Me iré de este mundo viendo
como las bostas humanas se reciclan…
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Juan XXIII, un auténtico amigo del pueblo judío, conocido
como el PAPA BUENO, trató de unir a las
dos religiones. De entonces, pasó medio siglo, y la Iglesia Católica, sigue
siendo tan antisemita como siempre.
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Publicado por Dolores
Glez. Pastor
EN 1506, NO ERA BUEN NEGOCIO SER JUDÍO.
No quiero decir con esto que el s. XX no haya tenido sus momentos ni que no se
viese venir.
En 1492 los REYES CATÓLICOS firmaban el edicto de expulsión de los
judíos de España y cerca de cien mil prefirieron emigrar a Portugal
que convertirse, quizá esperando que el edicto fuese temporal y pudiesen
retornar en fecha próxima.
Las tensiones entre la MONARQUÍA LUSA Y
CASTELLANA habían sido constantes y bajo el rey Juan habían gozado de protección y prosperidad
en su reino. No habría de ser así bajo su sucesor, el rey Manuel, a la sazón
yerno de Isabel y Fernando.
Tras negociar sucesivos acuerdos, las razones políticas —que no morales ni
de credo— le llevan a tomar la misma decisión de expulsión que sus suegros al
subir al trono.
«MUERTO EL PERRO, SE ACABÓ LA RABIA»,
debió de pensar el rey Manuel. Pero nada más lejos de la realidad. El aluvión
de exiliados de Castilla había duplicado la población judía de Lisboa.
MILES DE JUDÍOS TORNÁRONSE «CRISTIANOS
NUEVOS», y los viejos, deseosos de distinguir su pureza de sangre (ya que el
credo en teoría era ya el mismo) les llamaban «marranos», que en portugués y
castellano significa exactamente lo mismo aunque para los hebreos vendría más
bien de la unión de dos palabras: marre y anussim (amargados y forzados).
EN LA PRIMAVERA DE 1506 NO QUEDABAN
OFICIALMENTE JUDÍOS EN PORTUGAL. La tensión entre cristianos viejos y nuevos
crecía sin embargo conforme iban ya tres años de fuerte sequía y la peste
arreciaba de tal modo que desde enero morían más de cien personas cada día. Se acusaba a los cristianos
nuevos de haberla traído de Castilla con la inmigración. El que sufriesen menos
la peste les parecía además altamente sospechoso de que seguían judaizando, aunque entonces no se sabía que
algunos de sus ritos implicaban más higiene. Los cristianos nuevos también
seguían dedicados a oficios como el comercio y la artesanía, lo que los hacía
menos vulnerables a la sequía. Para colmo, la Corona les había puesto al frente
del Tesoro, siendo muchos de ellos recaudadores de impuestos.
Y así, en este clima digamos un poco
tenso, la corte y gran parte de las autoridades se trasladan a Abrantes
temporalmente huyendo de la peste, y dejando en Lisboa un vacío de poder en
medio del hambre y la enfermedad.
TODO SUCEDIÓ EN SEMANA SANTA, ABRIL DE
1506. Se había ordenado una procesión de penitencia el quince de cada mes por
las calles de Lisboa hasta la iglesia de Santo Domingo, a la que seguían rezos
solemnes pidiendo el fin de la sequía, clamando por la misericordia divina. De
lo que sucedió a continuación quedan testimonios de portugueses, alemanes,
judíos y españoles que fueron testigos más o menos cercanos a los hechos.
REUNIDOS TRAS LA PROCESIÓN,
concentrados en Santo Domingo, se vio un reflejo aparente en el crucifijo de un
Cristo. Se empezó a extender durante cuatro días que aquello era un milagro y cada vez más personas dijeron haberlo
visto después. Un alemán dijo que su hija enferma había sanado rezando en la
misma iglesia. Muchos fueron a Santo Domingo a rezar o a comprobarlo y el 19 de
abril se alzó una voz que cuestionaba, según algunos con burla, diciendo que
aquella luz bien podría haber sido el reflejo de una vela o de un rayo de sol.
