EL CAMINO DE BUENOS
AIRES comienza con el encuentro de Albert Londres y unos cafishos en una confitería de París. Llega
uno, vestido como un maniquí, cargado de billetes de mil francos. “Venía de
remonta“, ó sea, de buscar mujeres para exportar “ -¿de Egipto? - ¿De la
Villette? - ¡De Buenos Aires!”
ALBERT LONDRES se prestaba descender del
Malta cuando fue interceptado por la policía, en las escalinatas del barco.
Eran las cuatro de la tarde de un 27 de febrero caluroso. Tras una serie de
averiguaciones acerca de su persona y objetivos en Buenos Aires fue detenido.
El motivo: la ausencia de un comprobante que garantizara que no poseía ningún
prontuario ni deudas con la justicia.”Veamos a Romindato, empleado en el puerto
y pariente de un policía. Este hace detener a los traficantes cuando
desembarcan. Al día siguiente va a verlos y les dice: ¡He sabido de su
desgracia! Y por doscientos pesos los deja marcharse“.
La Compañía Chargeurs Reunis, dueña del Malta, pagó la fianza
y Londres recuperó la libertad. De las bodegas empezaron a descender
adolescentes traídas desde Francia. “Los fardos“ (expresión que denotaba la
situación de apiñamiento en la que viajaban) formaban parte de un comercio
clandestino diseñado por los mercaderes de Europa y América del Sur.
LONDRES se alojó en un hotel ubicado en calle 25 de
Mayo al trescientos. Una vez instalado allí, comenzó a repartir su tiempo entre
las reuniones con personas vinculadas a la “corporación “ y el ocio. La
posibilidad de “vivir entre ellos y estudiar sus oscuras costumbres",
comenzó a seducirlo. Una serie de contactos le permitieron acceder a Camilo
Fouquére, alias “El Moro“. El viejo “caften” que aún conservaba su patente de
importador, lo interiorizó sobre el tráfico de mujeres y lo acercó a algunos
integrantes de la red que operaba en los bajos fondos porteños. En poco tiempo
Londres logró inmiscuirse entre los “caftens” y descomprimir el hermetismo de
la reluciente organización, consentida por políticos, hombres de negocios y
policías.
LAS IMPRESIONES DE LONDRES SOBRE LA ZONA DEL
BAJO DE BUENOS AIRES que incluyen a prostitutas y “caftens“, tugurios y
barrios, conforman uno de los mejores pasajes del libro. Esa parte de la ciudad
es sin dudas el escenario del hampa. “Recorrer Buenos Aires no es caminar, es
jugar a las damas con los pies. Uno se cree un peón sobre el damero (…), tiene
exactamente tanta fantasía como una geometría: paralelas, perpendiculares,
diagonales, cuadras“. Si bien la laberíntica ciudad lo abrumaba, el francés no
tardó en caer bajo sus encantos. Las casas “más bellas que las de París“, las
esquinas iluminadas y el estilo colonial fueron algunos de los aspectos que más
le impresionaron.
Sin embargo, la zona del puerto acaparó su
atención. “Yo he visto puertos ( …) pues bien en nombre del respeto que a veces
tengo por la verdad (…) ver la Boca es ver algo más también. La Boca: La Boca
de Buenos Aires". Los barrios cercanos al puerto eran un hervidero. Al
respecto escribe Londres: “Las encontraréis en la Boca, es decir, en el propio
bajo fondo, no solamente en el fondo de Buenos Aires, sino en el fondo de todo,
y aún algo más. Las encontraréis solitarias, en su casita, en su maison
francoise, en todas las cuadras de este vasto damero de Buenos Aires ( …).La
Boca parece la conciencia que se hubiera cargado de todos los pecados mortales
y que abatida viviera allí en medio de la maldición“.
Sobre el auge de las “CASAS FRANCESAS” dice
Albert Londres que hay cuatro por manzana, con cortinas reglamentarias rosadas
ó de color crema. Recorre la zona. “Paseaba de Cangallo a Sarmiento, de Córdoba
a Lavalle, de Tucumán a Viamonte [...] cansado de las calles perpendiculares,
echaba por las horizontales y se me veía en Suipacha, en Esmeralda, en Maipú,
en Florida. Descendía hasta 25 de Mayo y volvía a subir hasta Medrano “.
LAS MUJERES ERAN SELECCIONADAS y luego
repartidas entre los propietarios de los clubes nocturnos, Algunas partían
hacia Rosario y Mendoza. Otras eran devueltas Cuando las muchachas son
descubiertas, las autoridades sudamericanas las reembarcan en el mismo vapor.
Pero, jamás se ha visto una franchuta devuelta a bordo. Comprendo esto
muy bien “. Pero ante su asombro el negocio no sólo era propiedad de los
franceses. La trata de blancas había sido acuñada por los polacos que a
diferencia del “método francés“, trabajaban a domicilio. Se hacían llamar
comerciantes de pieles y compraban a las adolescentes con la anuencia de sus
padres. Sucesivamente le ofrecían un contrato donde dejaban constancia del
importe a pagar y el período por el que alquilaban (hasta tres años) a sus
hijas. Según Londres: “Las familias que tienen muchas hijas son las más
buscadas, pues representan más ventajas: Cuanto más negra es la pobreza, tanto
más segura es la remonta (ir en procura de mujeres para exportar). Son
comerciantes serios y previsores. Algunos almacenan“.
ALBERT LONDRES pasó por Buenos Aires.
Descubrió el tráfico de prostitución de Europa hacia América del Sur y se
marchó. Luego escribió: “¡Bueno! Aquello era Buenos Aires (…) toda una gran
ciudad (…), la primera de la América del Sur (…) Tiene en el corazón de los
argentinos el mismo lugar que el sol en el cielo. Es la luz“.
En una conclusión expuesta
al final del libro se lee: “El rufián no crea. No hace más que explotar lo que
encuentra. Si no encontrara esa mercadería, no la vendería. Únicamente sabe
quien es la fábrica. Conoce la fábrica de donde sale la materia prima, la gran
fábrica: La Miseria".
En el capítulo final,
pronuncia casi a modo de epitafio:”Yo he querido descender a los fondos más
bajos donde la sociedad se desembaraza de lo que la amenaza o de lo que no puede
alimentar. He querido ver lo que nadie quiere ver ya. Los que viven sin
cadenas, sin miserias, los que comen todos los días promueven tal ruido por su
propia cuenta, que no pueden oír las quejas que suben desde abajo”.
De la denuncia realizada
por ALBERT LONDRES se critica su visión
patriótica y maníquea: francesas finas, casas francesas
cuidadas y hasta elegantes frente a rusas y polacas de poca categoría (La Boca
sería el barrio bajero que las alojaba), al final, los criollos y las criollas
contra los “caftens“, judíos sórdidos importadores de niñas rusas y polacas
engañadas con el casamiento real o fingido con paisanos que visitaban las
aldeas y se las llevaban mediante una suma de dinero a los padres.
Su discurso está en sintonía con el ANTISEMITISMO que se manifestaba abiertamente en esos años. La Zwi
Migdal era, realmente, una organización criminal, bajo la apariencia de una
sociedad judía de socorros mutuos, pero la denuncia de Albert Londres, es
pobre. Se limita a criticar al los “rusos“, lo mismo que a los criollos,
compadritos que llevan y traen mujeres de un pueblo a otro, de Montevideo a
Buenos Aires, pendencieros y sin educación.
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