Dedicado al Papa Francisco
Publicado por Javier Bilbao
Y así continúa EZRA POUND en Los
cantos durante varios
versos más. En conclusión, que no era partidario. Ahora bien, ¿por qué esa
animadversión tan desatada? ¿Qué podía ser tan horrible en una práctica como el
préstamo con interés, que beneficia a ambas partes y que es el fundamento mismo
del capitalismo? Remontarse al origen de ese rechazo supone también acudir a
los comienzos de la larga y desdichada HISTORIA DEL ANTISEMITISMO.
Durante la EDAD MEDIA esta actividad
económica llegó a vincularse estrechamente con la diáspora judía, lo que dio
lugar a una curiosa contaminación mutua: la usura era despreciable por ser
propia de judíos y los judíos eran despreciables por dedicarse a la usura.
Desde la legendaria destrucción del
TEMPLO DE JERUSALÉN en el año 70 por el ejército romano, los descendientes de
las doce tribus de Israel se desperdigaron por Oriente Medio, Europa y el norte
de África dispuestos a preservar su religión una generación tras otra. El
problema es que en mucho lugares —especialmente en nuestro continente, donde
nos centraremos— no se les permitió ser propietarios de tierras ni ingresar en
gremios de artesanos, no podían ejercer ningún cargo que les dotase de
autoridad sobre ningún cristiano, debían vivir en zonas específicas dentro de
las ciudades (las juderías), tenían absolutamente prohibido convertir a nadie a
su religión e incluso, según las PARTIDAS DE ALFONSO X «atrevencia et osadía muy grande facen
los judíos que yacen con cristianas, et por ende mandamos que todos los judíos
contra quien fuere probado daqui adelante tal cosa hayan fecho, que mueran por
ello». Hasta la propia condena a muerte por este u otros delitos podía ser aún
más calamitosa, pues se establecía que fueran colgados no del cuello sino de
los pies, para que la agonía fuese más duradera. Es decir, su presencia era
tolerada pues a diferencia de los musulmanes eran considerados una especie de
precristianos, el testimonio viviente del Antiguo Testamento y por tanto los
orígenes de la verdadera fe. Pero al mismo tiempo eran vistos con suspicacia
dado que si conocían la doctrina de Cristo pero no la acataban, entonces no se
les podía achacar ignorancia sino mala fe. Los judíos eran así debido a su
perfidia, eso es, no cabía otra explicación.
DICEN LOS PRIMATÓLOGOS que la tribu de
chimpancés que más intensamente odia otra es aquella de la que más
recientemente se ha escindido. Naturalmente entre los humanos también ocurre y
podríamos poner infinidad de ejemplos al respecto, pero, ateniéndonos al tema
que nos ocupa, esta peculiar relación de tolerancia y hostilidad, de admisión y
rechazo ante quienes eran parecidos pero no iguales, dejó a los judíos en una
situación muy complicada: podían vivir en el continente europeo pero sin
encontrar apenas formas de ganarse la vida. ¿Qué opción les quedaba entonces?
Aunque Cristo predicaba siempre la paz,
el perdón y el amor incluso a los enemigos hubo una ocasión en la que perdió
los papeles y se lio a hostias. Fue, como sabemos, cuando expulsó a los
mercaderes que habían invadido con sus negocios el anteriormente mencionado
Templo de Jerusalén. Este episodio sería muy comentado por el paso de los
siglos y de él se extraerían muchas enseñanzas, como la que establecía el
DECRETO DE GRACIANO:
«quien prepara algo que ello mismo entero y sin cambio le proporcione lucro, he
ahí al mercader expulsado por Dios del templo». El ánimo de lucro, el mercado,
el comercio… todo ello pasaba entonces a ser sospechoso.
Cuando des una comida no invites a
amigos, hermanos o parientes, ni a ricos vecinos, para que no te inviten a su
vez y te sea devuelta la atención. Al contrario, invita a los pobres, a los
tullidos, a los cojos y a los ciegos. Serás afortunado porque no pueden
pagártelo, y tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos.