Alguien señaló al disidente
reconociéndolo como cristiano nuevo, y una TURBA SE ABALANZÓ sobre él al grito
de traidor y judío, arrastrándolo ya de paso junto a otro que lo apoyaba fuera
del templo, donde los asesinaron. Unos decidieron quemarlos allí mismo, otros
pensaron que, ya puestos, había llegado el momento de acabar con todos los
cristianos nuevos que, sin duda, eran causantes de todos los males de la ciudad
por seguir judaizando.
DESDE LA IGLESIA DE SANTO DOMINGO
convirtieron la barriada de lo que había sido la judería grande de Lisboa en
una ratonera donde la turba señalaba y mataba a todo aquel que alguien
identificase como cristiano nuevo. Tras los asesinatos, venía el robo y el
pillaje. Cerca de quinientas personas murieron asesinadas aquel día.
LAS HOGUERAS AÚN HUMEABAN AL AMANECER
de la jornada siguiente, cuando las hordas parecían haberse calmado. Y entonces
llegaron los refuerzos. Dos frailes dominicos, viendo la oportunidad de
erigirse en los héroes el asunto salieron de Santo Domingo crucifijo en mano
por las calles al grito de «¡Herejía, herejía!» prometiendo la absolución de
los pecados mortales de los últimos cien días si se mataba y denunciaba a los
herejes.
SOLO EN LA PLAZA DEL ROSSÍO ARDIERON
TRESCIENTAS PERSONAS, al mismo tiempo había hogueras por toda la ciudad en
las que ardían grupos de quince o veinte. Los pocos alguaciles que quedaban
huyeron acobardados incapaces de contener el horror y al caer la noche muchos
cristianos viejos, a causa de las venganzas o del ansia de pillaje fueron
empujados a la hoguera junto a los conversos. Algunos se obstinaban en salvarse
desnudándose ante los asesinos en un vano intento de demostrar que no estaban
circuncidados. Pero para qué vamos a exagerar con la distancia del tiempo
cuando historiadores que fueron testigos nos lo cuentan de primera mano:
Entraban con escaleras a las casas en
que vivían o sabían que estaban, y los sacaban arrastrados por las calles, con
sus hijos, esposas e hijas, arrojando juntos a la hoguera a los vivos con los
muertos, sin piedad, y tal era la crueldad que incluso a los niños los
ejecutaban en la cuna, rompiéndolos en pedazos tomándolos por las piernas y
lanzándolos así contra las paredes. Donde no había matanza había saqueo, y
robaron todo el oro, la plata, los trajes que encontraron y luego fueron a las
iglesias, donde se habían refugiado algunos, y sacaban a hombres, mujeres y
muchachos inocentes escondidos en las capillas y abrazados a las imágenes
quemando todo sin temor de Dios. En este día más de mil almas perecieron en las
hogueras de la ciudad y nadie se atrevió a resistir, los pocos afortunados que
se salvaron estaban fuera de ella, a causa de la peste. (Damián
de Gois [1502-1574], en Crónica
de Felicísimo Rey D. Manuel).
Un día más había de durar la masacre,
aunque «las hecatombes de sangre y fuego eran menos frecuentes porque las
víctimas escaseaban». Conforme desaparecían los cristianos nuevos, asaltaban a
los viejos y llegaron los disturbios hasta aldeas cercanas a Lisboa.
HASTA CUATRO MIL PERSONAS
PERDIERON LA VIDA en aquellos tres días de Semana Santa cristiana. El cuarto
día unos flagelantes salían de Santo Domingo clamando: «¡Paz!, ¡paz!» y las
masacres fueron cesando.
La corte, tras enviar a un corregidor que
nada pudo hacer salvo informar de vuelta salvando el pellejo, permaneció
impasible hasta el cuarto día: llegaron noticias del asesinato de un converso
llamado Mascarenhas,
prominente funcionario y recaudador de impuestos. Viendo realmente el rey en
riesgo su autoridad en Lisboa (y sus dineros), exigió al gobernador que de
inmediato volviese a la capital y castigase a los culpables.
Matábamos para castigar, para purificar
a los impuros a través de la sangre. Quizá estábamos poseídos por un deseo
inmoderado de justicia […] también se peca por sobreabundancia de perfección.
[…] Solo nosotros éramos los apóstoles de Cristo, todos los demás le habían
traicionado (El
nombre de la rosa,Umberto Eco).
