martes, 2 de octubre de 2012

La Filosofía de la adhesión.


Si mentir en forma sistemática es parte de la buena política, entonces yo padezco de una disfunción cerebral.  Y la Argentina tiene políticos iluminados.  

Según una definición clásica la Filosofía    “ es el estudio de una variedad de problemas fundamentales acerca de cuestiones como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral, la belleza, lamente y el lenguaje.”

Sobre esta base me reduzco a pensar que los filósofos oficialistas, José Pablo Feinmann  y  Ricardo Forster, pertenecen al selecto grupo de   académicos  cuyas opiniones van dirigidas a mentes maltratadas o sorderas crónicas, de otra manera no se puede percibir la realidad de una forma tan perversa.

En un país donde los políticos cambian de anden más rápido que un subte; donde los jueces no saben para qué estudiaron; donde  los policías no saben quienes son los ladrones y donde están los honestos;  donde los economistas se confiesan de tanto falsear; donde los médicos hacen  de las recetas un tour gratuito por el mundo; donde los psiquiatras justifican la locura al estrés social;  y donde los periodistas tergiversan la realidad  para conformar a los patrones;  que Forster y Feinmann, se vayan  de mambo, es   normal en una sociedad donde la ficción supera a la realidad.


Visión de la  chavista argentina.

“Cristina K. padece una especie de resentimiento de clase. Se avergüenza de su padre, conductor de autobuses, hijo de emigrantes españoles. Lo llamaban El Colorado Fernández, pero el vecindario le decía Co-Co por su tartamudez. Cristina evita hablar de su familia. Su madre, Ofelia, quedó embarazada siendo novia de Fernández. No se casaron hasta que la hija cumplió cinco años. Cristina se enamora a los dieciséis años de un jugador de rugby. Y empieza a codearse con un estrato social más alto. Termina la secundaria en un colegio privado. Pero en su forma de hablar sigue teniendo la impronta del barrio humilde, a pesar de los profesores de dicción.
Cuando está con la oligarquía, es simpática. Cuando la conocí, era una
abogada y diputada combativa. Una mujer valiente que clamaba contra Menem y se ganaba a los periodistas invitándolos a su despacho, donde podían fumar. Me pareció encantadora y moderna. No me percaté del personaje.
Su gusto por el lujo está relacionado con ese complejo que arrastra desde niña. Cuando viaja a Francia, las grandes tiendas le llevan bolsos, joyas y ropa a la habitación del hotel. Le chiflan Louis Vuitton, Hermès y Bulgari. Puede llevar encima cincuenta mil euros en alhajas. ‘No tengo que vestirme como una pobre para ser una buena política’ se justifica. (Extracto aparecido en XL Semanal, cuya autora es Silvyina Walger.)

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