Continuando con esa doctrina pobrista,
en la parábola sobre los jornaleros y el viñedo que se narra en Mateo 20, 1-16 ni
siquiera se consideraba que el que trabajase más horas mereciera un mejor
salario. Una idea que según se mire puede fomentar la vagancia o la esclavitud,
pero desde luego no la meritocracia. Bajo tales directrices no había manera de
organizar una sociedad capitalista y sus seguidores más ortodoxos en los siglos
posteriores así lo entendieron, renunciando al dinero, a toda forma de
propiedad y organizando sus vidas en comunidades monásticas. Pues
bien, aquí es donde los judíos encontraron —usando la terminología actual— su
nicho de mercado, su ventana de oportunidad. Su gran aliado fue el Deuteronomio
23, 20:
Podrás cobrar interés a un extranjero,
pero a tu hermano no le cobrarás interés, para que te bendiga JEHOVÁ TU DIOS en
toda obra de tus manos sobre la tierra a la cual entras para poseerla.
Dado que no dejaban de ser residentes
en tierra extranjera, su religión les autorizaba por tanto a dar préstamos con
intereses a los cristianos. Una práctica que no estaba incluida en la larga
lista de prohibiciones que las sociedades de acogida les imponían y que además
podían ejercer en monopolio, ante la imposibilidad de cualquier cristiano de
hacer lo propio tal como estamos viendo. Curiosamente Mahoma por su parte
prohibía igualmente la ribah, el interés del dinero, así que
en tierras musulmanas también pudieron dedicarse al préstamo y a las
actividades comerciales asociadas, haciendo así de intermediarios entre la
cristiandad y el mundo islámico.
Y es que el hecho de estar dispersos en
tantos lugares pero unidos por una fe común les permitía formar una red
cosmopolita que resultaba extraordinariamente eficiente para los negocios. No
solo les permitía protegerse del saqueo de sus riquezas por los gobernantes
locales, sino que gracias a la revolucionaria creación de las letras de cambio
hacían posibles las operaciones económicas que requerían las cada vez más
complejas redes comerciales que comenzaban a recorrer Europa desde el siglo
XII, como la LIGA HANSEÁTICA en
el norte y la de la costa mediterránea controlada por las ciudades-estado
italianas. Estaban dando lugar nada menos que al nacimiento del capitalismo
moderno. Así lo describía Montesquieu en su célebre El
espíritu de las leyes:
LOS JUDÍOS, proscritos sucesivamente de
unos y otros países, lograron salvar casi siempre sus caudales; así encontraron
donde establecerse y al fin tuvieron residencia fija: príncipes que de buena
gana los hubieran expulsado, no querían privarse de su dinero. Inventaron la
letra de cambio, y gracias a ella pudo el comercio eludir la violencia y
mantenerse en todas partes. El más rico de los negociantes pudo tener sus
bienes invisibles y enviarlos de una parte a otra sin dejar rastro en ninguna.
Como señalaba en esa misma línea el
antropólogo JULIO CARO BAROJA «la cuestión era hacer las operaciones
conservando la propia identidad y obteniendo el beneficio previsto y no dejarse
arrastrar por los acontecimientos que envuelven a otros grupos con los que
convive, más comprometidos siempre». Así que esa desafección hacia la comunidad
en que vivían era buena para su prosperidad en los negocios… pero no les
ayudaba precisamente a ganarse el afecto de sus vecinos. No solo eran herejes y
herederos de los asesinos de Cristo, ahora esto, ya no tenían salvación
posible.
LOS CONCILIOS CELEBRADOS EN LETRÁN en
los años 1179 y 1215 incluyeron medidas dirigidas contra ellos como limitar el
interés máximo anual que podían exigir por un préstamo a un tercio de la cantidad,
así como portar una señAL AMARILLA DISTINTIVA EN SUS ROPAS. Una medida esta
última que varios siglos después sería retomada por el nazismo.
No obstante todos estos ejemplos
literarios más que contribuir a fijar el espíritu de la época se limitaban a
reflejarlo, dado que no existía la imprenta y la gran mayoría de la sociedad
medieval era analfabeta. En un tiempo en el que no existían televisión, radio
ni redes sociales en las que expresar lo mucho que nos indigna cualquier cosa,
el gran medio de comunicación, el sistema de adoctrinamiento y transmisor de
valores por excelencia, resultaba ser el sermón. Tendían a ser más animados de
lo que hoy en día podamos imaginar, pues en ellos estaban tolerados con
finalidad aleccionadora tanto los chistes como las alusiones sexuales (incluso
en algunas ocasiones acompañándolas de gestos obscenos y exhibición de
genitales) y tenían como núcleo los llamados exemplum, que eran relatos breves
dotados de alguna moraleja. Pues bien, una parte considerable de ellos pasaron
a ser protagonizados por judíos y su finalidad era mostrar lo horrible que
resultaba la usura.