LA REPRESIÓN DE LAS FUERZAS DEL REY
MANUEL FUE TERRIBLE. LOS MARINEROS HOLANDESES Y ALEMANES, cómplices en la
matanza y los saqueos ya habían huido en sus barcos con el botín a bordo, por
lo que el castigo del rey cayó como un rayo sobre la población que quedaba en
Lisboa: cristianos viejos mayormente. Los dos dominicos fueron los primeros en
ser ajusticiados y quemados. Se publicó un edicto en el que el rey negó a la
ciudad el lema «la más fiel» y condenaba a muerte a cualquiera que fuese
encontrado culpable de haber participado en la masacre y los saqueos. Tres patíbulos
de refuerzo a los oficiales fueron levantados en la ribera del río para
ejecutar a destajo. En lugar de dejar secar los cadáveres de los ahorcados al
sol, como era costumbre por escarmiento, los retiraban según los ajusticiaban
para dar paso a los siguientes reos. Se suprimieron las garantías procesales y
cientos de cristianos viejos fueron falsamente denunciados por venganza o
resentimiento. El sectarismo generó odio y cambió de bando. Cuenta el
historiador Correia que la cruel represión solo finalizó
cuando una mujer de la corte, Isabel
de Mendanha, escribió al rey rogándole que parara las
ejecuciones sumarias de muchos cristianos inocentes, restableciendo las
garantías procesales. Con todo, el edicto no prescribió, y muchos marineros
extranjeros que volvían incluso años más tarde a Lisboa fueron procesados
y ejecutados (ahora sí, con garantías) tras reconocerlos sus víctimas muchos
años después.
LOS CONVERSOS FUERON REHABILITADOS EN
CARGOS Y FUNCIONES, pero no pudieron evitar que el sucesor del rey Manuel,
movido por las presiones políticas de España, estableciese lA INQUISICIÓN en
Portugal solo treinta años después de la masacre de Lisboa. No fue abolida
hasta 1821.
De los dos grandes terremotos que ha
sufrido Lisboa en los últimos quinientos años, apenas tenemos documentación del
primero.
Veinticinco años después de la masacre
de Lisboa, los conversos habían huido de la zona baja de la ciudad donde, con
epicentro en la iglesia de Santo Domingo, habían tenido lugar las peores
matanzas. La antigua judería de la colina de Alfama los acogió y, restablecido
el orden, fueron recuperando posición y actividad, aunque el odio hacia los
cristianos viejos por los sucesos, y de los viejos a los nuevos por lo que vino
después, quedaba soterrado.
El hecho de que la mayoría de las
familias conversas, refugiadas en la colina de Alfama, se vieran menos
afectadas por aquel terremoto bastó para aumentar la presión social a favor de
la represión por herejía.
LA INQUISICIÓN EN PORTUGAL se
oficializa apenas treinta años después de la masacre de cuatro
mil conversos y el castigo posterior de las tropas del rey Manuel a la
población de Lisboa.
Dos siglos después se produce un
terremoto aún más devastador, la peor catástrofe natural europea de la que tengamos
noticia nunca: el gran terremoto, tsunami e incendio de Lisboa de 1755. La
población de Lisboa era ya el doble y murieron entre sesenta mil y cien
mil personas.
LA DESTRUCCIÓN DEL BARRIO DE BAIXA,
aquel donde antaño se masacró a los conversos fue prácticamente total. Las
réplicas se prolongaron durante tres años y el convento de Santo Domingo quedó
muy dañado, aunque rápidamente se iniciaron las labores de reconstrucción de la
iglesia. Enfrente de la misma se situaba el Tribunal de la Inquisición. Como ya
sucediera en 1531, muchos fueron los que culpabilizaron a los herejes de
aquello. VOLTAIRE,
sin embargo, escribía a un amigo en una carta, recién informado del suceso:
«[…] me agrada la idea de que aquellos reverendos padres, los de la
Inquisición, fallecieran bajo el colapso de la ciudad como el resto. Servirá
para enseñar que los hombres no deben perseguir a otros hombres, porque en
cuanto los beatos hipócritas queman a unos cuantos en la hoguera, la tierra se
abre y se traga a todos sin distinción».
