe. 
A media que fui creciendo fui comprendiendo que con EL  PRIMOGÉNITO se  experimenta.  Los padres  compran cualquier   literatura que les  prometa  una crianza feliz. Cuando creen que  lo tienen   todo  bajo control, el crio se les dispara.  Y vuelven las discusiones entre los cónyuges.  Cada uno  culpa al otro del fracaso.  Y al final  la criatura es   condenada: “Está intratable.”
Hay padres que son abiertos y aceptan los  consejos de otros como el de las  abuelas. Por sus  experiencias ellas se sienten dueñas de la  verdad.
Cuando no hay abuela,  es la madrina la que aparece en escena para hacer las correspondientes correcciones. Y al final, los padres  cansados de tantas chácharas  toman una decisión salomónica: consultar al Pediatra que se supone que es el que más sabe del asunto.  Pero tampoco es cuestión de molestarlo cada vez que el borrego chilla. Y las consultas no son gratuitas. 
Las familias que son medianamente pudientes contratan una nana. Y los más pobres se libran del mayor, llevándolo  gateando a un jardín maternal.
 MI HERMANO, el mediano,  (llevaba el nombre  del abuelo materno que había  fallecido ese año),  nació el 5 de julio de 1944, cuando a mí me faltaban tres meses para cumplir los tres años.  Mi Madre lo tuvo en una clínica. No quiso volver al hospital Felipe Las Heras por lo mal que lo había pasado conmigo.
Mi relación con este hermano fue  de permanente conflictividad. No  está escrito en ningún lado que tiene que ser de otra manera.  Quizá, inconscientemente, evocamos aquellas  diferencias    bíblicas que existieron entre el rey Saúl y el profeta Samuel.                             
 “Nacemos sin una finalidad, vivimos sin comprender y morimos anonadados.” Ingmar Bergman.
“Mi cuerpo muy temprano se acostumbró a alimentarse del dolor.” Jacobo Fijman
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Yo no me había terminado de acostumbrar a uno  cuando nació  el tercero. Fue el 9 de septiembre de 1945.  MI MADRE que no se sentía  contenida por su marido, se tomó  el  buque que  unía Concepción del Uruguay  con la Capital Federal y se fue a parir al  Hospital Durand.
Con él Mis Padres cerraron el negocio. Nunca supe si hubo algún embrión que se quedó pegado a algún bisturí.   
Carlos Durand. Médico  salteño  (n. 1826), una vez doctorado se dedicó  a la Obstetricia, continuando con una de las especialidades de su padre  Jean André Charles,   que fuera  estrecho colaborador de Rivadavia y miembro fundador de la Academia Nacional de Medicina.
Con EL TERCERO, Mis Padres creyeron que  lo iban a criar de taquito teniendo en cuenta  la experiencia acumulada.  Librado al azar,  terminó siendo un tipo tímido, carente de ambiciones, e incapaz de afrontar situaciones complicadas.  Le costó horrores cortar el cordón umbilical con su madre. Fue  el último de dejar la casa. Creo  que inconscientemente se casó con su madre, por eso se adhirió al club de los solteros. 
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MIS PADRES vivían  con los tiempos cambiados y  nunca se ponían de acuerdo.  Cuando Mi Padre asumió el rol de pendeviejo, Mi Madre se declaró fuera de concurso.    Se encerró entre cuatro paredes  y se dejó estar. Vestía horrible: siempre andaba con el mismo batón.  Se ponía en la cara unos afeites de fabricación casera, que ahuyentaban  a los mosquitos  a diez cuadras a la redonda. A mí  me revolvía  el estómago.  A ella no le importaba. 
La única  foto que conservo  de MI MADRE, medianamente   presentable, es una que nos tomamos cuando vino a visitarnos un  tío suyo  que residía  en Montevideo.    Mi Padre  faltó a la cita, según él, por exceso de  de trabajo. Una cantilena harto conocida.
El tío  uruguayo tenía una hija a la que conocí  en el  casamiento de Mi Prima FLORINDA. Ella vivía  en la ciudad uruguaya de Paysandú (fundada en 1749). Fue un parentesco de apenas un par de  horas. Nunca más pude  contactarme  con ella  ni con su padre. Tampoco  me buscaron.
El comedor   no cumplía con su función específica porque  eran pocas las  visitas y los que venían eran atendidos  en el hall o en la cocina. Su mobiliario consistía en  una mesa que se desplegó  en contadas oportunidades; una cómoda donde se guardaban  manteles y libros;  y una vitrina  donde estaban las  copas, platos y cubiertos que solamente se utilizaban en los  días festivos.
AARÓN,  que  era friolento,  dormía con una boina negra y se tapaba con un  cobertor  de dos plazas (relleno de pluma de ganso), que era muy abrigado.                                                          
El dormitorio tenía dos puertas: una, que nunca se cerraba,  era la que comunicaba con el  salón comedor. La otra, daba al jardín. Había  un enorme ventanal  hacia la  calle. El lecho  matrimonial tenía a ambos lados   sus respectivas   mesitas de luz. Además, estaban las camas de los hijos: tenían una  estructura de hierro.  Un enorme  ropero completaba el  moblaje. 
Sobre la puerta que daba al jardín había una banderola que filtraba la luz solar la  que se reflejaba sobre una pared. De acuerdo a  su  trayectoria yo sabía cuando podía llamar a MI MADRE  para que liberara de la tan indeseada siesta.  Todas las piezas tenían pisos de  parquet. Más de una vez me imaginé que levantando algunos  listones  me iba a encontrar con un fabuloso tesoro.
