Tergiversar los hechos....
"Resulta fácil olvidar
hoy en día que, cuando en el Occidente europeo había regiones que apenas habían
sido evangelizadas, Oriente Medio era el centro del mundo cristiano" "Las amenazas que para
los poquísimos cristianos de distintas denominaciones que sobreviven en Oriente
Medio suponen el integrismo islámico, las guerras entre diferentes sectas y
grupos musulmanes, el terrorismo salafista...y, es duro decirlo, la
indiferencia de Occidente, hacen que, por desgracia, la idea de que el
cristianismo desaparezca casi por completo de las tierras donde nació y creció
no parezca una posibilidad remota, sino una realidad cada vez más cercana""Es una pena que el
libro, que, por el tema, el escenario y la documentación empleada podría haber
sido magnífico, resulte un fiasco por los prejuicios, inconsistencias y falta
de conocimientos del autor" "No se pregunta, por
ejemplo, qué pasó para que millones de cristianos, de pronto, desaparecieran de
Oriente Medio y no regresaran jamás"
HACE CASI 1.500 AÑOS, en el 578, dos monjes salieron de
su convento, cerca de Belén, al que nunca más regresarían. Se llamaban JUAN
MOSCO, el mayor de ellos, y SOFRONIO EL
SOFISTA, el más joven, discípulo del anterior. Ambos emprendieron
un viaje extraordinario que les llevaría arecorrer
buena parte del Oriente cristiano; cruzaron Siria, Egipto y llegaron a
la capital del Imperio, Bizancio, donde murió Juan, que hizo prometer a su
discípulo que llevaría sus restos hasta su convento de San Teodosio, del que
habían salido, y del que ya no quedaba nada, pues los persas lo habían
destruido en el 614. Años después, SOFRONIO cumplió su palabra y enterró allí a
su maestro.
No mucho más tarde, elegido PATRIARCA
DE JERUSALÉM, viviría el momento más amargo de su vida cuando hubo de
rendir la Ciudad Santa a las tropas musulmanas del califa Omar. Murió poco
después y fue enterrado junto a su maestro, en las ruinas del convento del que
ambos partieron para emprender su irrepetible viaje.
Tras las huellas de estos dos asombrosos personajes y,
con la guía de EL PRADO
ESPIRITUAL, el libro escrito por Juan Mosco, un auténtico bestseller de la literatura bizantina, un autor
británico, WILLIAM DALRYMPLE, decidió, en
1994, emprender ese mismo viaje por lo que antaño fue el núcleo de la
Cristiandad.
Resulta fácil olvidar hoy en día que, cuando en el
Occidente europeo había regiones que apenas habían sido evangelizadas, Oriente
Medio era el centro del mundo cristiano. Las grandes escuelas donde se
formaban los teólogos más destacados no eran Roma o Milán, sino Alejandría y
Antioquía. Los concilios ecuménicos de la Iglesia católica se celebraron, hasta
el de Letrán, en 1122, en Oriente (el primero fue en Nicea, en el 325). También
los grandes cismas surgieron allí, y las primeras herejías. En resumidas
cuentas: donde se cocía la vida
cristiana era en Oriente.
Cuando JUAN Y SOFRONIO emprendieron su viaje, a finales
del siglo VI, el Imperio Bizantino, dueño del Oriente cristiano (que ya no
vivía sus momentos de mayor esplendor) afrontaba la amenaza de los persas
sasánidas, que conquistarían buena parte de sus dominios. Pero el golpe final
llegaría tras la muerte de Juan, cuando, en pocos años, la recién nacida
religión islámica y sus ejércitos barrieran todo a su paso. Hay en el relato de
los viajes de estos monjes bizantinos mucho de nostalgia por el esplendor
de tiempos pasados, cierto sentimiento de anticipación de una catástrofe
indefinida que se avecina y de ahí, quizá, el afán por recoger el saber de los
padres del desierto, de dar testimonio de lo que fue el corazón de la
cristiandad antes de que todo ello desapareciera, de que otros, quizá,
quisieran reescribir esa historia a su manera. Qué razón tenían.
En ese sentido está claro el paralelismo con nuestra
época. Como entonces, el Oriente cristiano ha tenido que afrontar el embate de
numerosos enemigos que lo han dejado reducido a una mera sombra de lo que fue.
