El Papa denunció el genocidio turco que fue la
matanza del millón y medio de armenios, que pronto se cumplirá un siglo, un hecho
sangriento que nadie puede negar, como aquellos que desconocen, miserablemente, el Holocausto judío.
Es lógico que el Sumo Pontífice haya puesto
énfasis en la tragedia armenia, teniendo en cuenta que este pueblo ha sido el
primero en abrazar el cristianismo. Que su población lo profesa en un noventa y cinco por ciento.
Es el pueblo armenio el que nos
recibió jubilosamente cuando ABRAHAM
inició el camino hacia la Tierra Prometida, llamándonos “ibrim (hebreos)”. Y
fue en tierra armenia, donde se cree estuvo
el ARCA DE NOÉ.
El
papa Francisco frente a dignatarios
armenios: el patriarca de Cilicia (zona
de Anatolia) de los armenios católicos, Nerses Bedros XIX, el de la iglesia
apostólica armenia, Aram I, y el supremo patriarca de esta última, Karekin II; cualquiera se hubiese animado a decir lo que
era políticamente correcto, más allá de la concebida y esperada reacción turca, donde el noventa
por ciento de su población es musulmana.
Pero BERGOGLIO
omite, al decir que el primer genocidio
del siglo XX es el armenio, lo que fue la BRUTAL MATANZA DE DIEZ MILLONES DE
CONGOLEÑOS, llevados a cabo por uno de los mayores genocidas que ha conocido la
Tierra, el monarca belga LEOPOLDO II.
Esta barbarie se inició en 1885 y se extendió hasta 1908. Es decir, más de los que murieron como
consecuencia de la Primera Guerra Mundial y bastantes más que los muertos en
los campos de exterminio nazis. El peor genocidio que ha visto el mundo.
¡Papa
Francisco!: el CRISTIANISMO congoleño representa el 47,3% de la población total de este país y
el 2,9% del total mundial.
LA
CARNICERÍA BELGA. El rey Leopoldo II ávido de nuevos territorios para su pequeño
país compró a título personal una parte del Congo tan grande como Europa, gracias
a los buenos oficios del explorador inglés Henry Morton Stanley. Leopoldo bautizó a este nuevo
territorio como État Indepépendant du Congo en uno
de los mayores eufemismos de la historia.
Por esas mismas fechas un genial veterinario irlandés llamado John Dunlop inventó unos tubos de goma llenos de aire para el triciclo de su hijo que revolucionarían el mercado de las bicicletas primero y, después, el del incipiente mercado del automóvil. Y precisamente cuando se produjo el boom del caucho, Leopoldo acababa de adquirir su propio territorio personal que, casualidades de la vida, era rico en caucho, por lo que enseguida puso a trabajar de forma esclava a toda la población congoleña para sacar el máximo beneficio de sus plantaciones de caucho salvaje hasta ostentar durante varios años el monopolio virtual en el mercado internacional.
Por esas mismas fechas un genial veterinario irlandés llamado John Dunlop inventó unos tubos de goma llenos de aire para el triciclo de su hijo que revolucionarían el mercado de las bicicletas primero y, después, el del incipiente mercado del automóvil. Y precisamente cuando se produjo el boom del caucho, Leopoldo acababa de adquirir su propio territorio personal que, casualidades de la vida, era rico en caucho, por lo que enseguida puso a trabajar de forma esclava a toda la población congoleña para sacar el máximo beneficio de sus plantaciones de caucho salvaje hasta ostentar durante varios años el monopolio virtual en el mercado internacional.
Como las
plantaciones en estado silvestre hacían necesario trepar a los árboles y esto
no podía hacerse con los pies encadenados, los funcionarios del rey controlaban
a los hombres haciendo rehenes a esposas y hijos hasta que aquellos cumplieran
sus cuotas de producción. Si no lo hacían les cortaban las manos a sus hijos o
mujeres.
La realidad de tamaña salvajada salió a la luz pública gracias a un empleado inglés de una compañía naviera de Liverpool, EDWARD DENE MOREL, encargado de verificar cargamentos y cuyo trabajo habitualmente le llevaba a Bélgica donde supervisaba la carga y descarga de barcos procedentes de Congo. Él descubrió que la mayoría de cargamentos salientes contenían armas pequeñas y munición y que no había pruebas de que se comerciara con los que producían el caucho importado del Congo. Alguien estaba ganando “discretamente” millones de francos belgas.
La realidad de tamaña salvajada salió a la luz pública gracias a un empleado inglés de una compañía naviera de Liverpool, EDWARD DENE MOREL, encargado de verificar cargamentos y cuyo trabajo habitualmente le llevaba a Bélgica donde supervisaba la carga y descarga de barcos procedentes de Congo. Él descubrió que la mayoría de cargamentos salientes contenían armas pequeñas y munición y que no había pruebas de que se comerciara con los que producían el caucho importado del Congo. Alguien estaba ganando “discretamente” millones de francos belgas.
Con 28
años Morel renunció a su puesto e inició una cruzada para sacar a la luz todas
estas atrocidades, recaudando dinero mediante conferencias, carteándose con
testigos oculares y presionando a políticos y gente influyente. Tanto es así
que la administración colonial inglesa envió al Estado Libre del Congo a uno de
sus hombres más fiables, ROGER CASAMENT, que en 1903 viajó por todo su territorio
siendo testigo de las múltiples amputaciones, las violaciones masivas, los
asesinatos de poblados enteros y de toda la violencia endémica que se había
apoderado de esta colonia. Una vez vuelto de su viaje por el Congo, Casement
volcó toda su rabia en un extenso y pormenorizado informe que envió al ministro de
Asuntos Exteriores. Era la gota que colmó el vaso.
El renombrado
escritor ucraniano inglés por adopción JOSEPH CONRAD(Józef Teodor Konrad Korzeniowski), denunció las atrocidades belgas en su
obra El corazón de las tinieblas.
Leopoldo, ya
septuagenario corroído por la
hipocondría, decidió que ya no valía la pena seguir manteniendo la colonia,
mucho menos lucrativa ahora que el mercado de productores de caucho se había
generalizado, y “generosamente” aceptó venderla al gobierno belga que se
endeudó por ciento diez millones de francos y además pagó al rey otros
cincuenta millones de francos “como prueba de gratitud por sus grandes
sacrificios en el Congo”. Leopoldo II murió al año siguiente.
Aun con su
crueldad sin precedentes, la explotación del Congo belga solo fue rentable
durante muy pocos años en los que Leopoldo literalmente se forró más allá de lo
que podía haber imaginado, además de forrar el suelo del Congo de cadáveres.
Pero sin duda, el gran negocio de Leopoldo estuvo en que él se embolsó
directamente los beneficios y traspasó a Bélgica sus deudas y el grueso de los
costes administrativos. A cambio adornó las calles de todo el país con
ostentosos proyectos arquitectónicos a su mejor gloria haciendo bien patente
hasta nuestros días la gran estafa que hizo a sus propios súbitos. (parte del texto
tomado de mrdomingo.com)
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