Yo siempre me consideré una buena persona. Yo me daba cuenta cuando obraba mal, Yo mismo trataba de corregirme. Creo que viví de los arrepentimientos más de lo debido. 
Una sola vez fui malo de verdad, pero fue porque se me mezclaron varias sensaciones al mismo tiempo. Mi primo MARCOS me vino  a buscar para irnos juntos a la Sociedad hebrea aprovechando que  nuestras respectivas familias  habían acordado en tomar parte de la cena comunitaria con motivo de festejarse las 
Pascuas-Pesaj. Nos íbamos a adelantar  para darnos tiempo para  jugar con otros chicos.
Yo estaba en el dormitorio  a medio vestir. Marcos me pidió que le abriera el  ventanal del balcón. Cuando pegó el salto para entrar se  me cruzó el diablo y  empujé una de sus  hojas.  Con una de sus rodillas reventó un  vidrio. Se hizo  un tremendo  desgarro que de pura casualidad no le afectó  los tendones.    
No  alcanzaban los trapos para detener la hemorragia. Mi Padre lo llevó de urgencia a una clínica donde tuvo que comerse un  largo zurcido.
Él  nunca se imaginó que semejante herida no fue un accidente sino producto de un acto artero de mi parte. Lo peor de todo que no sentí  remordimiento alguno. Quizá porque me estaba vengando por  todos los  juguetes que yo le prestaba y él  me los rompía. O  aquella  vez que me dio de  comer un ají que me quemó hasta la garganta; o cuando me dio de tocar una plantita de ortiga. Yo saltaba del ardor  y  él gozaba con mi sufrimiento.
Un año después  tuve mi propio castigo: me caí en la vereda de casa y  con mi rodilla golpeé sobre una baldosa rota. Me hice un  tajo enorme; solo que no hizo falta suturar.   
Me quedó  una  marca que me recuerda todo  lo malo que fui con Marcos.
VIOLENCIA DOMÉSTICA.  Las discusiones entre  Mis Padres  era moneda  corriente.  Para los hijos, un ambiente familiar  hostil no  resulta para nada agradable. El único desborde con signos de violencia física que yo presencié fue cuando Mi Padre  le lanzó un plato de loza a Mi Madre: afortunadamente  no dio en el blanco. 
EMMA estaba enyesada de una pierna. Se la había  fracturado  cuando se le cayó   un banco de piedra que había en el  Balneario Municipal.    
Mi Madre se movilizaba con mucha dificultad. Mi Padre, como muchos hombres, se volvía  loco por  tener que ayudar a su mujer en los quehaceres doméstico.  Estaba  tan  desquiciado que cualquier cosa lo irritaba.   
Y un mediodía a Aarón  se le saltó la térmica y le arrojó  el plato a Emma. 
Mi Madre, con toda la rabia acumulada tomó una navaja, no para matar a su marido, sino para quitarse el  yeso. Como no  hay  mal que por bien no venga,  la zona de la fractura se  le  había infectado.  Tuvo que someterse a un largo y doloroso proceso  para curar la parte necrosada. 
La única vez que vi  Mi Padre llorar por Mi Madre, fue cuando ella viajó a la Capital Federal, para  operarse de la vesícula. La cirugía estuvo a cargo  del eminente cirujano  y político socialista Enrique Dickman (n. 1874 en los EE.UU.)  Me sorprendió  lo sensible que estaba Mi Viejo. Puede ser que se quebró al imaginarse viudo y cargando con sus tres purretes. Por suerte Mi Madre volvió sana y salva. 
En ausencia de Mi Madre,   para  evitar todo conflicto familiar,  me apunté para ser el cocinero  de   los mediodías. Mi Padre se encargaría de  la cena.
En  mi debut preparé unos fideos moños. Creo que me comí la mitad de la olla probando para que no se me pasaran. El problema se me presentó cuando los colé: los moños  se me cayeron a la pileta. Los junté lo mejor que pude  y los recalenté.  Le agregué aceite de oliva  y queso de rallar.  Mis Hermanos comieron los fideos bajo protesta. Se le quejaron a  Mi Padre porque habían encontrado  ciertos  cuerpos extraños. Seguramente eran   residuos de otros alimentos  que estaban en la pileta y se habían  pegado  a los moños. 
De inmediato fui cesanteado. Esa misma tarde  Aarón fue a buscar a Ángela,  la  Sorda. Ni bien ella llegó la jauría se calmó. Y a Mi Padre le vino bien porque se salvó de prepararnos la cena.
 Cuando  Mi Madre volvió de la operación,  Mi Padre le compró un lavarropas Bendix que tenía  dos rodillos escurridores en su parte superior. El aparato tenía tal potencia que para evitar que se fuera a pasear se lo atornilló  al piso.  
Después le trajo   una licuadora Osterizer (se comenzó a fabricar en los EEUU a partir de 1946), que tenía su  base de acero y el vaso era de un material irrompible. Cuando se lo encendía daba  la sensación que en cualquier momento tomaría vuelo.
Mi Madre, para llevarle la contra su marido,  siguió lavando la ropa a mano.
Yo era el que más jugo le sacaba a la licuadora con mis licuados de leche con  banana.
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LAVARROPAS. En 1782, H. Sidgier diseñó un artefacto operado a mano, compuesto por un tonel de madera y una manivela. En 1851 el norteamericano James King   patentó el lavarropas con tambor y, en 1858, Hamilton Smith añadió al tambor la rotación en ambos sentidos. En 1880 aparecen los primeros lavarropas que calientan el agua mediante gas o carbón.

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