domingo, 3 de noviembre de 2013

EN EL PAÍS DE PINOCHO.

Ni siquiera una transfusión de buenas personas cambiaría la vida en el PAÍS DE PINOCHO. Terminaría rápidamente contaminada. EN EL PAÍS DE PINOCHO existe un placer colectivo de vivir al borde de los abismos y creerse piolas. La Historia recuerda que hace treinta años, el PAÍS DE PINOCHO, recuperó la Democracia. ¿Cuál? ¿La de un Partido impiadoso? ¿La de los avasallamientos elementales a los derechos del Hombre y el Ciudadano? ¿El que protege a los delincuentes ante la mirada distraída de la Justicia? ¿El que asesina a los pueblos los originarios? ¿El que convierte a los Colegios, en un rejuntado de estudiantes fracasados? ¿El que amontona en los pasillos de los hospitales, a seres desvalidos miserablemente numerados? En el PAÍS DE PINOCHO los auténticos patriotas se exiliaron por temor a morir a la intemperie. En el PAÍS DE PINOCHO a la gente se le amarga la existencia abusando de ella. En el PAIS DE PINOCHO la mentira se parece a la verdad, y se practica la doble moral. En el PAÍS DE PINOCHO el litro equivale a novecientos centímetros cúbicos y el kilo a novecientos gramos. Y esto es dado en llamar: “grandes rebajas.” En el PAÍS DE PINOCHO, pronto se dolarizará hasta el diezmo. Y eso que la mayoría de los fieles apenas si balbucea alguna palabra en inglés. En el PAÍS DE PINOCHO, los grandes moralistas se visten en París o Nueva York; y veranean en el Caribe. Y encima ocupan las tapas en las revistas del corazón. Y de dónde para tener tanto. No hay respuesta. Mientras tanto el trabajador se siente un idiota. El jubilado se altera: “cómo tarda la muerte.” Y aquellos jóvenes que alguna vez les dijeron que eran el futuro se dan cuenta que todo había sido un gran verso. En el PAÍS DE PINOCHO, los pocos que mantuvieron un poco de dignidad terminaron sucumbiendo en el Sodoma y Gomorra doméstico. En el PAÍS DE PINOCHO los automovilistas no frenan en las esquinas. Si matan saben que saldrán en libertad. Los trenes son celdas rodantes sin carceleros. Los colectivos tambores de hojalata: sólo sirve para hacerle sonar el bolsillo del viajero. Los que pasean sus perros miran con especial deleite como sus pichichos cagan en las veredas. Y los que tropiezan con la caca canina, a embromarse por caminar distraído. En el PAÍS DE PINOCHO, siempre hubo crisis. Muchos se esmeraron en explicar los desaguisados ajenos, para tapar sus propios zafarranchos. En el PAÍS DE PINOCHO siempre se ha vivido mal. El bienestar ha sido sólo para los que desguazaron el Estado. Los que se hicieron llamar empresarios. Y fueron simples émulos de Billy de Kid, solo que asaltaban sin utilizar sus pistolas. Son los mismos que hoy roban y fundan ONG; los mismos que roban y organizan cenas benéficas; los mismos que realzan sus dádivas colocando placas con sus nombres mientras tienen a sus trabajadores en negro. En definitiva: pedir que el PAÍS DE PINOCHO cambie, es como pretender una cordial convivencia entre suegras y nueras. Mientras tanto, en el PAÍS DE PINOCHO, la transfusión se sigue contaminando porque la Vida es una Fotocopia.

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