“Se debe
hacer justicia al fenómeno nacional palestino, que era
irrelevante en la primera mitad del siglo XX. En el curso de los últimos años
consiguió hacerse reconocer por la LIGA ÁRABE, las Naciones Unidas y el mismo
Estado de Israel. Desde 1948 (independencia de Israel) hasta 1967 (Guerra de
los Seis Días), FALISTÍN (Palestina, en árabe) había dejado de existir. Durante
19 años una porción del mapa lo ocupaba Israel y la otra, Jordania y Egipto. Lo
repito porque es esencial recordarlo.
En mayo de 1964
se fundó la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), integrada por
centenares de hombres que componían AL FATAH, AL SAIQA Y EL FRENTE POPULAR PARA
LA LIBERACIÓN DE PALESTINA. Las tres entidades eran laicas y se inspiraban en
el apasionado nacionalismo que durante los años 60 acompañó la descolonización
en África y Asia; la última era marxista-leninista.No estaban
contaminados por el fundamentalismo islámico, que advino más adelante. En 1967
apoyaron la obsesión bélica del presidente Naser, que concluyó en un desastre,
como ya narré: Israel derrotó a quienes pretendían aniquilarlo y se extendió
desde el Canal de Suez hasta las alturas del Golán. Los árabes palestinos
pasaron de la ocupación jordana y egipcia a la insospechada y mareante
ocupación israelí.
LA OLP
ELIGIÓ PROFUNDIZAR LA VÍA TERRORISTA EN LUGAR DE PROPONER NEGOCIACIONES. Siguió el
modelo de los FEDAYINES que Naser había espoleado a cruzar la frontera de Gaza
para cometer cientos de atentados. Además, se dedicaron a asaltar aviones,
atacar aeropuertos, asesinar deportistas, poner bombas en ómnibus escolares,
disparar contra viviendas civiles. Adquirieron notoriedad porque contrastaban
con los sectores que aspiraban a conseguir un acuerdo pacífico. Por esa época
el gentilicio palestino se asociaba con la palabra terrorista. Pero, de a poco,
fue otorgando resonancia a la expresión pueblo palestino, que se refería ahora
sólo a los árabes de Palestina. Se la martilló con vigor creciente, a pesar de
que muchos aún negaban su existencia real. Muchos israelíes se seguían
considerando tan palestinos como los árabes.
EN 1970 LA OLP
HABÍA LOGRADO CONSTITUIR UNA FUERZA CONSIDERABLE EN JORDANIA, casi un Estado
dentro del Estado, y decidió tomar el gobierno de ese país, que históricamente
había formado parte de Palestina. En otras palabras, ya existía
un Estado palestino llamado Jordania, hecho que la
OLP no ignoraba, por supuesto, y pretendía sacar beneficio de esta situación.
El rey Husein reaccionó ferozmente y se calcula que sus tropas mataron a miles
de hermanos en septiembre de 1971, llamado desde entonces SEPTIEMBRE NEGRO.
Las
despavoridas columnas de Arafat huyeron hacia Siria, pero el presidente Asad
les cerró la entrada con impiadosos cañones y ametralladoras. De forma poco
clara –tal vez autorizados por Israel– llegaron al Líbano, donde también
se empeñaron en formar un Estado dentro del Estado, con un laberinto de túneles
y barrios controlados por completo, hasta que explotó la sangrienta
guerra civil.
LA OLP CONTROLABA
EL SUR DEL PAÍS, y desde ahí lanzaba ataques diarios contra las poblaciones
fronterizas de Israel. En 1974 consiguió ser reconocida por la Liga Árabe como “única
representación legítima del pueblo palestino”, noticia que
puso en aprietos a la dirigencia árabe moderada. Menajem Beguin, que había
firmado una generosa paz con Egipto, decidió silenciar las baterías palestinas
del Líbano, que atacaban a diario, impiadosamente, centros civiles de Galilea.
Sus fuerzas llegaron rápido hasta Beirut y en el trayecto fueron recibidas con
alivio, flores y alimentos por las poblaciones cristianas del Líbano, sometidas
a los asaltos de la pinza sirio-musulmana. Los dirigentes de la OLP tuvieron
que huir a Túnez.
EN NOVIEMBRE DE
1988, DURANTE UNA REUNIÓN DEL CONSEJO NACIONAL PALESTINO EN ARGEL, Arafat
anunció el establecimiento del Estado Independiente de Palestina y aceptó las
resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas, que no son precisas, porque
hablan de la devolución de los territorios conquistados: no dice “todos”. Esa
inteligente decisión fue premiada al mes siguiente por Estados Unidos, que
aceptó iniciar un diálogo diplomático directo con la OLP. Los avances
se quebraron cuando Arafat apoyó la invasión a Kuwait de Sadam Husein, lo que le
enemistó con Occidente y con la mayoría de los países árabes que hasta ese
momento lo habían sostenido.
EN 1993
SIMÓN PERES E ISAAC RABIN DECIDIERON RESUCITAR AL DEBILITADO ARAFAT para conseguir
la solución del largo conflicto. La primera Intifada había tenido el mérito de
consolidar la flamante identidad nacional árabe-palestina, incluso entre los
israelíes. Era un buen momento, entonces, para un reconocimiento recíproco y
avanzar hacia la tan postergada paz. Se firmaron los Acuerdos de Oslo, que les
valió a los tres personajes citados el Premio Nobel de la Paz. Nacióla
Autoridad Nacional Palestina y empezó la transferencia de poderes. Los temas
más difíciles quedaron para el final, cuando los aceitase una mayor confianza
mutua.
