Decidí recordar mi infancia cuando el tren era el único medio
de transporte que yo conocía.
Hace dos años decidí volver a viajar en tren. Pagué mi
pasaje en primera clase.
Tomé el nocturno que une Mar del
Plata con la Capital Federal. Esa noche
diluviaba de lo lindo.
Cuando me senté creí que me iba a caer del vagón. A mi
asiento le faltaban más tornillos que a un demente.
Me alegré cuando el tren arrancó a horario. Había
escuchado que más de una vez se ha quedado varado por distintos
desperfectos, que aparecían a último momento.
Al poco de andar mi vagón se había inundando. Mi
asiento estaba a punto de flotar. Mis pies perdieron sensibilidad: se me habían
congelados.
Llamé al Guarda. “Llueve más adentro que afuera”, le dije. Sin alterarse me
respondió: “Se nota que Ud., hace mucho que no viaja en tren.”
Por lo visto: viajar en tren es una cuestión de
resignación.
Me amargué. Me di cuenta que en este país el hombre es
una fotocopia que se repite de generación en generación, con las mismas
actitudes, los mismos vicios, con su misma manera indignante de ver las cosas.
Desde 1990 se han hecho añicos todos los ramales que alguna vez unieron la Argentina tanto a lo
largo como a lo ancho.
Que en una actitud desaprensiva y miserable se han
dejado a miles de pueblos totalmente incomunicados y muchos de ellos borrados
del mapa.
“El
gobierno populista de Cristina Fernández de Kirchner, subsidia a empresarios
que explotan los ferrocarriles argentinos y que como demostración de la
incapacidad y corrupción con lo que gestionan solo en la línea Sarmiento desde
1995 a la fecha han dejado dos mil muertos; dos veces y media la cantidad de
soldados muertos en la guerra de Malvinas.
Estos
subsidios cuyo control no se ejerce supuestamente van a parar básicamente a
mantener una tarifa reducida con lo cual los usuarios creen que el Gobierno los
beneficia; cuando en realidad con ello busca votos en las clases trabajadoras
de más escasos recursos; mientras que los pasajeros viajan hacinados y con la
mínima condición de seguridad para sus propias vidas.
De igual
forma subsidia, único caso en el mundo, la transmisión gratuita de encuentros
de fútbol por TV; para lo cual destina el equivalente al cuarenta por ciento de
los recursos, como mínimo, que emplea para todas las líneas de trenes
suburbanos.” (Jorge Héctor Santos—Urgente24)
Los políticos
argentinos tan acostumbrados a viajar al exterior no les cae la cara de
vergüenza viendo el deterioro de los
ferrocarriles argentinos, verdaderas piezas de museos.
El que ha viajado
en los trenes de los EE.UU., de Alemania, de España, de Francia o de Inglaterra, se da cuenta que en la Argentina que
el pasajero es una basura, a quien se le considera un ser descartable a quien se
lo ultraja robándole la dignidad de usuario.
El comportamiento inhumano de los empresarios argentinos da que pensar. Acostumbrados
a coimear, quizá han embaucado a
Dios para zafar del Infierno; o tal
vez el Señor les aseguró que él no
castiga a los malandras.
El hombre es una bestia vestida que no tiene cura.
saulrabin@gmail.com
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