Pero, como entonces, lo peor está por llegar. Las amenazas que para los
poquísimos cristianos de distintas denominaciones que sobreviven en Oriente
Medio suponen el integrismo islámico, las guerras entre diferentes sectas y
grupos musulmanes, el terrorismo salafista…y, es duro decirlo, la
indiferencia de Occidente, hacen que, por desgracia, la idea de que el
cristianismo desaparezca casi por completo de las tierras donde nació y creció no
parezca una posibilidad remota, sino una realidad cada vez más cercana.
Basta seguir a nuestro narrador de hoy, WILLIAM DARLYMPLE,
en su viaje, para comprobarlo. El autor escocés, conocido por sus libros sobre
el Imperio Mogol y Afganistán, emprende su periplo en el Monte Athos, en
Grecia, para, desde allí, viajar a Turquía, Siria, el Líbano, Israel y Egipto.
“DESDE LA MONTAÑA SANTA”, es un diario de viaje, escrito
en etapas desde los distintos alojamientos de su peregrinación. Se suceden
lugares de lo más pintoresco: conventos ortodoxos, hoteles míticos de la época
dorada del Orient Express, albergues apenas habitables para el viajero
occidental… Dalrymple tiene verdadero talento para describir lo que ve, para
captar el interés del lector, trasladarlo a diferentes ambientes y hacer que
siga su narración como si fuera una novela.
Resulta desolador descubrir junto a él que, lo que antaño
fueron espléndidos monasterios, hoy son establos de cabras; que en lo que en su
día fue la montaña santa cerca de Alepo, donde los
anacoretas, estilitas y demás ascetas eran venerados por multitudes, ya no
quedan más que ruinas; que en ciudades como Homs--la antigua Emesa—(tercera ciudad de
Siria), Antakya (Antioquía) o Urfa (Edesa---ciudad al Norte de la
Mesopotamia), antaño grandes centros de la Cristiandad, hoy
no quedan apenas cristianos. Cuando se escribió este libro, en 1997, el
autor contaba que Siria era el único lugar, junto a Israel, en el que los
cristianos de Oriente Medio no eran perseguidos.
SABEMOS QUE HOY, EN SIRIA, la situación es muy distinta.
Contrasta para Darlymple la situación de la que disfrutaban entonces los
cristianos sirios con la de los ortodoxos residentes en Turquía. La mayoría de
ellos se había visto forzada a exiliarse, bien a Siria, bien a Grecia o incluso
a Estados Unidos. El patriarca de Constantinopla estaba amenazado, su sede
había sido objeto de atentados y los pocos monjes que quedaban junto a él eran,
en su mayoría, muy ancianos. Tras el genocidio armenio durante
la Primera Guerra Mundial, éste era el golpe de gracia que le faltaba a la
escasa población cristiana en Turquía.
Es una situación que veremos repetirse a lo largo del
libro. Salvo alguna excepción, como el de Seidnaya, los pocos monasterios que
siguen en funcionamiento están al cuidado de monjes muy ancianos, que explican
al autor que los jóvenes han emigrado o no se sienten atraídos por esa clase
de vida.
ES UNA PENA QUE EL LIBRO, que, por el tema, el escenario
y la documentación empleada podría haber sido magnífico, resulte un fiasco por los prejuicios, inconsistencias y
falta de conocimientos del autor. Como he mencionado, Dalrymple es un excelente
descriptor de ambientes y un buen narrador. El problema viene cuando se pone a
hacer análisis político-religiosos de temas que le vienen grandes y que
solventa con cuatro tópicos progres de brocha gorda, a estas alturas ya
bien conocidos por todos: Israel es una entidad que ha ocupado los
territorios del pueblo palestino, y tiene la culpa de la mayoría de lo que pasa
en Oriente Medio (por supuesto, el autor niega ser antijudío, sólo expresa su
antisionismo. Como si fueran conceptos distintos); la
guerra del Líbano fue culpa de Israel (repite “MASACRES DE SABRA Y CHATILA” ),
del supremacismo cristiano y del capitalismo libertario; Occidente, con sus provocaciones y
sus humillaciones, tiene gran parte de la culpa de la reacción
violenta y del odio de los musulmanes; y, naturalmente, el
islam es una religión de paz que
acogió a judíos y cristianos bajo su manto protector, tratándoles con respeto y
tolerancia. Tolerancia es la palabra. Como bien explica Bat
Ye’or en el libro que
comenté aquí la semana pasada, el islam, en los
territorios que conquista por la YIHAD, no reconoce derechos a
los pueblos que somete: los tolera, como dhimmis, como inferiores que
compran su libertad y que siempre dependerán del arbitrio del gobernante
islámico de turno.
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