LA RECONSTRUCCIÓN DE LISBOA, bajo el
gobierno del todopoderoso Marqués
de Pombal, fue una obra hercúlea que cambió la fisonomía del
centro de la ciudad, la antigua gran judería de Baixa desaparecida para
siempre. Fue Pombal un hombre ilustrado y un déspota con todo aquel que se
INTERPUSIESE EN SU VOLUNTAD DE PROSPERIDAD Y PROGRESO PARA LA CIUDAD Y EL PAÍS.
EL ANTISEMITISMO, por supuesto, arreció tras el terremoto y fueron muchos los
que presionaban al rey José para que contraviniera la nueva ley de
Pombal que eliminaba cualquier distinción entre cristianos viejos y nuevos y
esta diferencia fuese visible de algún modo. El rey, queriendo contentar a
todos, ordenó a Pombal que diseñara algún tipo de emblema que los identificase
y Pombal volvió a los pocos días mostrando al rey no una enseña, sino
tres iguales: «Para el judío, para mí y para vos mismo. En Portugal, todos
somos judíos». Lo que pudo ser un gesto de grandeza, en Pombal siempre tenía un
sentido prosaico. Con una mano defendió a los conversos que financiaban la
reconstrucción de Lisboa y con otra ejerció la represión total hasta la
expulsión de los jesuitas, quienes en las colonias abogaban por la dignidad de
los indígenas y su educación, entorpeciendo el esclavismo que tanto ayudaba a
las colonias a tener un comercio próspero. Pombal sería un ilustrado, pero ante
todo, siempre fue un hombre práctico.
LA IGLESIA DE SANTO DOMINGO, menguada
tras dos terremotos pero en pie desde el s. XIII, siguió siendo el centro donde
se leían las sentencias del Tribunal de la Inquisición, aunque Pombal prohibió
definitivamente los autos de fe y las hogueras en 1765. Solo a partir de 1800
se volvió a readmitir a la comunidad judía en el país, y la Inquisición fue
finalmente abolida en 1821.
Durante la II Guerra Mundial Portugal
adoptó una política bastante liberal permitiendo la entrada de miles de
refugiados judíos, y se convirtió en centro de operaciones (y espionaje) de
muchas organizaciones judías con enlaces en América y Europa.
Del viejo convento de Santo Domingo apenas
quedaba la iglesia, con una nueva portada neoclásica rescatada de un palacio
tras el terremoto de 1755 y un interior barroco con pinturas valiosas y tallas
cubiertas de oro y telas preciosas, que seguía usando la nobleza y corte
portuguesa para sus ceremonias religiosas.
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--- Durante la Peste
Negra, como la población judía era mucho más cuidadosa en materia de higiene,
la turbas católicas se le echaron encima, culpándola del flagelo.
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La
vida es una fotocopia.
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No se conocen bien las causas del
incendio que DEVORÓ LA IGLESIA DE SANTO DOMINGO. Dicen que fue una vela que
cayó de una talla, que empujó a otra que cayó sobre una tela, y luego cayó
otra, y otra… Y así, la madrugada del 13 de agosto de 1959 un incendio pavoroso
destruía por completo el interior, las tallas, los frescos del s. XVI, el
retablo dorado. Cien bomberos estuvieron toda la noche tratando de apagar el
fuego y dos de ellos fallecieron al colapsar la bóveda, evitando milagrosamente
que el fuego se extendiese a los edificios colindantes. Se perdió todo lo que contenía la
iglesia.
Pasaron muchos años hasta su
reconstrucción. Hubo muchas dudas sobre cómo acometerla. ¿Debían replicarse las
tallas, los altares, el dorado, las pinturas? Hasta las columnas de mármoles de
colores se habían derretido con el fuego.
Al fin el fuego tuvo un sentido
purificador.
En el largo (plazuela) frente a su puerta se puso
en 2004 un memorial en honor a las víctimas de la masacre de 1506, en todos los
idiomas.
Pero si el fuego de SANTO DOMINGO HOY
VOLTAIRE lo hubiera interpretado como justicia divina, el edificio que hoy
ocupa enfrente lo que fue el Tribunal de la Inquisición es la justicia poética:
el Teatro de Doña María luce la estatua de Gil Vicente sobre la portada, aquel
autor que intercedió contra el sectarismo y cuyas obras persiguió la
Inquisición.
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