Pero sucedió lo
contrario, debido a la acción de los grupos armados autónomos que la Autoridad
Palestina no quiso inhibir. Al Fatah, liderado por
el mismo Yaser Arafat, constituyó las Brigadas de
Al Aqsa, que cometían crímenes condenados en inglés y felicitados en árabe.
Engordaban los grupos fundamentalistas Hamás yYihad
Islámica, que no aceptaban ningún acuerdo. Arafat, en lugar de ejercer la
posición del estadista que monopoliza el poder, seguía con las ilusiones del
guerrillero que dejaba hacer a los terroristas para minar la resistencia
israelí. Alcanzó cumbres del doble discurso. Condenaba cada atentado mientras
estimulaba su multiplicación. Las primeras mujeres asesino-suicidas fueron
jóvenes palestinas que calificó de “rosas de nuestra causa”. Era evidente que
mentía: su objetivo no era la paz con Israel, sino destruirlo con otros medios.
EN EL ENCUENTRO
DE CAMP DAVID, DURANTE LA
PRESIDENCIA DE CLINTON, los palestinos habían logrado un avance que no hubieran
soñado años antes: la pronta creación de un Estado
árabe-palestino independiente sobre casi
todos los territorios ocupados y la soberanía compartida de Jerusalén. Pero
Arafat resistió las presiones, pateó el tablero y logró que los palestinos no
dejaran de perder la oportunidad de volver a perder la oportunidad… Regresó
haciendo la uve de la victoria (¿qué victoria?), mientras el primer ministro de
Israel –que había cedido más de lo que hubiera aceptado Rabin– volvió
derrotado.
A los pocos
días, con la pueril excusa de un paseo de ARIEL SHARÓN por la explanada del
Templo (que había consentido Jamil Jagrib, responsable palestino de seguridad),
desencadenó la
injustificada y criminal segunda Intifada, que duró
cinco años, con miles de muertos por ambas partes, exacerbación del odio en
lugar de la confianza y un empeoramiento profundo de la calidad de vida
palestina.
EL RECHAZO A
LAS CONCESIONES DE CAMP DAVID fue una
siniestra repetición de los Tres Noes lanzados en Jartum. Bloqueó el camino de los acuerdos y cargó dinamita
a la violencia. Pero consiguió que el mundo viese a los palestinos como la
víctima inocente, inerme e indiscutible; por lo tanto, impermeable a cualquier
crítica. Todo lo que hacían se justificaba por el martirio de la cruel
ocupación. De esa forma, nadie exigió a la Autoridad Palestina que ejerciera el
monopolio de la fuerza y pusiese fin a la metralla de los atentados. Nadie
exigió que invirtiera en salud, educación y construcción en vez de en armas los
multimillonarios recursos que recibía de la Unión Europea y los Estados Unidos.
Ni siquiera que terminase con la enorme corrupción que hasta un intelectual
palestino como Edward Said criticó, encendido de rabia. Gran parte del dinero
volaba hacia bancos extranjeros.
LA VIUDA DE
ARAFAT ES AHORA UNA MILLONARIA que disfruta las delicias de París mientras se
conmueve por el heroísmo de los suicidas (ni ella ni su hija piensan
suicidarse, por supuesto).
Grandes
desafíos enfrenta el nacionalismo palestino en este
momento, un nacionalismo que nació secular y ahora ha caído bajo la influencia
de la teocracia fundamentalista, que amenaza con provocar escisiones internas
muy profundas.
¿DEBEMOS
REPETIR QUE NUNCA EXISTIÓ UN ESTADO ÁRABE INDEPENDIENTE EN PALESTINA? ¿Que
nunca Jerusalén fue la capital de ningún Estado árabe o musulmán, ni siquiera
cuando Saladino expulsó a los cruzados, o el imperio turco se extendió por la
región, o Jordania usurpó la parte oriental? Debido a esa carencia, el
nacionalismo palestino racional y moderado necesita escribir una narrativa que
le brinde respaldo, sin recurrir
a la fabulación que lo haga insostenible. Debe
resignarse a no alcanzar la vastedad, riqueza y resonancia de la narrativa
judía, porque ésta tiene 3.500 años de historia. El contraste es demasiado
grande.
EL ESTADO
PALESTINO no será la obra de un milagro, como no lo fue el Estado de Israel.
Los judíos lo reconstruyeron con lágrimas, sudor y sangre. No fue un regalo de
nadie. Antes de la independencia –vuelvo a insistir–, los sionistas ya habían
creado ciudades, kibutzim, caminos, universidades, teatros, colegios, sistemas
de riego, orquestas sinfónicas, puertos, métodos para fertilizar el desierto,
hospitales, museos, forestaciones, centros de investigación. Los palestinos
pueden exhibir los derechos que les otorga un período de vida menor, en el que
también derramaron lágrimas y sangre, además de nacer en ese territorio o
extrañarlo desde el exilio. Pero no alcanza con sangre y lágrimas. Falta el
sudor: ¡construir en vez de destruir!”
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