EL HISTORIADOR JACQUES LE GOFF recogió
un buen número de ellos en su libro LA BOLSA Y LA VIDA: economía y religión en
la Edad Media. Muchos giraban en torno a judíos en el lecho de muerte,
que con toda clase de argucias inútilmente intentaban preservar sus riquezas,
sobornar al diablo o salvar su alma, pero acababan ardiendo sin remedio en el
fuego del infierno. La usura además permitía comprar y poner precio al tiempo
(que solo pertenece al Señor) y hacía posible producir dinero constantemente,
día y noche, también los domingos y días de festividad… ¡el colmo! Así que «a
pecado sin tregua y sin fin, castigo sin tregua y sin fin». Los más impacientes
no estaban dispuestos a esperar que fuera Dios quien lo hiciera y se
adelantaron ellos con gusto.
LAS CRUZADAS trajeron consigo una mayor
hostilidad hacia ese «enemigo interior» y se aprovechaba cualquier ocasión para
su hostigamiento.
EN LOS CARNAVALES DE ROMA por ejemplo
desde el siglo XIV se celebraban los Juegos del Testaccio, que incluían
carreras de asnos, búfalos, prostitutas y judíos. Estos últimos debían correr
cubiertos únicamente con un taparrabos. En Turín existía la costumbre de que en
la primera nevada del año se pudiera lanzar bolas de nieve contra los judíos
mientras que en Aragón, algo más brutos, lo que les tiraban era piedras en
Semana Santa.
EN PISA durante las fiestas de Santa
Catalina los estudiantes tenían la misión de encontrar al judío más gordo y
ponerlo en una balanza, siendo su peso la cantidad en dulces que la comunidad
hebrea debía pagarles. Es significativo que a veces los conversos eran quienes
con más ahínco participaban en estos ataques contra sus antiguos
correligionarios.
Había otro factor a tener en cuenta y
es que la canonización aún no estaba centralizada en Roma, y dado que tener un
santo traía consigo donaciones y peregrinos para la iglesia que lo proclamase
todas quisieron tener su mártir… y qué mejor candidato que un inocente niño que
fuera asesinado en un demente rito judío. NACIERON ASÍ LOS «LIBELOS DE SANGRE».
Uno de ellos fue descrito por la Priora en el anteriormente mencionado cuento
de Chaucer, pero abundaron las acusaciones y las condenas a lo largo de todo el
continente por estos supuestos crímenes. Muchos de ellos eran confesados por
los acusados bajo tormento, e incluso uno llegó a admitir que pese a ser hombre
menstruaba y por eso debía beber sangre de niño cristiano para restablecer sus
fluidos. También se les acusó con frecuencia de ser profanadores de la hostia
consagrada, aunque en el momento de robarla para sus diabólicos rituales esta
acostumbraba a provocar algún milagro como volar, chillar como un niño e
incluso provocar terremotos.
La atroz mortandad que provocaban las
plagas de peste negra encontraba en los ataques a los barrios judíos una manera
de conjurarlas de alguna forma, pues se creía que envenenaban los depósitos de
agua para propagar la enfermedad.
En el siglo XIV surgieron en ALEMANIA bandas
dedicadas a matar judíos, una especie de proto-Einsatzgruppen que
eran conocidos como Judenschläger, y a lo largo de Europa se sucedieron
con implacable periodicidad los pogromos.
En Barcelona, por ejemplo, hubo uno en
1391 con varios cientos de muertos. Fueron, en conclusión, el chivo expiatorio
por excelencia, alguien fácilmente identificable a quien poder acusar de todos
los males de la sociedad dada su doble condición de herejes y usureros. Nada de
lo que se dijera en su contra podía sonar despiadado para la gente de bien, y
así continuó siendo durante los siglos venideros.
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